Crueldad, sarcasmos y otros vicios
Los aficionados de La Unión Deportiva Las Palmas lamentan con razón que se hable más del cabreo de Cristiano Ronaldo al ser sustituido que del merecido empate del equipo canario contra el Real Madrid. Entre las desmesuras que marcan la competición está, aparte del presupuesto, el abismo mediático entre unos y otros. Se suele jerarquizar la información en función de estímulos que dependen más de la pertenencia de los protagonistas a una aristocracia de la fama que de la trascendencia futbolística de los hechos. Hace tiempo que los enfados de Ronaldo son un género tragicómico explotado hasta el infinito. Su insatisfacción, expresada con una grotesca y maleducada gesticulación, atrae el interés de sus detractores con un magnetismo humanamente malsano. La prueba es que en muchos estadios de todo el mundo el público lo pita precisamente para exacerbar su vulnerabilidad y sacarlo de quicio.
Teniendo en cuenta que el sensacionalismo forma parte de esta industria, estos detalles pueden convertirse en una materia prima barata e inflamable que sirve para realizar vídeos efectistas o justificar reflexiones tan impunes como las de este artículo. Más cerca del entretenimiento que del análisis, la lupa acaba deformando la realidad. Por eso resulta tan relevante que los clubs y los representantes ayuden a los ídolos a gestionar su propia imagen. En las antípodas de la jerarquía que representa Cristiano está Douglas, un fichaje tan desdichado como oscuro del Barça que, con la camiseta del Sporting, el sábado fue recibido con una mayoritaria indiferencia aliñada con pitos testimoniales de su propia afición y una sarcástica coreografía de veneración por parte de los culés desplazados a El Molinón.
No debería sorprendernos que la crueldad sea un instrumento recurrente para tratar a los egoístas endiosados o a los que, por incompetencia o fatalidad, tienen que resignarse al papel de pim pam pum o de contra-augusto de pareja de payasos. Los códigos de conducta de las gradas de los campos de fútbol son el origen de muchas maldades y sarcasmos que forman parte de una educación sentimental alternativa, popular y low cost. Y la coartada para trasladar esta espontaneidad reactiva a los medios de comunicación está justificada por el interés y los índices de audiencia. En cambio, para muchos deportistas exigentes, el enfado de un jugador en el momento de ser sustituido (Cristiano, Neymar, Suárez, Jesé, Higuaín, Messi, Aspas, Ronaldinho, Isco, James, Alves, Morata, Reyes o Kaká, por poner ejemplos recientes) se acepta con naturalidad. Incluso se atribuye a un orgullo competitivo que en otros momentos es decisivo para ganar. Con respecto al sarcasmo, no se llega al extremo de exigir su prohibición (como, con discutible rigor, se afirma que ocurre en Corea del Norte) pero sí que el deportista ideal se siente incómodo cuando un campo se cachondea de un jugador tan aparentemente desgraciado como Douglas. Pero lo cierto es que en el mundo real hay mucha más gente que se expresa con una rabia instantánea contra los teatrales pataleos de Ronaldo y con una brutalidad recreativa contra los traspiés del Douglas de turno que dignos defensores del respeto que, en un mundo ideal, debería presidir la práctica del deporte. Y por eso inquieta constatar cómo el magnetismo de esta guarnición del espectáculo puede convertirnos en depredadores parecidos a aquellos cafres de los córneres que antiguamente no se avergonzaban
Los malos hábitos exigen más energía para evitarlos que para practicarlos
de salir por televisión insultando a los rivales, a los árbitros y, si fuera necesario, a los jugadores de su propio equipo.
Son malos hábitos demasiado fáciles de justificar y que tienen el enorme inconveniente de exigirnos más energía para evitarlos que para practicarlos. En su libro Affreux, riches et mechants? (¿Espantosos, ricos y malos?), y hablando del deterioro en la relación entre jugadores, periodistas y aficionados, el sociólogo Stéphane Beaud hacía una reflexión interesante: “Toda la maquinaria mediática del fútbol contribuye, pese a la multiplicación de canales y soportes destinados en teoría a responder a la apetencia del público, a empobrecer la información y a hacerla mucho más insípida, uniforme y aséptica a causa de una menor proximidad de los profesionales de la información con los actores del espectáculo deportivo”.