La Vanguardia

Los (secretos) dueños de Chanel

EMPIEZA LA TEMPORADA DE LAS FASHION WEEKS –NUEVA YORK ABRE LOS DESFILES EL PRÓXIMO MIÉRCOLES– Y EL EXUBERANTE KARL LAGERFELD VOLVERÁ A OCUPAR UN LUGAR CENTRAL EN EL FIRMAMENTO DE LA MODA. SIN EMBARGO, LOS VERDADEROS AMOS DEL IMPERIO CHANEL SON DOS HERMANO

- ELIANNE ROS Barcelona

El célebre pijama de Marilyn Monroe –unas gotas de Chanel n.º 5– está íntimament­e ligado a un nombre: Wertheimer. Quizá no les diga nada, pero sin este apellido, el perfume que ha adquirido estatus de icono cultural –presente en el Metropolit­an y en la obra de Warhol– segurament­e no habría pasado de ser la fragancia que Coco Chanel utilizaba para recibir sus clientas en la boutique de la Rue Cambon de París. Y sin esta máquina de hacer dinero, muy probableme­nte Karl Lagerfeld no podría permitirse unos desfiles que son auténticas demostraci­ones de grandeur (la poca que le queda a Francia se concentra en el sector del lujo) con el

front row más selecto del planeta. No es ahí donde se puede ver a los hermanos Alain y Gérard Wertheimer. Si asisten al desfile, lo hacen en cuarta o quinta fila. Llegan sin hacer ruido y abandonan el Grand Palais con idéntico sigilo, encantados de dejar que sea el kaiser quien se lleve todos los aplausos y acapare los focos. Un reparto de papeles perfectame­nte establecid­o. En los últimos cuarenta años, los Wertheimer apenas han concedido entrevista­s ni dejan fotografia­r sus propiedade­s, donde cuelgan cuadros de Picasso, Matisse o Rousseau. “Entre nosotros, la relación es como la de Fausto y el diablo”, describe el mordaz Lagerfeld.

Alain (67) dirige el grupo –tras la venta de la firma fundaciona­l de la familia, la marca de cosméticos de lujo Bourjois, se centra en Chanel, Eres y Bell & Ross– desde su despacho de Nueva York con vistas a Central Park.

Gérard (66) reside en Ginebra, desde donde lleva la división de relojes y joyas. Ambos poseen todo el capital de Chanel, que gestionan como una empresa familiar y una de las fortunas más opacas del orbe. No cotiza en bolsa ni hace públicos sus datos financiero­s. Según la estimación de la revista Challenges, asciende a 16.500 millones de euros y es la sexta de Francia. Bloomberg ha calculado el valor de la empresa en unos 14.000 millones de euros.

Los hermanos son la tercera generación del imperio forjado en los años 1920 por su abuelo Pierre, hijo de un ganadero alsaciano de origen judío que se fue a París a buscarse la vida. Además de heredar la firma Bourjois, Pierre tuvo el acierto de sellar una ventajosa asociación con Coco Chanel y el propietari­o de las galerías Lafayette, Théophile Bador, para producir y comerciali­zar el perfume que, según cuenta la leyenda, la modista encargó a Ernest Beaux para recordar a su fallecido amante, Boy Capel. Lo bautizó con su número de la suerte, el 5. En 1924 se fundó la sociedad Perfumes Chanel, de la que Wertheimer tenía el 70%, Bador el 20% y Coco el 10%. Superada por el éxito de la fragancia, y emocionalm­ente afectada por la ruptura de su relación con un no-

ble ruso, la modista aceptó un trato que no tardaría en lamentar.

Pese a las astronómic­as cifras de ventas –“Era como un billete de lotería premiado”, reconocerí­a un miembro del clan Wertheimer–, Coco jamás logró renegodos– ciar el contrato. Según testimonio­s de la época, la modista se sintió estafada y entró en “un delirio que alimentaba su antisemiti­smo”. Aprovechó la ocupación nazi, cuando ella y Pierre –como otros judíos huyó a Estados Uni- estuvieron en bandos contrarios, para intentar recuperar todas las acciones. Próxima al régimen de Vichy –mantuvo un idilio con el agente del Reich Hans Günter von Dincklage, alias

Spatz–, la creadora llegó incluso a denunciar a su antiguo socio. No obstante el empresario logró evitar la expropiaci­ón gracias a la ayuda de un amigo de la industria aeronáutic­a que fabricaba aviones para los nazis. Ironías del destino, tras la Segunda Guerra Mundial y después de 30 años de litigios, fue Pierre quien rescató a Chanel del olvido. Y de la ruina. En 1954, se quedó con la maison a cambio de costear el tren de vida de la modista –suite en el Ritz, Cadillac con chófer, cocinero– y Coco renació de sus cenizas.

Tras la muerte de Pierre en 1965, tomó el relevo su único hijo, Jacques, un misterioso e hipocondrí­aco personaje que prefería dedicarse a colecciona­r arte que a hacer prosperar el negocio. Una década después, su hijo Alain cogió las riendas a los 26 años. Él y su hermano Gérard han heredado el olfato de su abuelo –la asociación con Lagerfeld es un claro ejemplo– y su pasión por los caballos y el buen vino. Poseen los viñedos Rauzan-Ségla y Château Canon en la prestigios­a denominaci­ón de origen de Saint-Emilion y no reparan en gastos para mantener su cuadra de pura sangres repartida entre Estados Unidos y Europa. De hecho, frecuentan mucho más los hipódromos que las Fashion Weeks.

El abuelo llegó a París a buscarse la vida: se hizo con el 70% de Chanel n.º 5, trato que Coco siempre lamentó

 ??  ?? Alain, de 67 años, tomó las riendas del imperio familiar cuando tenía 26 años a la vista de que su padre, Jacques, un misterioso e hipocondrí­aco personaje, estaba más interesado en colecciona­r obras de arte que en llevar las riendas del negocio. En la imagen, Alain y su hermano Gérard en el hipódromo de Chantilly , al norte de París
Alain, de 67 años, tomó las riendas del imperio familiar cuando tenía 26 años a la vista de que su padre, Jacques, un misterioso e hipocondrí­aco personaje, estaba más interesado en colecciona­r obras de arte que en llevar las riendas del negocio. En la imagen, Alain y su hermano Gérard en el hipódromo de Chantilly , al norte de París
 ?? JULIEN HEKIMIAN / GETTY ?? El más extroverti­do de los hermanos, Gérard, 66 años, comparte la afición hípica de Alain. Son más visibles en las carreras de caballos que en las pasarelas, donde rehúyen la notoriedad y los flashes de la primera fila. Les cuesta conceder entrevista­s o abrir las puertas de sus mansiones, donde cuelgan cuadros de Picasso, Matisse o Rousseau
JULIEN HEKIMIAN / GETTY El más extroverti­do de los hermanos, Gérard, 66 años, comparte la afición hípica de Alain. Son más visibles en las carreras de caballos que en las pasarelas, donde rehúyen la notoriedad y los flashes de la primera fila. Les cuesta conceder entrevista­s o abrir las puertas de sus mansiones, donde cuelgan cuadros de Picasso, Matisse o Rousseau
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