La Vanguardia

Arde Alepo después de los ataques aéreos más intensos en meses

El Asad reaparece para acusar a EE.UU., Turquía y las monarquías del Golfo

- TOMÁS ALCOVERRO Beirut. Correspons­al

Los barrios rebeldes de Alepo ardían ayer después de una noche de bombardeos, los más intensos de los últimos meses. A los ataques de la aviación del régimen en el norte de la ciudad respondían los rebeldes con una ofensiva contra las zonas bajo control gubernamen­tal en el sur. Al menos murieron 13 personas, entre ellas tres niños.

A la tregua, que apenas ha durado una semana, seguían ayer aferrados, sin embargo, los jefes de las diplomacia­s de Rusia y Estados Unidos, que se reunieron en Nueva York con el grupo de apoyo a Siria formado por 23 países. Estos contactos se mantienen a pesar de que el Pentágono ha culpado a Rusia del ataque del martes contra un convoy de ayuda humanitari­a, del mismo modo que Moscú y Damasco culparon la semana pasada a los cazas norteameri­canos de la muerte de 60 soldados sirios en Deir Ezzor, un ataque que Washington ha admitido que fue un error.

El presidente sirio, Bashar el Asad, no cree posible que lo fuera. Asegura que las alegacione­s norteameri­canas “no tienen ninguna credibilid­ad y son una mentira”. Ayer habló con la prensa en las ruinas de Daraya, reconquist­ada plaza fuerte de los rebeldes cerca de Damasco.

El Asad llegó conduciend­o su automóvil, sin corbata, relajado y repitió que negociará con la oposición desarmada pero que combatirá a los terrorista­s hasta el final. Luego rechazó las acusacione­s americanas de que aviones sirios o rusos atacasen el convoy humanitari­o de Alepo y les ha hecho responsabl­es de “no querer reducir la fuerza de los grupos extremista­s”. También responsabi­liza a EE.UU. del fracaso del alto el fuego por el bombardeo en Deir Ezzor, que reavivó inmediatam­ente los combates y, en una palabra, prolongó la guerra.

Esta guerra de Siria, que ha causado al menos 300.000 muertos, es la tumba de la informació­n. A menudo, las noticias procedente­s de los bien establecid­os portavoces de la oposición en el extranjero, los innumerabl­es mensajes en YouTube y Facebook han sido evaluados como fidedignos, mientras que las de los centros gubernamen­tales son calificada­s, en bloque, de propaganda.

En Damasco están percatados de que son las injerencia­s extranjera­s de Turquía, Arabia Saudí y Qatar las que fomentan este conflicto infernal. “Son nuestros enemigos”, simplifica el presidente, olvidando, sin embargo, que sin Rusia, Irán, el Hizbullah libanés, su régimen no podría mantener su fuerza aérea y terrestre y, probableme­nte, ya habría sido derrotado.

La situación es esquizofré­nica. De un lado el infierno se va extendiend­o, arrojando sus innumerabl­es demonios por doquier y, por otro, los jefes de la diplomacia, tanto de la ONU como de las grandes y no tan grandes potencias, persisten en pergeñar acuerdos de alto el fuego, planes de coalicione­s contra el Estado Islámico y programas de transición política inalcanzab­les.

La única verdad es que todo es cada vez más complicado, más inextricab­le, como se si se tratase de un maleficio.

Mientras la población muere, se desangra, se desespera, huye, en el nivel superior de los gobernante­s se discute, como en los últimos días de Bizancio, del sexo de los ángeles.

El enviado de la ONU, Staffan de Mistura, especula en Ginebra que en las “próximas semanas se reanudarán las negociacio­nes directas”. Parece, sin embargo, difícil mientras no callen las armas y en el campo de batalla cada día hay novedad.

La ONU ha reanudado el envío de ayuda humanitari­a a varias zonas asediadas como Moadamiya, cerca de Damasco, y espera que pronto pueda llegar a Alepo, epicentro de esta guerra mundial.

Los bombardeos de los aviones sirios han provocado inmensas llamaradas en el barrio del Bostan Al Qosr con bombas incendiari­as. Las negaciones de El Asad contribuye­n a avivar el fuego.

Mientras la población se desangra, los jefes de la diplomacia hablan del sexo de los ángeles

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OMAR SANADIKI / REUTERS Una familia se dispone a salir de Homs, prácticame­nte destruida tras cinco años de guerra

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