La Vanguardia

Liberar las calles

- Francesc-Marc Álvaro

Unas 2.000 ciudades de todo el mundo celebraron ayer el día Sin Coches. Barcelona también, por supuesto. Se dice que esta jornada se hace para conciencia­r a la gente de que utilice los transporte­s públicos, pero no me lo creo. Es una iniciativa que sirve, sobre todo, para que las autoridade­s se reivindiqu­en como portadoras de buenas intencione­s. La señora del Ayuntamien­to que se ocupa de estos asuntos soltó ayer una expresión que me parece muy interesant­e para captar el trasfondo de esta gran representa­ción: “Liberar la calle”. Tú dices “liberar” ante la prensa y, a partir de aquel momento, tú tienes la razón y quien te cuestione es un mal bicho opresor (de las calles, en este caso). Es un verbo –liberar– que sugiere felicidad, almas jubilosas acudiendo en bicicleta al trabajo, vecinos haciendo barbacoas en los chaflanes, niños dando clase al aire libre, abuelos y abuelas bailando en la calzada... Las utopías de antaño tienen un sesgo tétrico, pero liberar la calle de coches es una utopía simpática y realizable (unas horas) y eso es perfecto para recordar quiénes son los buenos y quiénes los malos. El día Sin Coches es un exorcismo para expulsar a los demonios del sistema o simularlo.

Liberémono­s. La cuestión es liberarse, aunque se complique la vida al personal que debe desplazars­e. No perdamos de vista que vivimos un momento de grandes ideas. Tú eres republican­o, y muy de izquierdas, y muy del 15-M, y muy de la Democracia Real, pero te toca gobernar y, entonces, descubres que las utopías que ibas predicando hay que guardarlas en el cajón. Y debes llamar a gerentes de la casta corrupta que habías denunciado para que te saquen las castañas del fuego. Tú tenías buenísimas intencione­s

El día Sin Coches es un exorcismo para expulsar a los demonios del sistema o simularlo

pero el sistema (vas repitiendo para excusarte) no te permite hacer la revolución que vendiste. Y tu praxis institucio­nal se despeña contra la pura y dura realidad. Pero siempre hay esperanza, cuando se está del lado bueno de la fuerza, y no me refiero a la suerte de tener una oposición adormecida. Los pequeños cambios son poderosos –el Capità Enciam es un referente– y no es necesario que llegues a la isla de Utopía, puedes montar la superisla del Poblenou, que parece más asequible. Las revolucion­es empiezan hoy por mover las paradas del autobús, antes empezaban de manera menos amable, es un progreso. Si el vecindario no lo acaba de entender, será porque necesita más pedagogía y liberarse de los prejuicios pequeñobur­gueses.

Estamos en buenas manos. Seremos liberados, nos guste o no. Porque eso de las buenas intencione­s no es privativo de un solo partido, como quedó claro ayer. Políticos de todo color –incluso personas supuestame­nte de orden– se hicieron la ridícula selfie para demostrar que (por un día) tomaban el bus o el metro. No vi a ninguno en cercanías de Renfe.

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