La Vanguardia

“El hombre idealiza a la mujer para no verla como igual”

He vivido mis años el doble al compartir la mirada de grandes artistas. Al idealizara la mujer, el hombre la convierte en objeto aunque le llame musa. La marginació­n de la mujer del arte también ha empobrecid­o al hombre. Las gestoras de museos compramos o

- LLUÍS AMIGUET

Mi padre, presidente del Cleveland Trust Bank, creía en la tradición familiar alemana de dejar sus negocios a sus hijos; no a sus hijas. Aquí es la del hereu o mayorazgo. Éramos seis y yo era la segunda, pero en los documentos trascenden­tes papá me hacía firmar la quinta –tras el primogénit­o y otros tres hermanos–, aunque dos de los varones eran menores que yo.

Afortunada­mente eso está cambiando. Pero me hacía pensar que no era tan buena como mis hermanos para hacer cosas importante­s. Otro caso de machismo lo vivieron mis buenos amigos los Hunt de Texas.

¡Los que inspiraron al Jr. de Dallas! Tres herederas de los Hunt recurriero­n y, por fin, lograron el dinero que les pertenecía a partes iguales. Y con él han financiado causas feministas y filantrópi­cas excelentes.

Usted financió el arte en los colegios. Arte enriqueced­or tanto para niños como para niñas, porque muestra cómo la igualdad de derechos en la diversidad de identidade­s es una suerte también para los varones, que también han sufrido el machismo.

¿Cómo? Lo que hubiera aportado la mujer al arte se lo han perdido no sólo las mujeres sino también los hombres: toda la humanidad. Las mujeres, además, tenemos visión periférica y una percepción para el color peculiar.

¿Por qué? Por la evolución: las mujeres éramos recolector­as y debíamos percibir los colores de los frutos y verlos diseminado­s en el bosque.

¿Hoy la mujer ha entrado en el arte? Porque antes ha entrado en la gestión de los grandes museos y en la decisión del canon: de lo que vale la pena y lo que no. No es casualidad que sea ahora cuando los grandes museos adquieren más obras de mujeres.

Usted fue de las mecenas pioneras. Mi padre, al final, aceptó darnos igualdad de oportunida­des y dividió su herencia en seis partes iguales. Había estudiado Historia del Arte y había comprobado que los museos todavía reflejaban ese machismo que priva a toda la humanidad de la mitad de su talento.

¿Y decidió corregirlo? Era una cuestión de progreso para todos. En el MoMA, por ejemplo, invitábamo­s a un artista a que eligiera sus obras favoritas y que las presentara en una exposición.

Gran idea. Elegimos a una artista, Elizabeth Murray, y ella seleccionó sólo obras de mujer.

¿Y acertó?

Eran cuadros pequeñitos, obras secundaria­s, arte, a menudo, decorativo.

Arte decorativo es un oxímoron.

Desde luego, y por eso hasta ahora a los varones que han decidido en la historia del arte, museos y galerías, les parecía que ese era el tipo de arte femenino: muy decorativo.

¿Y las musas?

Las musas o las modelos no son más que otro modo de reducir la mujer a objeto; bellísimo, pero objeto. El hombre idealiza a la mujer cuando no sabe verla como igual. Es su modo de no compartir su poder.

¿La exposición de mujeres tuvo éxito?

Histórico: Elizabeth Murray explicó así que ese no era el arte de las mujeres sino el arte que el museo cree que hacemos las mujeres.

¿La exposición cambió algo?

Poco a poco fue convirtién­dose en normal comprar grandes obras de artistas, que, además, eran mujeres, como Joan Mitchell, Louise Bourgeois o Georgia O’Keeffe.

¿Ya no eran decorativa­s?

¿Hay algo más decorativo que Matisse, por Dios santo? ¿Y las manzanitas de Cézanne?

Y nadie los ha cuestionad­o por eso.

Y en cambio, a la pobre Elizabeth Murray la tachaban de pintora “femenina”, por pintar tazas de té en sus cuadros.

¿Así dejó usted de estar acomplejad­a?

Un hombre maravillos­o me ayudó, el neurocient­ífico Howard Gardner.

¿El de las inteligenc­ias múltiples? Explicó aquí su teoría: apasionant­e.

Trabajé con Howard en el MoMA y me ayudó a entender que mi inteligenc­ia era visual y que no tienes por qué ser un científico para ser inteligent­e. El arte es una manera de ser inteligent­e sin palabras ni números.

Con formas y colores.

Y de forma más sensual y directa.

Dígame su cuadro inolvidabl­e... ¡Ya!

Los colores del Sunset de Mark Rothko. Una vez lo has visto, ya no vuelves a ver un atardecer igual.

¿Por qué?

Los cuadros maravillos­os enriquecen mi mirada y mi vida. Los veo en cada paisaje y los relaciono, y en esa relación vivo con más intensidad cada momento. Esos pintores miran conmigo el mundo. Es mágico.

¿Cuándo le ha pasado por última vez?

El otro día llovía y veía los paraguas de la gente por la calle y pensé enseguida en Gustave Caillebott­e y sus paraguas de París.

Sin paraguas París no lo sería.

¿Lo ve? El arte no es la visión de un artista sino su invitación a los demás seres humanos a compartirl­a. A veces, exige esfuerzo, pero, cuando ya la compartes, vives tu vida y, además, la suya.

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XAVIER CERVERA
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IMA SANCHÍS
LLUÍS AMIGUET
VÍCTOR-M. AMELA IMA SANCHÍS LLUÍS AMIGUET

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