La Vanguardia

David Cameron

- RAFAEL RAMOS Londres. Correspons­al

EX PRIMER MINISTRO BRITÁNICO

El aeropuerto en la isla de Santa Helena, construido encima de un acantilado a 300 metros sobre el nivel del mar, no puede abrir por el viento. Los expertos lo advirtiero­n, pero el gobierno británico no modificó el proyecto.

Tras su derrota en la batalla de Waterloo y previo paso por la mucho más accesible Elba, Napoleón Bonaparte fue enviado al exilio en la isla de Santa Helena, en medio del Atlántico, a dos mil kilómetros de la costa africana y casi tres mil de la brasileña, entre otras razones para que se muriera de aburrimien­to, tuviera tiempo de pensar y las posibilida­des de una fuga fueran nulas. Hoy, dos siglos después, tendría internet, se enteraría del divorcio de Brad Pitt y Angelina Jolie y hasta podría jugar al Pokemón y ver las últimas películas francesas. Pero escapar sería igual de difícil.

Y es que Santa Helena, cuya única comunicaci­ón con el continente es un barco del Royal Mail que hace el viaje desde Ciudad del Cabo una vez cada tres semanas (si el tiempo lo permite), sigue sin tener aeropuerto. De hecho sí lo tiene, pero no funciona. Porque después de una inversión de 300 millones de euros (60.000 per cépita), el Gobierno británico ha descubiert­o que los fortísimos vientos hacen extremadam­ente peligrosos los despegues y aterrizaje­s. Y aunque los expertos “están trabajando en el problema”, por el momento, y por embarazoso que resulte, no hay solución a la vista.

Los habitantes de Castellón o Ciudad Real saben lo que es tener un aeropuerto sin apenas vuelos, y los berlineses llevan una eternidad esperando uno que tome el relevo del vetusto Tegel, aunque la factura final vaya a ser varias veces lo que estaba previsto. Los fallos de organizaci­ón no son exclusiva de nadie. Pero en el caso de Santa Helena, incluso sin bola de cristal, no habría sido demasiado difícil leer el futuro e imaginar lo que iba a pasar. Entre otras cosas, porque muchos pilotos lo habían advertido. “Quejarse de las turbulenci­as en una pista construida en lo alto de un acantilado de tresciento­s metros de altura es como quejarse del calor en el desierto del Sáhara”, dice Brian Heywood, un expiloto de British Airways que escribió en su día al primer ministro David Cameron y al ministro de Desarrroll­o Internacio­nal Andrew Mitchell, explicando con todo lujo de detalles el problema de las fuertes corrientes de aire.

El propósito del aeropuerto (la mayor inversión en toda la historia del Reino Unido con fondos de Ayuda Exterior) era fomentar el turismo y abrir al mundo la remotísima isla de Santa Helena, un territorio británico de tan sólo 60 kilómetros cuadrados y cuatro mil habitantes, en medio del Atlántico Sur, y que se está despobland­o a marchas forzadas por culpa del paro y un estilo de vida demasiado tranquilo. Si ya lo era para Napoleón en el siglo XIX, no digamos para la gente joven de la era de Instagram...

En vista de las dificultad­es técnicas, los planes para la inauguraci­ón oficial del aeropuerto por el príncipe Eduardo han sido aplazados sine die. Una visita de lord Ashcroft, extesorero del Partido Conservado­r, tuvo que ser abortada cuando el piloto (un veterano de las guerras de Irak y Afganistán) advirtió que el aterrizaje habría sido suicida, y el único uso es para vuelos de emergencia, como uno del pasado viernes para recoger a un paciente en estado crítico y llevarlo al hospital en Ciudad del Cabo.

Los lugareños se las prometían tan felices con la promesa de varios vuelos comerciale­s a la semana de la compañía británica Atlantic Star y la sudafrican­a Comair, que hasta la dueña de uno de los pocos bed and breakfasts ha invertido dos millones y medio de euros en la ampliación y reforma del establecim­iento, frotándose las manos con la llamada de los turoperado­res. Hazel Williams se encuentra en cambio con un enorme crédito que pagar y un gran hotel tan vacío como el aeropuerto. Muchos otros negocios amenazan con irse a la bancarrota y los suministro­s de agua y medicament­os se han visto afectados, porque todo el mundo contaba con empezar a recibirlos por avión.

Santa Helena es posesión británica desde que Oliver Cromwell dio la isla a la Compañía de las Indias en 1657, y sobrevive con los 30 millones de euros anuales que le paga Londres como parte de sus obligacion­es con sus territorio­s de ultramar. Napoleón ha sido su turista más conocido, y lo seguirá siendo por algún tiempo. Las estrellas de cine tardarán en llegar. Por ahora siguen prefiriend­o Eivissa...

El aeropuerto de Santa Helena no se puede inaugurar por culpa de los fuertes vientos Londres cree que con varios vuelos comerciale­s sería una Eivissa del Atlántico Sur

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 ?? . ?? Sólo emergencia­s. Esta imagen de maletas en la pista tendrá que esperar. Por ahora, sólo servirá para evacuacion­es médicas
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