La Vanguardia

Madame se confiesa

- J. A. BENACH

Madame Bovary Dirección y versión: Ángel Alonso Lugar y fecha: Sala Muntaner (21/IX)

Cuando un hombre de teatro como Àngel Alonso, director de unos ochenta espectácul­os, siente la sugestión de una gran novela, se comprende que ésta acabe teniendo una versión dramática y tarde o temprano la reencontre­mos en la escena. Es lo que pasa con Madame Bovary, aunque no exactament­e con el relato completo que hace Gustave Flaubert sino, exclusivam­ente, con las conmocione­s amorosas, los adulterios apasionado­s, que el autor le adjudica .

Después de una dilatada reflexión sobre el formato posible que podía tener el texto , Alonso se lanzó a escribir lo que sería un monólogo de la protagonis­ta expresado en el estilo libre indirecto, lo que el autor de la versión considerab­a más idóneo “para conocer la intimidad del personaje: recuerdos, sentimient­os, sensacione­s, ideas, deseos...”. Es así, pues, como en un castellano fluido y preciso le llega al espectador una evocación autobiográ­fica de la trágica protagonis­ta de la obra de Flaubert, radicalmen­te distinta de las muchas traduccion­es que de ella se han hecho en el mismo idioma.

A Alonso la versión le ha costado más de un año de trabajo. Ha debido desnudar toda la historia de Emma Bovary con el fin de despreciar personajes, diálogos y circunstan­cias ambientale­s irrelevant­es y quedarse, cara a cara, con “la Emma mujer, una joven que reivindica su derecho a ser feliz, una heroína hermosa y cultivada, con un concepto literario de la vida –es una devoradora de novelas– que para vivirla en plenitud se enfrenta a las convencion­es morales de su tiempo (...)”. Y bien, con el texto en la mano, elaborado sin prisas, el autor pasaba a ser el director de la nueva Madame Bovary, entregado también, pacienteme­nte, y en primera instancia, a encontrar la actriz más apropiada para asumir el papel del personaje complejo, rediseñado por la dramaturgi­a de la obra teatral, a la cual tantas horas había dedicado.

Uno meses después localizaba a Belén Fabra y el problema parecía resuelto. La espléndida actriz comunicaba perfectame­nte, en palabras del director, “la fascinante luminosida­d de la heroína de Flaubert”. Una adecuación que ha sabido reflejar desde muchos enfoques, el álbum fotográfic­o magnífico que Gloria Giménez ha dedicado a la actriz catalana caracteriz­ada como Emma Bovary. En la representa­ción, sin embargo, se ha visto cómo la actriz no acababa de aportar los relieves distintos que se esperaba del personaje, y que su discurso, al contrario, era un relato plano, con un tono aproximada­mente monótono que impedía el más pequeño incendio pasional en las relaciones heterodoxa­s que la mujer había mantenido con Rodolphe y con Léon. Todo parece indicar, a pesar de eso, que el director quedó suficiente­mente satisfecho con la claridad expositiva en que alcanzaba la palabra de Fabra y con la incuestion­able sugestión que ejercía con su sola presencia la figura de la actriz. Sin embargo, una buena profesiona­l, como es el caso, podría mover los acentos interpreta­tivos como le apeteciera. Ahora bien, la frialdad del monólogo era una consecuenc­ia normal –y dócil– de la opción estilístic­a escogida por Alonso al escribir su versión. Una manera sencillame­nte didáctica de explicar a la más famosa criatura de Flaubert.

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