Ay, Capitán Trueno
Nada es casual. Hace unos días, mientras tomaba café en l’Armentera (Alt Empordà) con el exalcalde de Barcelona, Jordi Hereu, nos llegó, envuelta en la tramontana, la noticia de la muerte del escritor Víctor Mora, padre literario del Capitán Trueno. Ya saben: Víctor Mora fue quien lo creó y Miguel Ambrosio lo dibujó.
En mi colegio, antes del ingreso al bachillerato, nos imponían, supongo que con buena intención, a don Quijote, pero a edad tan temprana la ínsula Barataria, el bálsamo de Fierabrás, el caballero de la Blanca Luna o el sabio encantador Frestón o Fristón, aburren. Por eso en mi colegio mandaba don Quijote, pero mi calle y muchas calles de entonces eran del capitán Trueno. Dos de las mejores cosas de mi infancia fueron el caballero sajón Wilfredo de Ivanhoe, protagonista de la popular novela de Walter Scott, y el Capitán Trueno, que era casi lo mismo, pero en tebeo. Aquel tebeo del Capitán Trueno, además de su lectura, me permitía acudir semanal y puntualmente a determinado quiosco de periódicos y revistas. La hija del dueño de aquel quiosco era también rubia, como Sigrid, la novia del Capitán Trueno, y yo creo que, a partir de cierto momento, las confundí. Todos aquellos ratos de lectura, buenos ratos, se los debo a Walter Scott y a Víctor Mora, a quien intenté agradecerle aquel personaje suyo, el Capitán Trueno. Porque fue siendo alcalde de Barcelona Jordi Hereu cuando me atreví a poner en marcha en el diario donde entonces escribía, El Periódico, una iniciativa ciudadana cuyo objetivo era lograr las firmas suficientes para que Barcelona dedicara una calle al Capitán Trueno. Y gracias a la ciudadanía se lograron. Jordi Hereu fue, pues, sensible a la iniciativa, apoyada por COM Ràdio, e incluso tuvo la generosidad de permitirme que me presentara en el Ayuntamiento de Barcelona con una espada muy parecida a la que usaba el capitán Trueno. Una buena fotografía siempre ayuda. Aún recuerdo las miradas y las caras de los dos miembros de la policía urbana que hacían guardia en la puerta del Ayuntamiento barcelonés. La intervención de mi amigo y fotógrafo Agustí Carbonell, que es un tipo alto que sabe llevar bien la corbata y la gorra, fue decisiva. Creo que les dijo que yo era un tipo inofensivo.
O sea, que con la muerte de Víctor Mora podemos decir, ahora sí, que nos hemos quedado definitivamente sin el Capitán Trueno. Y eso es grave, muy grave. Durante todo este fangal de elecciones, corrupciones, procesos, investiduras, nuevas elecciones, etcétera, yo siempre pensaba que, llegado el momento, siempre podíamos contar con el Capitán Trueno. Porque parece ya muy demostrado que muchos de estos nuevos alcaldes –vamos a quedarnos en lo local– solo saben crear nuevos problemas. No tienen ideas. Sólo tienen prejuicios. Les quitas los prejuicios y no queda nada. Ni una idea. Quizá por eso los del Ayuntamiento de Barcelona parece que sólo se dediquen a descolgar ciertos retratos, a empaquetar determinados bustos y a tachar algún apellido. Y, por supuesto, a imaginar destinos laborables muy creativos para los manteros, que cada día o noche son más numerosos. En todas las ciudades que hoy dan miedo, el origen de cierta y peligrosa delincuencia la provocó la pérdida del espacio público, ese espacio que debería ser de todos los ciudadanos. Pero aquí, insisto, a algunos nuevos políticos o activistas con sueldo de funcionario, solo les interesa descolgar ciertos cuadros y empaquetar determinados bustos para que los periodistas, siempre dóciles, les tomen una foto. Hasta que estos tíos no se ganen su revolución, deberían trabajar en alguna empresa de mudanzas.
Arreciaba la tramontana y escuchando a Jordi Hereu hablar de Barcelona y de la necesidad urgente de concluir ciertas infraestructuras urbanas básicas, concluí que él fue el último alcalde de Barcelona. Escuchando a Hereu no podía evitar la comparación. Comparaba y, como ciudadano barcelonés, como simple e indefenso peatón, me acojonaba. Hasta yo había olvidado lo que es un verdadero alcalde. Porque Xavier Trias sólo fue un barcelonés educado.
No sé si finalmente el Capitán Trueno tendrá calle en Barcelona. Ahora estas cosas parece que las maneja muy argentinamente el primer teniente de alcalde Gerardo Pisarello, que tiene la presencia de uno de aquellos sacristanes que antes vivían entre sombras y olores de cirio recién apagado. Sacristanes siempre agazapados tras alguna columna y más atentos a sus asuntos y fantasmas personales que a las cosas de la verdadera fe. Mucho me temo, pues, que Barcelona tendrá antes una calle dedicada a Eva Perón que al Capitán Trueno.