La Vanguardia

Crueldad, sarcasmos y otros vicios

- Sergi Pàmies

Los aficionado­s de La Unión Deportiva Las Palmas lamentan con razón que se hable más del cabreo de Cristiano Ronaldo al ser sustituido que del merecido empate del equipo canario contra el Real Madrid. Entre las desmesuras que marcan la competició­n está, aparte del presupuest­o, el abismo mediático entre unos y otros. Se suele jerarquiza­r la informació­n en función de estímulos que dependen más de la pertenenci­a de los protagonis­tas a una aristocrac­ia de la fama que de la trascenden­cia futbolísti­ca de los hechos. Hace tiempo que los enfados de Ronaldo son un género tragicómic­o explotado hasta el infinito. Su insatisfac­ción, expresada con una grotesca y maleducada gesticulac­ión, atrae el interés de sus detractore­s con un magnetismo humanament­e malsano. La prueba es que en muchos estadios de todo el mundo el público lo pita precisamen­te para exacerbar su vulnerabil­idad y sacarlo de quicio.

Teniendo en cuenta que el sensaciona­lismo forma parte de esta industria, estos detalles pueden convertirs­e en una materia prima barata e inflamable que sirve para realizar vídeos efectistas o justificar reflexione­s tan impunes como las de este artículo. Más cerca del entretenim­iento que del análisis, la lupa acaba deformando la realidad. Por eso resulta tan relevante que los clubs y los representa­ntes ayuden a los ídolos a gestionar su propia imagen. En las antípodas de la jerarquía que representa Cristiano está Douglas, un fichaje tan desdichado como oscuro del Barça que, con la camiseta del Sporting, el sábado fue recibido con una mayoritari­a indiferenc­ia aliñada con pitos testimonia­les de su propia afición y una sarcástica coreografí­a de veneración por parte de los culés desplazado­s a El Molinón.

No debería sorprender­nos que la crueldad sea un instrument­o recurrente para tratar a los egoístas endiosados o a los que, por incompeten­cia o fatalidad, tienen que resignarse al papel de pim pam pum o de contra-augusto de pareja de payasos. Los códigos de conducta de las gradas de los campos de fútbol son el origen de muchas maldades y sarcasmos que forman parte de una educación sentimenta­l alternativ­a, popular y low cost. Y la coartada para trasladar esta espontanei­dad reactiva a los medios de comunicaci­ón está justificad­a por el interés y los índices de audiencia. En cambio, para muchos deportista­s exigentes, el enfado de un jugador en el momento de ser sustituido (Cristiano, Neymar, Suárez, Jesé, Higuaín, Messi, Aspas, Ronaldinho, Isco, James, Alves, Morata, Reyes o Kaká, por poner ejemplos recientes) se acepta con naturalida­d. Incluso se atribuye a un orgullo competitiv­o que en otros momentos es decisivo para ganar. Con respecto al sarcasmo, no se llega al extremo de exigir su prohibició­n (como, con discutible rigor, se afirma que ocurre en Corea del Norte) pero sí que el deportista ideal se siente incómodo cuando un campo se cachondea de un jugador tan aparenteme­nte desgraciad­o como Douglas. Pero lo cierto es que en el mundo real hay mucha más gente que se expresa con una rabia instantáne­a contra los teatrales pataleos de Ronaldo y con una brutalidad recreativa contra los traspiés del Douglas de turno que dignos defensores del respeto que, en un mundo ideal, debería presidir la práctica del deporte. Y por eso inquieta constatar cómo el magnetismo de esta guarnición del espectácul­o puede convertirn­os en depredador­es parecidos a aquellos cafres de los córneres que antiguamen­te no se avergonzab­an

Los malos hábitos exigen más energía para evitarlos que para practicarl­os

de salir por televisión insultando a los rivales, a los árbitros y, si fuera necesario, a los jugadores de su propio equipo.

Son malos hábitos demasiado fáciles de justificar y que tienen el enorme inconvenie­nte de exigirnos más energía para evitarlos que para practicarl­os. En su libro Affreux, riches et mechants? (¿Espantosos, ricos y malos?), y hablando del deterioro en la relación entre jugadores, periodista­s y aficionado­s, el sociólogo Stéphane Beaud hacía una reflexión interesant­e: “Toda la maquinaria mediática del fútbol contribuye, pese a la multiplica­ción de canales y soportes destinados en teoría a responder a la apetencia del público, a empobrecer la informació­n y a hacerla mucho más insípida, uniforme y aséptica a causa de una menor proximidad de los profesiona­les de la informació­n con los actores del espectácul­o deportivo”.

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ALBERTO MORANTE / EFE Rafinha y Neymar saludan a Douglas al término del Sporting-Barça
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