Otro día de furia en el cine
‘Lady Macbeth’ , ‘Playground’ y ‘Que Dios nos perdone’ muestran sus crímenes en Zinemaldia
El mal posee tal prestigio, tal magnetismo, que puede presentarse crudo, sin juicios, sin atavíos morales, sin explicaciones biológicas o políticas, y funciona. El festival de San Sebastián vivió ayer una jornada de competición llena de crímenes, con tres películas en las que el mal campa a sus anchas.
Sin negar pegada a las otras dos, Playground, primer largo de ficción del joven documentalista polaco Bartosz M. Kowalski, posee la contundencia de una patada en el estómago. Inspirada en un hecho real ocurrido en Londres, narra cómo la tediosa tarde de dos preadolescentes desemboca en lo atroz, lo inaudito.
No hay en Playground reflexión sobre la violencia, no sugiere causas y mucho menos insinúa recetas, ni siquiera se permite otra posición que la del voyeur. La construcción moral, en realidad, se hace en la sala, cuando la audiencia es golpeada por el estremecedor desenlace. Entonces es cuando el horror cristaliza y se hace patente en el modo en que los espectadores –ayer, la prensa– contienen la respiración y abren la boca. Una cámara alejada e inmóvil apenas permite otra cosa que adivinar la abyección. Pero la honesta consternación de la audiencia no silencia el otro elemento sustantivo: el morbo (“atracción hacia acontecimientos desagradables”) que explica por qué sólo los más pudorosos apartan la mirada cuando finalmente lo inefable ocurre.
Playground no hace prisioneros y su vileza gratuita en tanto filme es idéntica a la que relata y lo inspira. No es cine que haga mejor a nadie, bien al contrario. Y sin embargo, proporciona al espectador una experiencia exploratoria impactante. Como una verdad no perseguida o una revelación accidental, es un cine no apto para pusilánimes y que se toma la libertad con el espectador de someterlo a su trituradora moral. No es un filme sobre el mal sino el mal, y no cualquier espectador querría medirse en una experiencia de esa naturaleza. Tan asombrosa.
Otra crudeza es la que preside Lady Macbeth, de William Oldroyd, adaptación del cuento ruso Lady Macbeth de Mtsensk, de Nikolái Leskov, que cuenta los crímenes de una joven casada con un terrateniente amargado y mayor. El mal tiene aquí cara y ojos, los de la actriz Florence Pugh, y posee una plausible naturaleza funcional: una pasión desaforada por un sirviente, válvula de escape ante la hostilidad y vaciedad del mundo que la rodea y somete, llevará a Katherine (Pugh) a enredarse en una espiral de crímenes. El de Oldroyd es pues un mal sistémico y práctico, cuya simiente germina en un mundo puritano y clasista donde sumisión y poder presiden todas las dinámicas humanas.
En Que Dios nos perdone, en cambio, segunda película de Rodrigo Sorogoyen, que se gradúa con nota en este sórdido policiaco, concurren distintos males. El absoluto del asesino –un mal patológico–, claro, pero también las miserias triviales de los dos policías que lo persiguen (Roberto Álamo y Antonio de la Torre, apunten para la temporada de premios). El telón de fondo de esta oscura historia es el asfixiante Madrid del verano de 2011, una ciudad enferma de crisis y absurda en la esquizofrénica convivencia del millón de jóvenes católicos reunidos por el papa Ratzinger con los flecos del activismo callejero del 15-M, que acababa de emitir sus primeros rugidos. Un Madrid, como en su anterior filme, Stockholm (2013), en el que lo evidente y lo oculto litigan entre sí sin que quepa otro desenlace que la condenación.
Sorogoyen se gradúa con nota con un sórdido policiaco ambientado en la visita del Papa del 2011