Mujer que envejece
Habla tanto del presente este apreciable, qué digo apreciable, emocionante filme de Mia Hansen-Løve, que uno puede perder de vista que se llama El porvenir. O sea, lo que vendrá. Y sin embargo la inquietud por el futuro está presente en todo momento, como una especie de escalofrío tranquilo que te recorre el cuerpo. Una inquietud lenta, mimetizada en el presente aturdido de Nathalie, la protagonista. Mujer de una cierta edad encarnada, que digo encarnada, habitada en el más mínimo recodo de su existencia por Isabelle Huppert.
Nathalie, cuya vida familiar apacible y vida espiritual satisfecha se empieza a resquebrajar. Profesora de filosofía que se acerca a los sesenta años. Pertrechada de cultura, con las ideas de las mejores mentes de la humanidad de su lado. Más de Platón que de prozac, por supuesto. Pero a la que ni la razón de Rousseau ni los pensamientos de Pascal sirven cuando su marido la deja, los hijos abandonan el hogar y su madre, la ocurrente abuela (Edith Scob), está a punto de volverla loca.
Por lo dicho hasta aquí puede parecer que El porvenir resulta una especie de melodrama intelectual. Pero no: estamos ante un filme cálido, sin exagerar. Sencillo, como sencilla es la vida de una mujer que envejece sitiada por la soledad pero que ni claudica ni se rinde. Con momentos de comedia, incluso. Como cuando encuentra al marido con la joven amante o debe plantar cara a un gato escurridizo y travieso.
La mirada limpia de Hansen-Løve, reconocida con el premio a la mejor dirección en el pasado festival de Berlín, evita las digresiones inútiles, aunque la segunda parte sea en buena medida una larga digresión sobre el porvenir. Realizada con mirada atenta, pero nada ensimismada. Aquí no hay un amigo colorista ni la promesa de algo mejor. Aquí hay presente continuo y sin edulcorar. Donde el tiempo pasa más rápido de lo que parece, como en la vida misma en realidad.
El tiempo, que todo lo arrasa. Incluso el dolor. Puede que seamos cenizas del tiempo, su daño colateral. Puede que sólo seamos cronología amontonada. Pero también, nos dice Hansen-Løve, cada día es un inicio y una nueva oportunidad. Hay que dar tiempo al tiempo.