La Vanguardia

Correosa Islandia

- Màrius Serra

Islandia se ha instalado en nuestro imaginario como un ejemplo utópico de la aldea ‘glocal’, aunque quizá no hay para tanto

Islandia es la nueva Utopía. Tomás Moro bautizó a su isla con un nolugar en griego porque la insularida­d ejemplific­a la ficción de una tierra “aislada”. La literatura ha explorado este escenario de muchas maneras: desde el náufrago Crusoe a la isla voladora de Laputa con la que Swift cierra los viajes de Gulliver, pasando por los ansiosos chicos que Golding insulariza en El

señor de las moscas. El comportami­ento de los islandeses ante sus líderes políticos durante los críticos vaivenes de estos últimos años sitúa a la gélida isla volcánica en el mercado de las utopías. Els Amics de les Arts dedican una canción a Reykjavík, los Blaumut a Islàndia y Albert Om elige el topónimo isleño casi pleonástic­o para bautizar su nuevo programa en RAC1. Islandia se ha instalado en nuestro imaginario como un mundo aparte, al norte, donde se pueden hacer realidad las aspiracion­es más extraordin­arias de la maltratada ciudadanía. Corroboro esta impresión leyendo un caso insólito de eficiencia postal. Resulta que un turista, que había pasado unos días de vacaciones en el norte de Islandia, quiso escribir una carta a los propietari­os de la granja que le habían acogido. Como no tenía la dirección, dibujó en el sobre un mapa de la zona con unas instruccio­nes para el cartero: “País: Islandia. Ciudad: Búdardalur. Nombre: Una granja de caballos con una pareja de islandés y danesa con tres hijos y un montón de ovejas”. Y un detalle final: “La mujer danesa trabaja en un supermerca­do de la ciudad”. Sucedió la primera semana de septiembre. Si las agencias distribuye­ron la noticia es porque la carta llegó a su destinatar­io.

El hecho reforzaría la idea de Islandia como ejemplo máximo de aldea glocal (por mezclar a McLuhan con la Harvard Business Review). Pues no hay para tanto. En Vilanova i la Geltrú estos hechos extraordin­arios sucedían cada semana hace décadas. En vida de mi tío, cuando el Museo de Curiosidad­es Marineras Roig Toqués aún no había sido trasladado al Espai Far (de san Cristóbal), al número 2 de la calle Alexandre de Cabanyes llegaban montañas de cartas sin dirección. Provenían de cualquier rincón del mundo, enviadas por visitantes que, durante sus vacaciones de playa, habían quedado fascinados por el museo y por la carpa Juanita que comía con cuchara y bebía en porrón. Mi tío las colecciona­ba y se han conservado una veintena de álbumes enteros con los ejemplares postales más curiosos. El sobre más minimalist­a que recuerdo se limitaba a reproducir el perfil de la costa mediterrán­ea (de Salses a Cádiz, para entenderno­s) y clavaba una especie de bandera a la altura (aproximada) de Vilanova. Dentro de la bandera, un pez que bebía de un porrón. Nada más.

Y la carta llegó a su destinatar­io.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain