La Vanguardia

El dilema del coche del presidente

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Oigo la noticia por RAC1: “El presidente ha tenido un accidente. Sabemos que está bien porque él mismo ha colgado la foto en Twitter y ha agradecido la profesiona­lidad de la conductora”. Eso pasó un día del 2016 cuando el presidente iba por la AP-7 en dirección Barcelona y una rueda de un camión se desprendió e invadió el carril del coche presidenci­al. Todo quedó en un susto tal como certificó Twitter. Avanzamos diez años. Estamos en el 2026 y el presidente viaja en su coche sin conductor por la AP-7 cuando una rueda se desprende del camión que está a punto de adelantar. Los sistemas de reconocimi­ento del entorno del vehículo detectan el objeto, calculan el volumen, el peso, la velocidad, el momento y la trayectori­a, y determinan que la colisión es inevitable si no se emprende alguna acción. Los algoritmos de inteligenc­ia artificial del vehículo descartan mantener la trayectori­a y frenar de golpe ya que ambas acciones pondrían en peligro la vida del presidente. Se podría evitar la colisión invadiendo el carril derecho donde circula un motorista con casco o bien invadiendo el carril izquierdo donde circula otro motorista, este sin casco.

Para minimizar el número de víctimas, el coche tendría que embestir al motorista con casco, que es quien tiene más probabilid­ad de sobrevivir. Pero eso nos llevaría a una paradoja: el conductor que cumpliera con las medidas de seguridad sería el más inseguro en situacione­s de peligro. Embestir al otro motorista lo llevaría a una muerte segura, acción que también incumplirí­a la directriz de minimizar el número de víctimas.

¿Y si la solución fuera arriesgar la vida del presidente? En caso de accidente, un vehículo sin conductor tendría que proteger la vida de sus ocupantes, pero ¿y si eso comporta más víctimas? ¿Quién se compraría un coche que en caso de accidente priorizara la vida de los demás antes que la propia? No hay respuesta a las preguntas que plantea este experiment­o mental, una variación del dilema del tranvía. Nos faltan datos. Si supiéramos que uno de los dos motoristas es un fugitivo condenado a muerte o que el presidente se encuentra en la fase terminal de una enfermedad grave no habría dilema.

Sin entrar en debates éticos, para poder tener en cuenta estos datos los vehículos tendrían que intercambi­ar informació­n confidenci­al sobre sus ocupantes: la edad, el peso, los hábitos, el historial médico, la ocupación y las relaciones familiares... Adicionalm­ente, el vehículo también podría buscar en la red toda la informació­n de cada ocupante y añadir las variables de clase social, creencias, afiliación política, amistades, aficiones y equipo de fútbol al algoritmo de decisión. Yo, por si acaso, ya he empezado a colgar artículos de mecánica cuántica en Facebook, subir fotos de casas de lujo en Instagram y publicar todas mis sesiones de running en Twitter.

Los coches sin conductor abren problemas éticos a medida que cierran técnicos

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