Pitos a ‘La marsellesa’
En el ideal imaginario republicano francés hay una fecha capital: el 6 de octubre del 2001, el día de un despertar amargo. Ese día se enfrentaban, por primera vez desde la independencia, las selecciones de fútbol de Francia y Argelia en el Stade de France, en la periferia norte de París. En el momento en que La marsellesa sonó por la megafonía del estadio, el himno nacional francés recibió una sonora pitada. Hasta entonces, el himno revolucionario –enaltecido a la condición de himno universal– suscitaba un consenso general. ¿Quién no se había emocionado escuchándolo en la película Casablanca? Y de repente, el público francés descubrió asombrado que su himno era silbado, y no sólo por el público visitante, sino por una parte de la población francesa que no se reconocía en su nueva identidad. Fue un shock. Y en cierto modo un destape, porque desde entonces La marsellesa ha sido pitada en otras ocasiones. El 11 de mayo del 2002, por ejemplo, en la final de la Copa de Francia, entre el Lorient y el Bastia, los corsos silbaron a gusto. En el 2003 el entonces ministro del Interior, Nicolas Sarkozy, impulsó una ley para sancionar con una multa tales comportamientos, pero el Consejo Constitucional restringió su alcance y eximió a los actos deportivos. En el 2008, ya presidente, Sarkozy propuso suspender cualquier partido donde sucediera algo así. Pero se quedó en eso, en una idea.