Oh là là, Ciutadella
Los artistas de París abanderan la invasión del pulmón de Ciutat Vella
La Mercè se desborda en el recinto de la Oh là là Ciutadella. El parque se ha afrancesado más que el cruasán, la baguette, el lenguado àla
meunière y –para no abandonar la gastronomía– el ménage à trois. Nada que ver con los cien mil hijos de san Luis, pero el pulmón de Ciutat Vella ha sido gozosamente invadido por Francia, y en especial por París, la ciudad invitada a la fiesta mayor de Barcelona.
Espectáculos de danza, de música y cómicos (atención al dúo Provo-car) o la arquitectura efímera con cajas de cartón de Olivier Grossetête (qué bien suena en francés el apellido Cabezón) sorprenderán a pequeños y grandes el sábado y el domingo. La única preocupación municipal es la casi segura aparición de la lluvia durante el fin de semana. Pero el gancho de los artistas es tal que el Ayuntamiento confía en que los barceloneses canten bajo la lluvia y desafíen las nubes con el espíritu de Charles Trenet (“Des reflets changeants / sous la pluie”), Georges Moustaki (“Que le soleil quitte les cieux / et que la pluie tombe en averse”) o incluso Georges Brassens (“Parlez-moi de la pluie et non pas du beau temps”).
A la Ciutadella también han llegado, entre otros, artistas belgas, polacos, eslovenos, holandeses, fineses, alemanes, británicos, israelíes y españoles. Pero del omnipresente acento francés dan cuenta algunos carteles. En especial los que dan la bienvenida –sin tildes y en un castellano para épater– a los cuatro maravillosos tiovivos del Théâtre de la Toupine: “Los ninos estan son la responsabilidad de los parientes. Cintura obligatoria”. La cintura es en realidad el cinturón de seguridad.
Este grupo, de sintaxis sorprendente si se tiene en cuenta que tiene colaboradores latinoamericanos, es una especie de Els Comediants al otro lado de la frontera. Y ellos, como sus hermanos catalanes, también tienen una desbocada imaginación. Así lo demuestran sus máquinas y los seres que (re)crean con viejos troncos de los bosques de la región de Ródano-Alpes, como la
vach’ange –a medio camino entre una vaca y un ángel– y otros ejemplares del bestiaire alpin.
En algunas de estas criaturas parece haberse inspirado Juan Antonio Bayona para Un monstruo viene a verme. Los carruseles recuerdan a los árboles de Navidad a pedales, aquel denostado invento de Imma Mayol, exconcejal ecosocialista que entró en Agbar cuando dejó la política. Los tiovivos del Théâtre de la Toupine, en los jardines del Parlament, son de “tracción paternal” y se accionan con columpios o balancines que manejan mamás y papás.
Algunos espectáculos de la Ciutadella, que no es ni mucho menos el único escenario de la Mercè, combinan simplicidad y poesía, como Le Monfort Théâtre, con dos acróbatas que saltan sobre una nube y logran que nieve. También resultan sorprendentemente hipnóticas las luces que iluminan a los seres del lago de la cascada, que parecen un trasunto de El bueno de Cuttlas ,el personaje del dibujante e historietista Eduardo Pelegrín, Calpurnio. Otros números aúnan simplicidad y espectacularidad, como las construcciones de Olivier Grossetête. Las principales piezas de su mecano gigante de cartón durmieron anteanoche en el instituto Verdaguer y ayer fueron trasladadas con ayuda de un ejército de voluntarios armados con cúters y cintas de embalar.
Hubo un momento en que el trabajo de los voluntarios se parecía al de Sísifo, obligados a empezar una y otra vez. La clave de estas monumentales edificaciones efímeras –puentes, torres...– es la cinta de embalar. Grossetête, que a pesar del nombre luce un bombín convencional, y su equipo revisaban las cajas de los voluntarios y retiraban y recolocaban las cintas no suficientemente tensas. Si lo hubieran hecho directamente ellos quizá habrían ido más rápido, pero entonces no tendría sentido la apelación a la colaboración que siempre hacen y que a veces ha movilizado a miles de personas, como en Marsella en octubre del 2013. Ese deseo de implicar a la ciudadanía es también el lema de una Mercè en la que, a pesar del riesgo de lluvia, los únicos que no se divertirán serán los ninos sin cintura.
Espectacularidad y poesía son las claves de esta edición, con edificios de cartón que sorprenden al público