Elena Martín
CONSERVADORA DEL MUSEO OTEIZA
Tras una ausencia de tres décadas en Barcelona, la Fundació Catalunya-La Pedrera celebra la trayectoria de Jorge Oteiza con una gran retrospectiva del escultor vasco comisariada por Elena Martín y Gregorio Díaz Ereño.
Duermo con los brazos en alto, pero no me rindo / moriré de rabia, pero no de viejo”, advirtió Jorge Oteiza (Orio, 1908- Donostia-San Sebastián, 2003) en uno de sus poemas, consciente acaso de que su obra acabaría venciendo el paso del tiempo y continuaría hablando por él mismo. Porque para Oteiza, escultor excepcional, el arte era una herramienta de construcción, de autoconocimiento, de aprendizaje espiritual para “la percepción libre de la realidad”. “Mis esculturas fabrican hombre”, decía. Y cuando sintió que había llegado ese momento, en 1959, apenas dos años después de que la Bienal de São Paulo lo pusiera en el disparadero internacional, abandonó la escultura y salió a la vida para aplicar la ética y la estética adquiridas en su laboratorio experimental en revolucionarios proyectos pedagógicos para la construcción de un hombre nuevo. Esa fue su gran pelea.
“El arte no transforma nada, no cambia el mundo, no cambia la realidad. Lo que verdaderamente transforma el artista, mientras evoluciona, transforma y completa sus lenguajes, es a sí mismo. Y es este hombre transformado por el arte el que puede, desde la vida, transformar la realidad. El artista fabrica su lenguaje individualmente pero con un destino social”. Las palabras de Oteiza, escultor, poeta, ensayista, arquitecto,activista cultural, infatigable, rebelde y contestatario, sabio y contradictorio, siempre complejo, abren la gran retrospectiva que le dedica la Fundació Catalunya-La Pedrera. El motor de su pensamiento estético y vital. Por lo que hará bien el visitante en llevarlas consigo mientras recorre Oteiza, la desocupación del espacio, muestra que compendia toda la trayectoria del escultor a través de casi un centenar de esculturas procedentes en su mayoría de los fondos de la Fundación Museo Jorge Oteiza, en la localidad navarra de Alzuza, a nueve kilómetros de Pamplona. Lo diseñó Sáenz de Oiza y fue allí donde el artista había establecido su residencia. En la puerta de la casa colgó durante años un cartel: “Déjenme tranquilo, estoy tratando de sobrevivir»
Oteiza, la desocupación del espacio es la primera antológica que se presenta en Barcelona desde la ya lejana Propósito experimental que le dedicó la Fundació La Caixa en el Palau Macaya en 1988. Más tarde, en el 2003, la desaparecida Caixa Girona organizó en torno a su obra Oteiza, el obrero metafísico, en cuya preparación participó el propio escultor. Pero para toda una generación de barceloneses esta necesaria exposición tendrá mucho de descubrimiento.
Tanto Marga Viza, directora del Área de Cultura de la Fundació Catalunya-La Pedrera, como Elena Martín, comisaria de la muestra junto a Gregorio Díaz Ereño, director del Museo Oteiza, coincidían ayer en señalar la singularidad de
La Fundació CatalunyaLa Pedrera reúne casi un centenar de obras del Museo Oteiza El arte hace al artista, decía, “y ese hombre transformado puede transformar la realidad”
mostrar las obras en un edificio de Gaudí –a quien Oteiza admiraba–, y el fecundo diálogo que estas establecen con el espacio arquitectónico. “Lo más importante y definitorio que vi, como estatua, fue en mi visita al taller de Gaudí, en la Sagrada Familia, un fragmento de columna o de arco, una piedra sola abandonada en el suelo pero reco- rrida por una tensión física imperceptible que le viene (de dónde, para qué) como un pensamiento que la habita libremente y que no se irá ( .... ) Una piedra quieta y que está viva... , escribió. Oteiza publicó doce libros y desahogó obsesivamente sus reflexiones en cerca de 10.000 manuscritos. “La poesía es lo que me cura, lo que me hace soportar la angustia y me devuelve el equilibrio. La poesía es mi marcapasos”, decía.
Oteiza, la desocupación del espacio echa a andar recreando un momento poético en lo que fue la capilla de la Casa Milá: el encuentro de una Maternidad (1935) de su primera etapa figurativa, justo en el momento en que emprende una
larga estancia en diversos países de Latinoamérica para estudiar la estatuaria megalítica, enfrentada a
Caja vacía con color desocupante,
de 1957, una escultura liberada ya de la esclavitud de la materia y encarnada simbólicamente en el vacío. Entre una y otra, una columna de Gaudí en la que se pueden leer algunas inscripciones: “Perdón”, “Olvida”... Principio y final de viaje.
La exposición muestra a Oteiza trabajando en su laboratorio experimental, de tiza, donde investiga con materiales fáciles de manipular (escayola, alambre, tizas o latas de sardinas, “que me sirven de alimento físico y espiritual”) en torno al omnipresente conflicto entre materia y espacio. La exposición se detiene también en Aránzazu y los apóstoles prohibidos que diseñó el escultor entre 1950 y 1955 para la basílica guipuzcoana y que por veto eclesiástico (las consideraba inadecuadas y brutalistas) permanecieron doce años tirados literalmente en una cuneta. En los años 60 se levantó la prohibición y Oteiza pudo intervenir en 1969 en la parte superior de la fachada modificando el proyecto inicial , incorporando una Pietà, en la que la Virgen tiene a sus pies al hijo muerto e implora una respuesta a su dolor.
La exposición se detiene también en su participación en la IV Bienal de São Paulo, donde recibió su primer gran reconocimiento internacional y que lo situaba al lado de nombres como Max Bill o Henry Moore. De las veintiocho piezas agrupadas en familias experimentales que componían su Propósito
Experimental, han viajado a Barcelona ocho, que presentan formas desafiantes de apertura y desocupación, como la espacial Suspensión vacía (Estela funeraria de homenaje al constructor aeronáutico René Couzinet). La muestra concluye con sus cajas metafísicas en las que buscó la presencia de la ausencia (Homenaje a Velázquez, Unidad mínima...).
Oteiza comparaba sus esculturas con los ladrillos que sirven para levantar una pared. “Ninguno es más importante que otro. Con las esculturas se fabrican hombres y cuando esta fabricación se ha acabado, las esculturas quedarán como subproductos”. El artista como resultado de la suma de su obra. En su caso, dos hombres como mínimo:“Uno exterior un poco provocador, alocado, despreocupado y loco, el más fácil de ver y equivocarse, es mi caricatura; yo soy el que está detrás, que se esconde y protege”.