La Vanguardia

Vermut, Gaudí y Sant Pere

- ESTEVE GIRALT

El vermut, de Reus, y en la plaza del Mercadal. La ciudad que presume de haber parido a Gaudí (con el permiso de Riudoms) puede hacerlo también de servir con cariño una trilogía tan simple como exitosa: vermut, patatas y olivas. El ritual, sobre los tres euros, se repite con devoción en la mayoría de las nueve terrazas que rodean la plaza. Vermut en mano, uno se puede entretener observando la belleza rutilante de la fachada modernista de la casa Navàs, de Domènech i Montaner (1849-1923), y cargar pilas antes o después de sumergirse en el universo de Gaudí.

La plaza del Mercadal no tiene, para su desgracia, ningún edificio del arquitecto universal, pero el vacío queda parcialmen­te cubierto a base de imaginació­n y buen gusto. El Gaudí Centre, centro dedicado a interpreta­r la obra del genio, luce su moderna y discutible fachada sobre las terrazas. La competenci­a es muy dura entre bares, cafeterías, heladerías y restaurant­es. Durante la mañana y el mediodía el sol dirige a la clientela, que va buscando la mejor sombra.

Para los nostálgico­s y buscadores de autenticid­ad, mejor aposentars­e en las mesas servidas por el Café de Reus en un local que data de 1881, cuidadosam­ente decorado en el interior, o la Casa Coder, antigua droguería de 1790, con más pedigrí e historia que agasajos al cliente.

Los más veteranos aconsejan rebajar el vermut con sifón, desgraciad­amente en peligro de extinción. “Llegarás a casa a comer un poco mareado”, me advierte un buen y longevo amigo. Tras el último sorbo, uno puede comprender con más facilidad por qué Reus es la cuna de este digestivo aperitivo, desde hace un tiempo también de moda en Barcelona, y por qué en el siglo XVIII el prestigio de su aguardient­e hizo famoso aquello del Reus, París y Londres.

En una de las mesas, tres parejas de turistas alemanes se animan a repetir, entusiasma­dos con el sabor de “un licor compuesto de vino, ajenjo y otras sustancias amargas y tónicas”, según describe la RAE, que cada elaborador remata a su manera. “It’s wonderful”, resumen los germánicos casi en coro, poco antes de perderse por el casco antiguo y visitar –anuncian sonrientes– la Prioral.

Sin moverse de la plaza, en las terrazas más cercanas al Ayuntamien­to, se observa la parte más elevada de su campanario. Esta preciosa iglesia (del siglo XVI) es otro referente intocable de una ciudad que cuida con cariño sus símbolos y tradicione­s. La que para algunos es la mejor plaza del mundo para tomar un vermut es también el escenario de la famosa Tronada, ritual sonoro que abre cada año la fiesta mayor, en honor y gloria de Sant Pere.

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VICENÇ LLURBA
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