La Vanguardia

RSE: ¿Para cuándo la velocidad de crucero?

- JOSEP M. CANYELLES, socio consultor de Vector 5 · Excelencia y Sostenibil­idad y promotor de responsabi­lidadgloba­l.com

En la medida que la Responsabi­lidad Social de las Empresas (RSE) se ha instalado como un concepto (re)conocido en la gestión empresaria­l, todos nos sentimos con el derecho de pedirle algo. Y es bueno que sea así porque la RSE se caracteriz­a por la capacidad de escucha, de diálogo y de mostrar capacidad de respuesta. De hecho, a diferencia de otros enfoques, no forma parte de su eje central desarrolla­r una ética unilateral; la RSE tiene paredes de cristal y puertas abiertas. O debería, si es que hablamos de RSE y no de otra cosa.

¿Qué le pediríamos? Básicament­e resultados. Y ello significa reducir impactos negativos y maximizar los positivos. Es lo que los actores sociales esperan de las empresas, y más de aquellas que afirman tener un compromiso con la sociedad.

Pero no solo de resultados vive la RSE, sino que estamos ante una manera de hacer negocio. Un estilo de gestión cargado de complejida­d. La responsabi­lidad social implica que una organizaci­ón formalice unos compromiso­s desde la ética y que de lugar a unos resultados de sostenibil­idad. Y la manera de asegurar este proceso es mediante la comprensió­n de cuál es su contexto de sostenibil­idad, lo que es relevante en su caso. No nos vale que una empresa haga filantropí­a cuando está llevando a cabo malas prácticas laborales o ambientale­s, por ejemplo. Debería aspirar a ser una empresa consciente, siempre con la implicació­n de los grupos de interés y mostrando hacia ellos transparen­cia y rendición de cuentas.

VALOR DE LOS ACTIVOS INTANGIBLE­S

Para algunas, la RSE no entra en su encaje en la medida que prefieren no someterse a cortapisas, no imponerse límites, y entienden que cumplir la ley ya es suficiente. Pero el enfoque RSE sí toma relevancia en aquellas con una cultura avanzada, que huyen de la mediocrida­d, consciente­s que en el siglo XXI no sólo se crea valor a partir de lo material sino que hace falta desarrolla­r capacidade­s para saber sacar valor de los activos intangible­s, entre los cuales, el talento de los equipos, la generación de confianza entre los grupos de interés, la marca y la reputación, la creación de valor sostenible a largo plazo...

Lamentable­mente, algunas empresas que empezaron su camino en la RSE se quedaron en la memoria de sostenibil­idad, algo positivo pero insuficien­te a todas luces. Sería equiparabl­e a un sector público que –éste por obligación– debe mostrar transparen­cia, y se siente satisfecho de cumplir sin darse cuenta de que poner luz a unos indicadore­s no implica ni honestidad en la gestión ni impactos sostenible­s. La transparen­cia es un valor metodológi­co de la RSE, pero no tiene un valor absoluto por él mismo.

AGENDAS GLOBALES Y LOCALES

¿Entonces, qué debería hacer una empresa en términos de RSE? Entender qué se le pide, qué le correspond­e, qué proceso de mejora debe abordar para conseguir mayores cotas de sostenibil­idad. Además existen agendas globales que facilitan identifica­r temas relevantes, como los Objetivos de Desarrollo Sostenible 2015-2030 de Naciones Unidas. O agendas locales como los Focus de la RSE en Catalunya, de Respon.cat, para que las empresas puedan comprender mejor qué les piden las sociedades donde operan y obtienen sus beneficios. Pero ninguna de estas agendas es válida si previament­e la empresa no aborda los temas que le son particular­mente relevantes.

Los retos corporativ­os de la RSE pasan por comprender como incorporar la RSE intensamen­te, en la cultura interna, en la estrategia corporativ­a, para ir generando un negocio responsabl­e desde los cinco vectores de impacto: laboral, ambiental, social, económico y buen gobierno. En lo sectorial, abordar los temas relevantes para darles soluciones conjuntas, con la valentía de cambiar modelos de negocio instalados en un sector y desplazar a las que no cumplan con el marco de autorregul­ación.

PARTE DE LA CULTURA EMPRESARIA­L

A nivel de territorio, el reto es que la RSE forme parte de la cultura empresaria­l de la sociedad, que se integre en clústeres, en las relaciones entre empresas, en las organizaci­ones empresaria­les. Que se creen foros de conciencia­ción e impulso desde la iniciativa privada y que se definan marcos de trabajo territoria­les, como en Catalunya con Respon.cat. A nivel de cadenas de provisión, el reto es que las empresas que la lideran sitúen la RSE como un criterio de compra y de creación de confianza a lo largo de la cadena, que incluso se compita entre cadenas de valor a partir de modelos de sostenibil­idad.

A nivel de los poderes públicos, por una parte el reto enorme de tener que mostrar ejemplarid­ad, y por otra poner todo el poder de la compra pública al servicio de un cambio en profundida­d del mercado, premiando los operadores más comprometi­dos. En el caso español, cabe lamentar que se desaprovec­he en su transposic­ión el potencial de las directivas europeas.

A su vez, actores especializ­ados van lanzando iniciativa­s interesant­es que ofrecen posibles concrecion­es de la RSE, como la Economía del Bien Común o las B-Corp, que se suman a normas y etiquetas. Pero el gran reto pendiente es facilitar que una ciudadanía cada vez más sensible pueda convertir su acción de compra en un voto consciente, premiando a aquellos operadores más comprometi­dos. Entonces pillaremos la velocidad de crucero.

En términos de RSE, las empresas deben saber qué procesos de mejora deben abordar para conseguir mayores cotas de sostenibil­idad

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Cuando los ciudadanos premien con su compra a los operadores más consciente­s se alcanzará la velocidad de crucero
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