“Snowden debería dirigir la NSA”
Stone lleva a San Sebastián su filme sobre la revelación del espionaje masivo de EE.UU.
Si la conspiración es la gran aportación estadounidense a los asuntos de la narrativa del siglo XX, Oliver Stone (Nueva York, 1946) es su inequívoco baluarte cinematográfico y Snowden, la película sobre el exanalista de la NSA que le da título y que ayer presentó en la sección oficial del festival de San Sebastián, es su Camelot.
La historia de Edward Snowden es el santo grial de cualquier apocalíptico con inclinación a la paranoia. Porque además de ser retorcida y vil, es cierta. Conocerla le vale a este irredento cineasta que ya había denunciado otras conspiraciones –en títulos como JFK, caso abierto (1991), Nixon (1995) o Nacido el 4 de julio (1988), entre otros– para cargar las tintas contra su Gobierno a calzón quitado. Ayer, en la rueda de prensa celebrada por la mañana regaló titulares apocalípticos por arrobas: “El nivel de espionaje del Gobierno de Obama es mayor que el de la Stasi”; “No habrá gran diferencia para el país si gobierna Clinton o Trump”; “Estados Unidos va camino de la autodestrucción”.
Horas después, durante las entrevistas con los medios acreditados, se mostraba algo más sosegado, pero igual de rotundo. “Snowden es un gran chico. Quiere a su país y desearía mejorar el trabajo de la NSA si se lo permitieran. Si me preguntan a mí, él debería ser el director de la NSA”, señalaba ante las agencias de prensa, alabando las cualidades técnicas y morales del exanalista que destapó el mayor escándalo de espionaje masivo de la era moderna.
El desarrollo de las tecnologías de información, explicaba a este diario horas después, “ha evolucionado de tal manera que vivimos un momento de riesgo similar al que supuso la creación de la bomba atómica en 1945. Y eso es de hecho lo que Snowden descubrió, y trató de hacer algo al respecto. Detectó comportamientos desleales como el uso de malware que permitía a Estados Unidos paralizar todos los servicios públicos e infraestructuras de Japón: estamos haciendo eso con nuestros aliados con la excusa de que un día podrían dejar de serlo. Lo hacemos con México o con Europa. Es un discurso absolutamente hipócrita con nuestros aliados y potencialmente muy peligroso”.
A Stone no le tranquiliza que ese súbito poder tecnológico funcione en dos direcciones. Aunque admite que los casos de Snowden, Wikileaks o los recientes papeles de Panamá prueban que, a la vez que los gobiernos disponen de potentes herramientas de vigilancia, también padecen una vulnerabilidad sin precedentes, “es difícil saber qué origen tienen muchas de esas operaciones. Por ejemplo, en Estados Unidos mucha gente cree que detrás de la filtración de los papeles de Panamá estaba la Casa Blanca, que pretendía joder al Gobierno de Putin”. La solución razonable que imagina Stone es un acuerdo mundial de transparencia y privacidad: “Es imprescindible un gran tratado internacional entre los países democráticos para regular los flujos de información, que se han convertido en algo potencialmente muy peligroso. No se trata de si soy optimista o pesimista, estoy preocupado por el futuro de la democracia”.
En su filme, Joseph Gordon Levitt, que realiza una potente transformación para convertirse en Edward Snowden –e imitar su voz– se presenta como un personaje conservador, un joven taciturno y técnicamente brillante, plenamente confiado en el funcionamiento del sistema y la bondad, en última instancia, de las decisiones del poder. Un hombre de orden que descubre el comportamiento maniaco de las agencias de información y ve minada su fe en su país y su Gobierno, lo que, en muchos sentidos, lo vincula a Jim Garrison, el fiscal al que daba vida Kevin Costner en JFK, caso abierto. “Estoy muy orgulloso de ambas películas, de modo que me gusta pensar que ese vínculo existe. Garrison era más agresivo, entre otras razones porque era fiscal, y tenía un cargo político. Snowden es una persona más introspectiva, con un mundo interior muy firme que se resquebrajó cuando descubrió la realidad de la vigilancia masiva. Eso lo obligó a actuar porque concluyó que lo más importante era que se supiera lo que estaba ocurriendo. Y antepuso eso a todo lo que tenía, renunció a su vida y su seguridad. Es verdad que Garrison
también arruinó su carrera, y de hecho el Gobierno se aprovechó de sus debilidades, como por ejemplo su afición por las mujeres, para difamarlo. La CIA quería desacreditarlo como fuera, y en ese sentido es exactamente lo que está pasando ahora con la NSA y con Snowden. Pero la diferencia es que, con el tiempo, cuando Jim Garrison salía a la calle, la gente le mostraba su respeto, fue un personaje respetado, que es lo contrario de lo que ha ocurrido con Snowden y la opinión pública estadounidense, que lo considera un traidor”. De hecho, la voluntad de su filme es restituir la figura de Snowden exponiendo ante el público el comportamiento de su Gobierno, algo que ya logró en su día con Ron Kovic y Jim Garrison, aunque, entonces, contó con el beneplácito de las décadas que separaban las películas de los hechos, y ahora, en los tiempos del vértigo, pretende una redención de emergencia.
REVOLUCIÓN DIGITAL “La tecnología de la información es hoy tan peligrosa como lo fue la bomba atómica en 1945”
DIFAMACIÓN
“La NSA ha logrado que la opinión pública considere a Edward Snowden un traidor”