Fin de fiesta
La fábrica Damm acogió en su segunda jornada cantautoría indie, ritmos afroelectrónicos, rap apocalíptico o ‘dancehall’ de ahora mismo
La segunda ronda de conciertos en la fábrica Damm con motivo de las fiestas de la Mercè atrajo a un público más relajado que en la jornada anterior.
Menú cuantitativamente algo menos amplio y con una incidencia a priori más específica entre el aficionado era la carta de presentación a priori de la segunda jornada lúdicomusical en la sede de la Damm en el Eixample. Como en términos artísticos también gratificantes, sobre todo, porque ayer se trataba de descubrimientos sonoros, especialmente por la tarde.
Un domingo es diferente a un sábado en términos bullangueros, y de eso hubo ayer evidente constancia en el ambiente y en el propio flujo de aficionados, curiosos, vecinos, familias y demás paseantes. Y además, a eso de las siete y media de la tarde, comenzó a llover. Porque la jornada del sábado, en este sentido de asistencia, fue intensa, tal como ya se adelantaba ayer en estas mismas páginas. Las protestas de los aficionados que ansiaba, tras largas esperas, ver el concierto del madrileño C.Tangana, el cierre de la puerta principal de acceso al recinto hasta que saliesen personas... Al final entraron todos más menos. A este respecto, los responsables de la empresa cervecera cuantificaron ayer en 26.000 personas las asistentes al recinto en estos dos días.
Y bien que lo pasaron, también es verdad. Pero ese aspecto de la canalización de la asistencia se sumó a otros, como el de la calidad de sonido ambiental o el propio nivel de decibelios permitidos, extremo éste que los músicos de Triángulo de Amor Bizarro –la proteínica banda que cerró la noche del sábado– quisieron inútilmente traspasar. Más allá de los posibles aspectos anecdóticos, estas son algunas de las cuestiones que puede que graviten en las próximas ediciones de la gran fiesta musical en el recinto cervecero.
En cualquier caso, que les quiten lo bailado a unos y otros, público y artistas porque ayer fue también jornada de disfrute y, como antes se decía, gratos hallazgos. Por la tarde se presentaba una tríada de protagonistas de perfiles fascinantes, desafiantes casi, tras una mañana con propuestas más convencionales de El Petit de Cal Eril y el portugués B-Fachada.
Ìfé es el proyecto del músico, cantante y sacerdote yoruba Otura Mun, afroamericano nacido en Indiana pero entusiasta residente en Puerto Rico desde hace más de tres lustros. Con la complicidad de músicos de un espléndido nivel –percusionistas sobre todo amén de dos cantantes femeninas de nivel–, el músico confeccionó una suerte de música electrónica bien empapada de otros sabores, especialmente rumba cubana y dancehall jamaicano contemporáneo... aunque lo que predominó fueron los desarrollos rítmicos yorubas, de trasfondo espiritual pero indudablemente contagiosos como su éxito 3 mujeres.
También estadounidense es Saul Williams, un personaje multifacético –dramaturgo, compositor, actor, poeta– que ofreció hipnotizante sesión centrada íntegramente en su flamante álbum MartyrLoserKing, centrada en la historia más o menos de un hacker que viola la seguridad de la Casa Blanca. Al son de afilada y atinada música electrónica de baile, Williams dibuja un panorama de implacable crítica político-social, de arengas sin pausa (como una aplaudida y visible en una amplia pantalla trasera que rezaba “únete pueblo, únete pueblo”) y tintes casi apocalípticos.
La clausura también tuvo predominio de la percusión, el ritmo hipnótico y la base electrónica de la mano de la entente entre la banda congoleña Konono nº 1 y el músico portugués Batida, que se mantuvo en un segundo plano en medio de la catarata de sonido que ofrecieron.