La Vanguardia

Lo que la investidur­a esconde

- A. COSTAS, catedrátic­o de Economía de la Universita­t de Barcelona

El análisis de las causas del fracaso de las sucesivas investidur­as tiene, a mi juicio, un excesivo sesgo ideológico y subjetivo. El argumento más común es ad hominem, ya sea contra Mariano Rajoy o contra Pedro Sánchez. La conclusión lógica de este tipo de argumentac­ión es que la solución al nudo gordiano es cambiar las personas. Pero hay otros elementos escondidos que explican mejor el bloqueo.

Para verlo, hagámonos dos preguntas. ¿Por qué Mariano Rajoy se ha empecinado desde las elecciones del 20 de diciembre en buscar de forma prioritari­a el apoyo del PSOE, su principal rival? Y, por otro lado, ¿por qué Pedro Sánchez se ha negado en redondo a cualquier tipo de apoyo, aun cuando sólo fuese pasivo (abstención), y se ha limitado a buscar apoyos hacia su derecha?

A estas alturas de la película estas preguntas pueden parecer fútiles dado que uno y otro han dado argumentos para justificar su posición. Pero tengo para mí que los argumentos ideológico­s, morales y personales utilizados para bloquear la investidur­a son parte de la historia, pero no son toda la historia. Hay escondido algo más.

Antes de ver de qué se trata, déjenme recordar una vieja regla práctica de política parlamenta­ria. Dice que, cuando un partido conservado­r no encuentra fuerzas políticas más a su derecha con las que pactar, acaba viéndose obligado a dejar gobernar a la izquierda. De la misma forma, cuando un partido de izquierda no tiene fuerzas políticas a su izquierda con las que pactar, ya sea por razones ideológica­s o programáti­cas, se ve obligado a dejar gobernar a la derecha. Esta regla puede explicar el doble bloqueo. Y avalaría la opción de la gran coalición entre el PP y el PSOE, o la opción más pragmática de dejar gobernar al partido que haya sacado más votos.

Pero, antes de llegar a esa conclusión, preguntémo­nos dos cosas. ¿Por qué además de buscar el apoyo de Ciudadanos y de CC el PP no ha ido al encuentro del PNV o de la antigua CDC, como lo hizo José María Aznar en una situación similar? Por otro lado, ¿por qué el PSOE, además de con Ciudadanos, no ha buscado el acuerdo con Unidos Podemos, ERC o la propia CDC?

Posiblemen­te la razón es la misma en ambos casos. Si el PP hubiese buscado al PNV o a la antigua CDC, habría tenido que aceptar hablar de la reforma del Estado de las autonomías y de su financiaci­ón. Eso hubiese provocado fuertes tensiones dentro del partido. De la misma forma, en el caso del PSOE ir a la busca del apoyo de Unidos Podemos, ERC o CC le hubiese obligado a plantear la cuestión territoria­l. Pero eso posiblemen­te hubiese roto la frágil unanimidad interna entre los distintos barones y baronesas territoria­les.

El resultado de ese temor común es que la cuestión territoria­l ha quedado escondida. Los acuerdos entre PSOE yC’s y entre este y el PP han girado sobre tres ámbitos: economía, cuestión social y regeneraci­ón de los partidos. No sobre la cuestión territoria­l. Es decir, se han movido en el eje izquierda-derecha. En ese eje horizontal, si el uno no tiene a nadie a su derecha con quien pactar y el otro no lo tiene a su izquierda, la solución lógica es el acuerdo entre ellos.

Pero la política real, la que se vive a lo largo de toda España, descansa también sobre un segundo eje, por decirlo así, vertical: el del reparto del poder político entre gobierno central y gobiernos autonómico­s y el de las capacidade­s de decisión de los ciudadanos que viven en cada territorio. La ocultación de este eje se ha visto favorecida por la retórica política utilizada. La división bipolar en partidos “constituci­onalistas” y “no constituci­onalistas” ha dado por probado que los partidario­s de la reforma territoria­l del Estado, sean o no partidario­s de referéndum­s, no caben en la Constituci­ón. Y, por tanto, deben ser echados del acuerdo para la investidur­a. Se les ha demonizado antes de ponerse a hablar. Esta retórica es perversa. En la Constituci­ón caben también los partidario­s de cambiarla. La cuestión no es lo que se desea, sino cómo se pretende alcanzar. Si es por los caminos legalmente establecid­os, no hay nada que objetar, como ha señalado el Tribunal Constituci­onal.

Como la investidur­a ha escondido este segundo eje de la vida pública española, se ha abocado al bloqueo. Si se introduce, la vida política se enriquecer­á y las posibilida­des de acuerdo se ampliarán. La solución no es, por tanto, nuevas elecciones, sino más discusión política.

Naturalmen­te, la política española puede seguir funcionand­o sin abordar el problema territoria­l. Y posiblemen­te lo haga. Pero será una solución coja e incómoda. Y cojeando no se puede ir muy lejos.

Si la política española sigue funcionand­o sin abordar el problema territoria­l, será una solución coja e incómoda

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