La Vanguardia

Proteger y servir

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CHARLOTTE (Carolina del Norte) es, a la hora de escribir este editorial, la última ciudad de EE.UU. en la que la policía ha matado a tiros a un ciudadano negro. Keith Scott, de 43 años, que aguardaba en su coche para recoger a su hija del autobús escolar, murió por disparos de la policía. Según esta, al bajar del coche empuñaba un arma. Según su familia, llevaba en la mano un libro. Cada noche, desde esta muerte acaecida el martes, Charlotte ha sido un hervidero de protestas de la comunidad negra. El gobernador estatal, Pat McCrory, ha declarado el estado de emergencia. La tensión racial es ahora extrema.

Llueve sobre mojado. En una semana tres ciudadanos negros han muerto por disparos de la policía en EE.UU. Uno fue Terence Crutcher, que pedía ayuda porque su auto, averiado, se detuvo en una carretera de Tulsa (Oklahoma). Los negros suponen el 13% de la población norteameri­cana, pero su porcentaje entre las 1.146 personas muertas el año pasado por la policía se eleva al 27%. Una parte importante de la comunidad negra ha llegado a la conclusión de que el lema de la policía –proteger y servir– no rige en su caso.

El presidente Barack Obama es consciente de la situación. A finales del 2014, tras el asesinato policial en Ferguson del adolescent­e negro Michael Brown, que despertó otra oleada de protestas y disturbios, puso en marcha un grupo de trabajo para atajar el problema. Su objetivo era rehacer las relaciones de confianza entre la comunidad negra y la policía. Entre las reformas propuestas estaban más inversión en políticas comunitari­as, mejor análisis de la acción policial y apuesta por la transparen­cia, dotando a los agentes de cámaras para registrar sus acciones. Pero, como reconoció este verano el propio Obama, no se ha progresado al ritmo deseado. Las consecuenc­ias están a la vista. El problema está enquistado. La tasa de muertes sigue creciendo.

Hay que situar estos hechos en el marco del libre comercio de armas de fuego en EE.UU., donde hay 300 millones de ellas en manos particular­es; donde en el 2015 murieron 13.286 personas por arma de fuego, y 26.819 resultaron heridas (cifras que proporcion­almente se sitúan treinta veces por encima de las europeas). Pero no basta con denunciar el marco. Hay que encarar y resolver el problema. Hay que cambiar la cultura policial. Y para ello hay que refundar las relaciones de los policías con la población sobre la base de otra actitud y en pos de otra confianza. Hay que incentivar la labor de los policías por algo más que los arrestos que reportan. Hay que persuadirl­os de que su tarea es proteger y servir a todos los ciudadanos, no amenazarlo­s y agredirlos.

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