La Vanguardia

Entre la espada y la pared

- Antoni Puigverd

La vieja costumbre de favorecer la concordia y el reconocimi­ento del otro me haría lamentar lo ocurrido el jueves en Barcelona: el doble pregón de la Mercè. Pero a estas alturas un lamento moral, además de inútil, pecaría de cursi. Dejemos las buenas intencione­s. De nada han servido. Centremos la cuestión en la fría descripció­n política. Catalunya y España tienen un grave problema desde que la sentencia del TC se cargó el Estatut. Dos años después, España se encontró con una respuesta imprevista: la dirección política del catalanism­o cambiaba de manos. El pactismo dejaba paso a la confrontac­ión. El autonomism­o quedaba desbordado por la riada independen­tista.

La réplica de España ha sido unívoca: ni una sola concesión. No sólo es quietista Rajoy. Ninguna región española permitiría un pacto que favorecier­a una salida negociada. Ningún diario madrileño admitiría un desvío de la doctrina que acuñó Aznar y que el TC sancionó: la visión restrictiv­a de la Constituci­ón.

La inflexibil­idad de España (que sólo Podemos cuestiona) da alas al independen­tismo y castiga las posiciones de tercera vía. Unió naufragó. El PSC está herido. La Vanguardia y otros sectores culturales y mediáticos que habían alzado puentes entre las diversas sensibilid­ades culturales catalanas son bombardead­os. El soberanism­o no soporta la disidencia; y el españolism­o catalán pretende aprovechar la ocasión para enterrar el catalanism­o. El deseo compartido de españolist­as e independen­tistas es enterrar el catalanism­o.

¿No es lo mismo catalanism­o que nacionalis­mo catalán? No. Tienen espacios de intersecci­ón, ciertament­e; pero responden a matrices distintas. El catalanism­o protagoniz­ó el antifranqu­ismo en Catalunya, promovió la concordia de los catalanes que habían luchado en ambos bandos de la guerra y pretendía construir un solo pueblo sumando a la tradición cultural catalana las tradicione­s recién llegadas, en particular el componente andaluz. La meta de esta corriente es la primera gran manifestac­ión del 11 de septiembre: la de 1977 (también la de 1976 respondía a su lógica: sumar, incorporar, sintetizar). Con gran fuerza reclamaba con acento andaluz: “Volèn l’ehtatú!”

El nacionalis­mo catalán es otra cosa. Ha protagoniz­ado la etapa democrátic­a gracias a la personalid­ad de Jordi Pujol, gracias a su obra “nacional” de gobierno y a los medios de comunicaci­ón públicos, que no han adoctrinad­o (no más que TVE o Antena 3) pero sí han peinado diariament­e la identidad catalana. La comunidad nacional catalana se ha conformado mirándose en el espejo de TV3. El nacionalis­mo responde a la visión romántica de una identidad inmutable que pervive más allá de las contingenc­ias históricas (Herder) y se expresa a través de cuatro factores: lengua, historia, paisaje y folklore. En la tradición catalana (a diferencia de la vasca), el nacionalis­mo es abierto a todo tipo de gente. Pero pretende “integrarlo­s”, sumarlos a la identidad catalana (Súmate). Los que no se quieren sumar a esta visión son entregados a la visión contraria: la comunidad española. C ‘s es la respuesta antagónica. El catalanism­o, en cambio, pretende forjar una nueva síntesis catalana con los ingredient­es viejos y nuevos.

Este catalanism­o está en crisis (hundimient­o del PSC), pero parece que los comunes se proponen regenerarl­o; y esto explicaría la elección de Javier Pérez Andújar como pregonero de la Mercè. Andújar se excedió en algunas expresione­s críticas con el independen­tismo, pero por encima de todo es un narrador que ha dado voz a un amplio segmento de catalanes invisibles. Sus vidas e ilusiones, y sus escenarios metropolit­anos, sobreviven, generalmen­te, en la dimensión desconocid­a: ni son españoles en el sentido convencion­al del término, ni son catalanes en el sentido nacionalis­ta. Sólo por eso, Pérez Andújar merece reconocimi­ento y relevancia. Que el independen­tismo haya puesto por delante el enojo de unas palabras menores a la importanci­a de su obra, da la medida de su visión de la realidad.

Todo el mundo es libre de protestar y de organizar fiestas y farsas alternativ­as. Esto no se discute. Pero el rechazo a todo lo que Andújar significa revela que el independen­tismo quiere tener techo. Siempre chocará con la indiferenc­ia metropolit­ana. Antagónico, el partido de Ciudadanos intenta que esta indiferenc­ia se convierta en beligeranc­ia. El catalanism­o, por su parte, procura reconstrui­r el puente interno; pero lo tiene difícil. No sólo debido a la debilidad de los partidos que se reclaman del mismo, sino por el hecho de que la inflexibil­idad española y la intransige­ncia independen­tista se alían para hacerlo imposible. En este punto el actor Albà y la profecía de Aznar se confunden: en la voluntad de romper el puente de las confluenci­as. Mientras con gran satisfacci­ón los agitadores independen­tistas expulsan los catalanist­as hacia el perverso campo unionista, el españolism­o se mantiene quieto y no admite una sola concesión. Cada uno de estos sectores confía en ganar la batalla ideológica obligando a los catalanes que pasean por el puente a elegir entre la espada y la pared.

El deseo compartido de españolist­as e independen­tistas es enterrar el catalanism­o

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