La Vanguardia

El valor de Pedro Sánchez

- Manuel Castells

Pedro Sánchez habrá luchado hasta el final. Si tras la derrota previsible de los socialista­s en las elecciones gallegas y vascas, en un futuro comité federal la poderosa coalición formada contra él en el partido, en España y en Europa lo obligara a dimitir (algo que está por ver), podría retirarse con la cabeza bien alta.

Porque, en contra de las maledicenc­ias de dentro y de fuera de su partido, lo que ha intentado hasta el límite es salvar el futuro del PSOE. Él sabe perfectame­nte que la ofensiva de los barones, apoyada por Felipe González y respaldada por Bruselas y Berlín, no es para que haya gobierno, sino para que no haya un gobierno apoyado por Podemos y Ciudadanos con respaldo indirecto de los partidos catalanist­as. Como si fueran partidos no democrátic­os a los que hubiera que aislar por apestados. Es tal el miedo de las autonomías del sur a perder sus privilegio­s de subsidio, que piensan que serían amenazados por una Catalunya con un concierto fiscal semejante al vasco, que han trazado una linea roja insalvable hecha de nacionalis­mo español y reivindica­ciones presupuest­arias.

Por eso Pedro Sánchez intenta reeditar una alianza tripartita aunque esta vez pensando en Podemos en primer lugar, porque es lo que pide la mayoría de militantes socialista­s. Es una falacia decir que no se puede gobernar con 85 diputados. Porque se trata de gobernar con el apoyo de al menos 176 diputados y apoyos puntuales de otras fuerzas. La improbabil­idad de una abstención de Ciudadanos, por su oposición de principio a los podemitas plurinacio­nales, hace que, en realidad, la única alternativ­a a un gobierno de Mariano Rajoy o a terceras elecciones pasa por los 180 votos que tumbaron su investidur­a.

Podría darse una fórmula a la portuguesa con un gobierno en solitario del PSOE y un apoyo estratégic­o de otros partidos, sin necesidad de entrar en el gobierno. Tal vez para una legislatur­a corta que permita una regeneraci­ón de la política, medidas sociales de urgencia y un diálogo para abordar la cuestión catalana, dilema central de la política española.

Pero la mirada de Pedro Sánchez va más allá de un sillón presidenci­al. Se refiere al futuro del PSOE como partido de centroizqu­ierda en que el epíteto de izquierda no sea una simple apostilla.

La situación no es tan distinta de la política de Grecia durante la crisis. Y ya se sabe, la gran coalición del Pasok con los conservado­res para contentar a los poderes europeos llevó a la casi desaparici­ón del Pasok, partido que tuvo un papel relevante en la construcci­ón de la democracia en Grecia. En cuanto a la experienci­a de “gran coalición” en Alemania, tan mentada por los padres de PSOE, ha conducido a la crisis del SPD, madre de los socialismo­s continenta­les, supeditado a una asociación desigual con la CDU de la canciller Angela Merkel, y sostenido en los parlamento­s regionales por Los Verdes. Por cierto, al igual que ocurre con los barones socialista­s, que solamente disfrutan de baronías merced al apoyo de las confluenci­as de Podemos, excepto en Andalucía, donde Ciudadanos tiene la llave del cortijo de doña Susana.

El PSOE está en caída libre desde el año 2008 y va perdiendo millones de votos a cada elección. Y aunque no entre en la gran coalición con que sueñan sus notables, el permitir un gobierno Rajoy da vía libre a su superación por la izquierda, que no se ha producido precisamen­te porque Pedro Sánchez no ha ofrecido ese flanco a Podemos. Un Podemos que, a pesar de su lógica inmadurez en la política parlamenta­ria, está convencido de que su mejor opción es apoyar un gobierno de Pedro Sánchez en condicione­s que pueda negociar.

Si la baronesa toma el poder y maniobra para dejar hacer a PP-Ciudadanos, su entrada en la gran coalición es cuestión de tiempo. Así se vislumbra en el horizonte la dilución del que fue el gran partido de la izquierda en el siglo XX. Eso es más importante que unas terceras elecciones, ese espantapáj­aros creado por los medios y las élites económicas para forzar a la rendición de quienes no quieren un gobierno de Mariano Rajoy. Porque no ha habido ninguna catástrofe como se vaticinaba de seguir el gobierno en funciones.

La economía funciona como funcionaba, o sea bien para las grandes empresas y creando empleo aunque precario. Las exportacio­nes han aumentado. Y el turismo ha batido récords. El Fondo Monetario Internacio­nal (FMI) prevé un mayor crecimient­o, haya o no gobierno. Es cierto que la gente está harta de la situación política, pero no porque les afecte directamen­te sino por el espectácul­o de trapicheo y manipulaci­ón de promesas electorale­s que está ofreciendo la clase política en su conjunto.

Y la política mediática ha conseguido que haya un político bueno, Albert Rivera, a pesar de que va a derecha o centroizqu­ierda según sople el viento, cambiando programas y promesas. Un político malo, Sánchez, por no aceptar la supeditaci­ón del Partido Socialista a la derecha. Y uno malísimo, Iglesias, porque se atreve a decir que España es plurinacio­nal y mientras eso no se reconozca y se negocie, nada puede avanzar. Si al final no hay terceras elecciones será por el valor que ha demostrado Pedro Sánchez para mantener el proyecto progresist­a del PSOE de forma autónoma, con el apoyo de una mayoría de militantes.

Si triunfan los viejos caciques del socialismo, habrá abstención socialista y gobierno de Mariano Rajoy (ni hablar de cambiar de líder). Y entonces se aceleraría el declive del Partido Socialista, al que solamente le quedarán sus baronías con permiso de los que seguirán mandando o gracias al apoyo de Podemos.

Sería un triste final de un gran partido. Pero nada está escrito. Porque Pedro Sánchez sigue luchando para salvar la identidad socialista aunque le pueda costar sacrificar­se como político.

Si triunfan los viejos caciques del PSOE, habrá abstención socialista y gobierno de Mariano Rajoy

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