Las Campos y el éxito atemporal
De agosto perdurará la huella de Las Campos, un docurreality de Telecinco que no solamente no traiciona los principios de la cadena, sino que los amplía. Hace tiempo que la tele celebra el superpoder de determinadas personas de convertirse en posibles formatos. Hay precedentes: desde los siniestramente grotescos Osborne hasta la narcisista y voluptuosa familia Kardashian pasando por el costumbrismo pegamoide de Alaska y Mario.
JE SUIS ARROCET. El peaje para convertirte en formato obliga a dinamitar tu espacio de intimidad, hacerla vanidosamente pública y transformarla en materia prima susceptible de ser sometida a la arbitrariedad depredadora de las tertulias y la twittosfera. María Teresa y Terelu Campos lo han hecho con el freno de mano puesto, intentando controlar la onda expansiva del producto. Eso ha influido en el resultado, que no ha podido abstraerse de una selección de escenas grandiosamente insustanciales que, por el mero hecho de serlo, refuerzan el valor de cada minucia retratada. Acceder al universo residencial de las Campos sacia el apetito de chismorreo del espectador y, rememorando los viejos principios de aquella La casa dels famosos de Julià Peiró, nos da la oportunidad de subir las escaleras y compartir la misma cocina que las Campos y su servicio. Un servicio encarnado por una asistenta representativa, a la que compadecemos porque habrá tenido que firmar un contrato de imagen y quién sabe si otro de confidencialidad. Desde el punto de vista de la cadena, la operación es brillante. Vuelve a poner a primera línea dos estrellas de refulgencia decreciente y, además, las convierte en pretexto para proveer de contenidos la insaciabilidad de los Sálvame diario y De luxe. Y la escena de Bigote Arrocet (al que María Teresa Campos se empeña en llamar Edmundo) pintando el tronco y las hojas de un árbol muerto con un espray de pintura sintética tiene una disonante capacidad perturbadora. Alguien dirá que pintar árboles muertos es absurdo, pero cuando en la era olímpica se inauguró el aeropuerto de El Prat, los responsables de la obra se dieron cuenta de que las palmeras decorativas estaban muertas o moribundas y decidieron pintarlas a la arrocetiana manera.
MAGIA DEMEDIADA. Ocurre cada vez más: los contenidos de los programas de radio hacen referencia a imágenes comentadas en el mismo momento y que sólo se pueden ver si tienes a mano tecnología complementaria. La radio, que siempre tuvo la omnívora capacidad de comentarlo todo, ahora divide a su audiencia en dos grupos: los oyentes que no pueden acceder a las imágenes y unirse a la colectividad radiofónica y los otros, entusiastas y participativos y que las cadenas halagan con impúdico furor. Probablemente los que no entienden nada o casi nada de lo que está pasando en el estudio aún son mayoría, pero se impone la evidencia: han quedado desfasados por un medio que, para evolucionar, ha decidido abandonarlos en la cuneta y obligarlos a cambiar de emisora y recorrer el dial en busca de formas de vida radiofónica felizmente anacrónicas.
El peaje para convertirte en formato obliga a dinamitar tu espacio de intimidad