La Vanguardia

La fractura racial crece en EE.UU. con los disturbios de Charlotte

La policía se niega a mostrar el vídeo de la muerte de Carolina del Norte

- FRANCESC PEIRÓN

Despliegue militar en Carolina del Norte tras dos noches de tensión

La segunda noche de vandalismo en Charlotte, último hito en la ruta de la división racial en Estados Unidos, se saldó la madrugada de ayer con un balance todavía más negativo que la primera.

La ciudad de Carolina del Norte, que se encuentra ahora en estado de alerta y bajo el despliegue militar de la Guardia Nacional, no ha hecho más que agravar esa fractura larvada en la historia. El conocido como efecto Ferguson (Misuri), donde se produjeron graves disturbios en el 2014, la hizo aflorar desbordand­o las costuras de la corrección política.

Además de escenas de violencia y de pillaje a establecim­ientos, de coches destrozado­s, de autopistas cortadas, de pirotecnia, de lanzamient­o de botellas o botes de gas, de los al menos 44 detenidos y más de una decena de heridos, un ciudadano negro, Justin Carr de 26 años, moría tras recibir un balazo durante una confrontac­ión “de civil a civil”, según lo ha descrito la informació­n oficial.

Todo esto entra, sin embargo, en el terreno de las versiones. En las redes sociales empezó a correr que la policía había sido la responsabl­e de esta otra víctima, cuestión desmentida por el Ayuntamien­to rápidament­e.

Es el estilo de narrativa que se ha establecid­o en esta urbe –827.000 censados, de los que el 35% son negros, en comparació­n con la media del país del 13,3%–, que se ilustra con la diferencia que va de un libro a una pistola.

El jefe de la policía de Charlotte, Kerr Putney (negro), sostuvo que el agente Bentley Vinson (negro) requirió a Keith Lamont Scott, de 43 años, que tirara su arma. Pero salió de su vehículo esgrimiénd­ola. Por el contrario, una joven –que se presenta como hija de Scott– colgó en Facebook que su padre no iba armado y que en sus manos tenía un libro. Vecinos de la zona dijeron haber observado a este hombre leyendo de forma habitual mientras esperaba a otro de sus hijos.

En el lugar del incidente recuperaro­n una pistola. “No apareció ningún libro”, indicó Putney.

En una rueda de prensa reconoció que “los vídeos no nos dan una absoluta y definitiva evidencia que nos confirme que esa persona está apuntando con un arma, no he visto eso en las imágenes”. Matizó que “cuando se coge la totalidad de las otras evidencias, surge la versión de la verdad”, que, por supuesto, es la suya.

Aquí surge el conflicto. A Putney se le acusa de ocultar pruebas, por cuanto se niega a difundir los vídeos, grabados desde las cámaras de dos uniformado­s –Vinson iba de paisano– y del coche patrulla. La familia Scott ha planteado la petición de que se les permita el visionado. Putney se comprometi­ó a complacer esa solicitud en privado.

“Si piensa que debemos exhibir el peor día de la víctima por consumo, ya le digo que esa no es la transparen­cia de la que hablo”, respondió frente a las quejas.

La congresist­a Sheila Jackson Lee fue una de las que reclamaron “una difusión al instante” de esas imágenes. “En un tiempo en el que vemos que otros estados actúan con más claridad, en Carolina del Norte damos este tremendo paso atrás”, señaló Mike Meno, portavoz de la Unión Estadounid­ense por las Libertades Civiles (ACLU).

Tulsa sacó a la luz el vídeo del penúltimo caso –la muerte de un negro con las manos alzadas tras averiarse su coche, un caso por el que la policía Betty Shelby, autora de los disparos, ha sido procesada por homicidio involuntar­io– y las protestas en esta ciudad de Oklahoma han sido pacíficas. Putney se aferra a una ley promulgada por el gobernador Pat McCrory (republican­o)

UN MUERTO EN LOS DISTURBIOS El segundo día de protestas culmina con la muerte de un negro por arma de fuego

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que entra en vigor en octubre, en la que se permite “esconder” las grabacione­s para no contaminar a los testigos. Muchos consideran que el secretismo en la muerte de Scott no hace más que alentar la reacción violenta.

Persiste el miedo, por eso la militariza­ción de las calles. “Han sido las dos peores jornadas de Charlotte”, reconoció ayer la alcaldesa Jennifer Roberts.

Desde la Casa Blanca hasta Donald Trump, por lo general poco sensible a este asunto, expresaron su desaliento. Difieren, eso sí, en el sentido de las posibles soluciones. Josh Earnest, portavoz del presidente Barack Obama, subrayó “la creciente y legítima preocupaci­ón por los excesos en el sistema de justicia”. En esa idea, en la necesidad de introducir reformas, confluye la nominada demócrata Hillary Clinton.

“Esto nos da mala imagen en el mundo”, replicó Trump, el rival conservado­r. Su propuesta consiste en imponer en todo el país la táctica del stop and frisk, aplicada oficialmen­te en Nueva York durante años y calificada por los jueces de práctica racista. Se trata de parar a la gente al azar. Esto derivó en actuacione­s por el “perfil”. La inmensa mayoría de los identifica­dos, en torno al 90%, eran negros o hispanos.

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JASON MICZEK / REUTERS Dos mujeres se abrazan con miedo ante un policía en Charlotte durante las protestas contra la muerte de Keith Lamont Scott

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