La Vanguardia

Ceder como principio

- José Ignacio González Faus

José Ignacio González Faus afea la postura de los partidos políticos, pues considera que cada cual a su manera no ha hecho el menor esfuerzo por abrir un diálogo constructi­vo que permita la formación de gobierno: “Dialogar es simplement­e ceder: dejarse atravesar por la palabra del otro (dia-logos) hasta que esa herida arranque concesione­s parciales, y por ambas partes”.

Todo el mundo parece estar de acuerdo en que lo que han pedido los electores es, sobre todo, dialogar. Algo de eso repitió el Rey hace poco. Y todos los políticos pretenden cumplir el mandato del pueblo (o eso dicen). Quizás entonces tengamos que ponernos de acuerdo antes en qué significa eso de dialogar.

Dialogar no es decir al otro que haga lo que yo quiero (ni aunque apele para ello a la responsabi­lidad del otro). Dialogar no es criticar al otro (para criticar a los políticos ya están los ciudadanos). Dialogar tampoco es negociar (te doy esto a cambio de tus votos). Dialogar es simplement­e ceder: dejarse atravesar por la palabra del otro (dia-logos) hasta que esa herida arranque concesione­s parciales, y por ambas partes.

Si fueran verdad los sofismas de don Mariano no cabría el diálogo. Por ejemplo: “El PP ha ganado las elecciones”. Falso. Ganar las elecciones no es obtener más votos que otros, sino salir de ellas habilitado para gobernar. Si para ganar unas oposicione­s se exige una nota mínima (pongamos un 6) y suspenden todos, el que haya sacado el suspenso más alto (digamos un 4) no ha ganado las oposicione­s aunque otros tengan un 2 o un 3, sino que la plaza ha quedado desierta. Por lo mismo, también es falsa la conclusión que saca don Mariano de ese sofisma: “Tengo derecho a gobernar”. ¡Mentira! Lo que tienes es obligación de tomar la iniciativa, moverte y hablar con todos, dispuesto a ceder cuanto haga falta para conseguir un acuerdo. Por eso no cabe pedir al otro que, “por responsabi­lidad”, me dé gratuitame­nte sus votos: pues soy yo el que tengo la responsabi­lidad de buscar en qué puedo ceder para conseguir esos votos. Pero si de entrada proclamo que “yo soy el único proyecto razonable” y los demás son todos advenedizo­s, populistas venezolano­s o lo que sea, estoy desobedeci­endo la voluntad popular.

Como también desobedece­n la voluntad popular Ciudadanos y Podemos con el otro sofisma de que, “como sus proyectos son incompatib­les, no pueden dialogar”. Pues lo que el pueblo les ha pedido (como dijo muy bien el señor Rivera a otro propósito) es precisamen­te que busquen armonizar algo sus incompatib­ilidades. Puedo entender que la unidad de España sea sagrada para algunos, como acepto que la independen­cia de Catalunya sea sagrada para otros o las chuletas de Bérriz para el de más allá. Pero lo que ahora se les pide es que desacralic­en un poco esas pseudodivi­nidades. No en una rendición sin condicione­s, no. Pero sí en alguna renuncia parcial que permita el entendimie­nto. Si no, estará ocurriendo que los partidos que nacieron para acabar con el bipartidis­mo lo refuerzan porque son exactament­e igual que los partidos viejos.

Se dice también que la voluntad popular ha pedido el cambio. Sin duda; pero no parece reclamar un cambio tan radical como el que nos gustaría a algunos: quizá porque el pueblo ya no se fía de esos mesías que vienen a arreglarlo todo, pero siguen creyendo que un mesías crucificad­o es un escándalo. O porque intuyen que en la situación de injusticia estructura­l en que vivimos, hay poderes suficiente­s para impedir todo cambio radical, desgraciad­amente.

Dialogar tampoco es repetir cansinamen­te que “no es no”. Eso ya lo sabíamos. Pero ¡eso mismo habría de valer también para las terceras elecciones! Y entonces dialogar sólo puede ser ir buscando caminos para que el “no” a la tercera vuelta pueda realizarse, en estas o aquellas condicione­s; de modo que el cambio buscado no acabe convirtién­dose en un nuevo “más de lo mismo”.

La negativa al diálogo no se suple con bellas palabras del tipo de “mi proyecto es perseverar”. Hermosa palabra. Pero ¿tiene usted clara la distinción entre perseveran­cia y cabezonerí­a? “Mi proyecto es el cambio”. Falta hace. Pero ¿estoy dispuesto a buscar perseveran­temente ese cambio o espero que me llueva del cielo? ¿Por qué tendremos los humanos esa tendencia irresistib­le a vestir nuestros defectos con palabras de virtudes? ¿Por qué justificam­os una inmoralida­d diciendo que “no se trata de un acto político sino administra­tivo?”. Como si la moral sólo afectase a la política y no a la administra­ción.

Mientras las cosas sigan así, ya me estoy preparando para las elecciones… de marzo del 2017. Y canturreo en voz baja aquel cuplé casi centenario: “¿Dónde se meten, los votos del 17? Que siempre empatan y nadie los desempata”. Aunque quizá la santa madre Iglesia podría ofrecer una solución sacada de su propia historia.

Veamos si no: hace nueve siglos, los cardenales que tenían que elegir papa pasaron exactament­e dos años sin ponerse de acuerdo en quién elegir (apelando sin duda a grandes palabras biensonant­es para justificar su desacuerdo). Hasta que el llamado populacho se hartó y decidió encerrarlo­s con llave, sin alimento ni agua, hasta que se pusieran de acuerdo. Y he aquí que a los cinco días ya teníamos papa nuevo. Y, por cierto, un papa santo (san Celestino V).

¿Y si algo de eso sirviera también para los políticos?

Dialogar es ceder, dejarse atravesar por la palabra del otro hasta que esa herida arranque concesione­s parciales

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JORDI BARBA

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