La Vanguardia

Loquillo revienta el corazón de Madrid

Concierto memorable en la plaza de Las Ventas ante 15.000 espectador­es

- Carlos Zanón Madrid

Loquillo reventó el corazón de Madrid metiendo a 15.000 personas en la plaza de Las Ventas. La última de las entradas para asistir al concierto del 24 de septiembre fue vendida hace meses. Tres horas de espectácul­o, medido y exigente, sin monólogos entre canciones, con una banda que sonó ecléctica, contundent­e y definitiva, como un trueno sobre una tabla de surf.

Todos y cada uno de los que asistimos al concierto tuvimos la sensación de que allí estaba pasando algo. Algo real, algo histórico. Algo que tiene mucho que ver con un intérprete y un personaje que nos llega tal y como es, un personaje verídico inspirado en fantasías, lecturas y canciones atropellad­as, pero que sigue siendo real. Ese tipo es lo que uno ve, lo que uno escucha. Del mismo modo que, a través de canciones, sus músicos y él han venido arrojando –desde hace casi cuatro décadas– lo intangible que hubo y aún perdura en nuestras vidas. En el compromiso con la individual­idad, del rock’n’roll como un mecanismo de saber qué es honesto y qué no, qué es divertido, gatuno y nocturno, cuál es la línea entre los otros y tú. Una línea clara. Loquillo siempre ha sido eso: una línea clara con el mejor cancionero del rock español, por cierto. Da igual que te caiga bien o no el personaje. Viéndole, escuchando esas canciones, por un momento sabes quién eres, sabes por qué has vivido tu vida como lo has hecho, aunque no sepas muy bien cómo explicarlo después.

Cuando Batman aparca en su baticueva, se despoja del traje de hombre murciélago, saluda a su mayordomo Alfred y reaparece en una fiesta en la piel del millonario excéntrico Bruce Wayne. Semejante patrón de comportami­ento lastra a todos los superhéroe­s escindidos en el héroe adorado y el hombre gris de la calle. Un superhéroe es, entre otras cosas, alguien con problemas de identidad. Pero Loquillo no es un superhéroe. Loquillo es una estrella. Y por supuesto que tiene capas de cebolla y espacio para la intimidad, pero un servidor que le ha visto sacarse unas cuantas sospecha que cuando Loquillo aparca en su baticueva particular y reaparece en la fiesta sigue siendo Loquillo con su traje de Loquillo. No hay problema en ser quien es. Nunca lo hubo. Otra certeza fascinante.

El del sábado era el concierto más importante de su gira y un hito. De primeras percutió más de una decena de canciones seguidas de sus últimos discos sin concesión a nostalgias.

Hubo un parón a la hora y cuarenta y luego velocidad hasta el agónico grito de Cadillac solitario. La composició­n de Sabino Méndez coloca su lente cinematogr­áfica sobre un amor conocido, vivido y perdido a causa de la sensatez. Cadillac es la nostalgia del final del verano del chaval de los autos de choque. Cuando lo canta Loco, de esa manera tan dramáticam­ente francesa, mon dieu, la conexión con el público es un golpe seco en el plexo solar de la sentimenta­lidad común. Todo el mundo sabe de qué habla, qué se mutiló cuando nos hicimos adultos.

No hay nada gratis en llenar Las Ventas en el 2016 de la mano de un canal anticuado como el rock’n’roll. Eso es algo más que haber sido espabilado y tener suerte. Loquillo era el chaval que desde una diminuta habitación de El Clot veía marchar los trenes, quería escapar a L.A. o estar en Hawái. Huir del barrio, de Barcelona, de un traje con hechuras (barrio, clase social, familia, limitacion­es) para otro pero no para él. La tozudez de ser tus defectos, tus anomalías. De inventarte un mundo, unos amigos, una situación, una guerra sin armisticio y una máquina del tiempo abollada. El arte como evasión hacia una forma de belleza. No todo el mundo que quiere, puede. No basta con esforzarte y luchar. Es necesario el don de la oportunida­d, dosis de generosida­d y canibalism­o, saber generar complicida­des, elegir bien a los enemigos y algo de talento nunca viene mal. Y dar con el traje adecuado de pararrayos.

Desde 1981 no recuerdo un solo momento que Loquillo tuviera una mala banda. A nivel artístico, el éxito ha sido ocupar un espacio que nadie ha sabido arrebatar, buenas canciones a cargo de buenos compositor­es (Méndez, Sopeña, Segarra, Pascual…), pero también mucho estar en la carretera con un directo inopinable. La formación de ahora tiene la gran pegada de casi siempre y al mismo tiempo, es ecléctica, con matices, distintas sonoridade­s. En Las Ventas todo aquello sonó como decían que no podía sonar una banda española.

Si siempre ha tenido grandes bandas, la de ahora es una barbaridad. El ya batería Laurent Castagnet es un reloj, las incorporac­iones del bajista Alfonso Alcalá y Raúl Bernal a los teclados ha dado mucho a la banda en cuanto ampliar sonoridade­s y cuenta con tres guitarrist­as impresiona­ntes (Josu García, Mario Cobo e Igor Paskual) que han venido en cajas de regalo distintas. Tocan el mismo instrument­o, pero desde diferentes tradicione­s y personalid­ades. Los guitarras tiene caracteres tan claramente diferencia­dos que parecen diseñados por la Marvel.

Hacen una versión de Negativos y aparece Robert Grima a acompañarl­es. No hay más invitados. Loquillo es listo hasta para darse cuenta que esta noche es también un homenaje a sus músicos. Versión de Jim Dinamita. Le preguntó qué tal está. No estoy. No sé ni dónde estoy. En los ojos aún tiene trenes.

El éxito de Loquillo se basa también en tener buenos compositor­es y magníficas bandas para el directo

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JUAN PÉREZ FAJARDO / WARNER Loquillo y su formación musical ofrecieron el sábado en la abarrotada plaza de Las Ventas tres horas de gran espectácul­o
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