‘D’ DE DESEMBARCO
1944 será siempre recordado sólo por uno solo de sus días: el día D. El del desembarco de Normandía el 6 de junio. La invasión del occidente de la Europa continental por parte de los aliados, con la entrada de toda la potencia militar de Estados Unidos en acción y la vista puesta en llegar a territorio germano, era el factor desequilibrante que todos los participantes en la Segunda Guerra Mundial llevaban esperando desde hacía meses.
Hitler había encargado a su mejor mariscal de campo, el zorro del desierto Erwin Rommel, que fuera quien asumiera las tareas de la defensa costera. Y hay quien dice que el desembarco no hubiera salido igual de bien para los aliados de no haberse tomado en esa fecha Rommel un permiso para visitar a su esposa en Alemania, el primero en mucho tiempo. Es una de las muchas anécdotas que conformaron el intenso fresco de esa jornada, como aquellos versos de Verlaine utilizados en clave para avisar a la resistencia francesa de la inminente invasión: “Les sanglots longs des violons de l’automne / blessent mon coeur d’une langueur monotone”.
Para entonces, España ya se había consolidado plenamente en su rol de neutralidad inmaculada, e incluso era el escenario de algunos actos emotivos, como el intercambio internacional de prisioneros del 17 de mayo de 1944 en el puerto de Barcelona. Más de 2.000 prisioneros de ambos bandos cambiaron de barco para volver a sus hogares tras largos cautiverios. Los había de todas las nacionalidades y edades, como un marinero de la India de más de sesenta años, cuyo barco había sido torpedeado por un submarino alemán en el lejano océano Índico, lo que da idea de hasta qué punto fue mundial la guerra.
Los tiempos duros suelen ser propicios a la búsqueda de la evasión por parte de quienes los sufren. Los españoles, que no estaban en guerra pero tenían muy frescas las heridas de una muy cercana, se evadían en los cines de barrio. Y no es de extrañar por tanto que aquel año triunfaran películas como Historias de Filadelfia, la deliciosa comedia protagonizada por Cary Grant, Katharine Hepburn y James Stewart. El film había sido un desahogo también para el público americano, aunque bastante tiempo antes: se estrenó en 1940 y, como ocurría entonces, hasta nuestros lares no llegó sino cuatro años después. La pelirroja melena de la Hepburn y la afilada ironía tanto de ella como del resto de protagonistas aún siguen resonando en nuestras pantallas.