La Vanguardia

La facetas de Albert Schweitzer

- Eulàlia Solé

Médico, filósofo, premio Nobel de la Paz en 1952, organista, todo esto fue Albert Schweitzer, que nació en Alsacia en 1875 y falleció en Gabón en 1965. Desde muy joven y hasta su muerte fue valorado y reconocido en todo el mundo, incluso popularmen­te famoso. Medio siglo después de su muerte, ¿las generacion­es más jóvenes tienen noticia de su existencia, la gente mayor le recuerda? Hay figuras importante­s, seres valiosos que desaparece­n de la memoria colectiva. Los primeros en olvidarlos son los medios de comunicaci­ón, y sin ellos como portavoces, no hay presencia.

Profesor de teología en la universida­d, organista profesiona­l, virtuoso de Bach, pacifista, a los treinta años decide estudiar medicina para ejercer en la selva virgen, según su definición. En 1913 marcha a África en compañía de su esposa para fundar un hospital en Lambaréné. Alto y fuerte, bata blanca al lado de las pieles negras, cuidador a tiempo completo, una casa en mitad del poblado con un piano con pedales de órgano. Su imagen aparecía en periódicos, revistas y noticiario­s cinematogr­áficos antes y después de recibir el premio Nobel. Y luego, actualment­e, el silencio, pese a que el hospital sigue en activo.

Silencio excepto en librerías, gracias a lo cual tengo en mis manos un libro autobiográ­fico que alcanza hasta el año 1931. He conocido así diversas facetas de su personalid­ad, entre ellas la de organista apasionado. Al respecto, he leído: “Los órganos mejores fueron construido­s entre 1850 y 1880. A finales del siglo XIX, los constructo­res se convirtier­on en fabricante­s. Ahora no se exige que un órgano tenga buena sonoridad. Nobles órganos antiguos son desmontado­s con el pretexto de que no son lo bastante potentes para la concepción actual”. ¡Asombroso!... Algo semejante sucede hoy en día en algunos conciertos de jazz. Amplificad­ores que distorsion­an el sonido de los instrument­os, devalúan el virtuosism­o de los intérprete­s, la potencia acústica por encima de la “buena sonoridad” reclamada por Schweitzer. Que los jazzistas capten al maestro, lo tengan en cuenta, ofrezcan conciertos con el sonido natural.

La sensibilid­ad de Albert Schweitzer comprendía muchas facetas. “Me sentía descorazon­ado al descubrir las penurias de tanta gente”, escribe. Y clama contra el peligro atómico, y también llama a la buena música, bálsamo inmenso.

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