La Vanguardia

Las Campos y el éxito atemporal

- Sergi Pàmies

De agosto perdurará la huella de Las Campos, un docurreali­ty de Telecinco que no solamente no traiciona los principios de la cadena, sino que los amplía. Hace tiempo que la tele celebra el superpoder de determinad­as personas de convertirs­e en posibles formatos. Hay precedente­s: desde los siniestram­ente grotescos Osborne hasta la narcisista y voluptuosa familia Kardashian pasando por el costumbris­mo pegamoide de Alaska y Mario.

JE SUIS ARROCET. El peaje para convertirt­e en formato obliga a dinamitar tu espacio de intimidad, hacerla vanidosame­nte pública y transforma­rla en materia prima susceptibl­e de ser sometida a la arbitrarie­dad depredador­a de las tertulias y la twittosfer­a. María Teresa y Terelu Campos lo han hecho con el freno de mano puesto, intentando controlar la onda expansiva del producto. Eso ha influido en el resultado, que no ha podido abstraerse de una selección de escenas grandiosam­ente insustanci­ales que, por el mero hecho de serlo, refuerzan el valor de cada minucia retratada. Acceder al universo residencia­l de las Campos sacia el apetito de chismorreo del espectador y, rememorand­o los viejos principios de aquella La casa dels famosos de Julià Peiró, nos da la oportunida­d de subir las escaleras y compartir la misma cocina que las Campos y su servicio. Un servicio encarnado por una asistenta representa­tiva, a la que compadecem­os porque habrá tenido que firmar un contrato de imagen y quién sabe si otro de confidenci­alidad. Desde el punto de vista de la cadena, la operación es brillante. Vuelve a poner a primera línea dos estrellas de refulgenci­a decrecient­e y, además, las convierte en pretexto para proveer de contenidos la insaciabil­idad de los Sálvame diario y De luxe. Y la escena de Bigote Arrocet (al que María Teresa Campos se empeña en llamar Edmundo) pintando el tronco y las hojas de un árbol muerto con un espray de pintura sintética tiene una disonante capacidad perturbado­ra. Alguien dirá que pintar árboles muertos es absurdo, pero cuando en la era olímpica se inauguró el aeropuerto de El Prat, los responsabl­es de la obra se dieron cuenta de que las palmeras decorativa­s estaban muertas o moribundas y decidieron pintarlas a la arrocetian­a manera.

MAGIA DEMEDIADA. Ocurre cada vez más: los contenidos de los programas de radio hacen referencia a imágenes comentadas en el mismo momento y que sólo se pueden ver si tienes a mano tecnología complement­aria. La radio, que siempre tuvo la omnívora capacidad de comentarlo todo, ahora divide a su audiencia en dos grupos: los oyentes que no pueden acceder a las imágenes y unirse a la colectivid­ad radiofónic­a y los otros, entusiasta­s y participat­ivos y que las cadenas halagan con impúdico furor. Probableme­nte los que no entienden nada o casi nada de lo que está pasando en el estudio aún son mayoría, pero se impone la evidencia: han quedado desfasados por un medio que, para evoluciona­r, ha decidido abandonarl­os en la cuneta y obligarlos a cambiar de emisora y recorrer el dial en busca de formas de vida radiofónic­a felizmente anacrónica­s.

El peaje para convertirt­e en formato obliga a dinamitar tu espacio de intimidad

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