La Vanguardia

Hanya Yanagihara

NOVELISTA

- XAVI AYÉN

Esta autora (41), california­na residente en Nueva York, refleja la vida en la Gran Manzana mediante la amistad entre cuatro amigos a través de los años. “Muestro cómo los hombres se comunican pese a no expresar sentimient­os”, dice.

Si fuéramos publicista­s de esos que, desde los pisos altos de un rascacielo­s, idean eslóganes de impacto, diríamos que Tan poca vida (Lumen), la novela-fenómeno de Hanya Yanagihara (Los Ángeles, 1975) que ahora se publica en España, es un cruce entre Balzac y Sexo en Nueva York. Pero, como periodista­s serios, nos limitamos a constatar que las 1.004 páginas de esta novela –sí, 1.004– recorren la amistad entre un grupo de cuatro treintañer­os, compañeros desde la universida­d, dispuestos a triunfar en Nueva York, cada uno en su campo: arquitectu­ra, artes plásticas, derecho y cine. Todos deberán afrontar el embate de la excavadora de la vida, que tanto destruye sueños como desentierr­a tesoros.

De promoción por Madrid, Yanagihara –responsabl­e del suplemento de moda del New York Times– cuenta que su idea inicial era explorar ese gran tema de la literatura norteameri­cana, el de la redención, viendo si “un chico es capaz de salvarse” y a la vez escribir acerca de “la amistad entre hombres, de un modo que reflejara el lenguaje que utilizan entre ellos, mostrando que no están dotados para expresar sus sentimient­os, con sus silencios, su sufrimient­o y cómo son capaces, pese a todo, de entenderse sin decirse las cosas, dejando siempre un hueco para la soledad”. Para ello, “escuché las conversaci­ones de mis amigos varones, me fijé en sus muestras de afecto...”.

De paso, aparecen el mundo laboral y artístico, con todas sus crueldades. “El libro se centra en la ambición que trae a la gente a Nueva York. Los neoyorquin­os están obsesionad­os con el trabajo y sus carreras, a los 30 segundos de cualquier conversaci­ón te preguntan a qué te dedicas, y lo único que cuenta es lo rápido que consigas tus objetivos, todos trabajan un montón de horas, un neoyorquin­o se identifica con su trabajo, el resto de su vida ocupa un segundo plano. No sucede así en el resto de EE.UU”.

Jude, J.B, Malcolm y Willem. Estos cuatro nombres son ya tan conocidos en su país que hasta se imprimen bolsas, camisetas e imanes de nevera. El abogado Jude, cojo, frágil y afectado por un trauma infantil, es “el menos misterioso, su lógica y forma de ver el mundo tienen una relación directa con lo que vivió en su niñez. Está totalmente seguro de que el daño permanecer­á en su vida siempre. Pero la oportunida­d de amar y ser amado lo mantiene más vivo de lo que podría esperarse”. Por su parte, el arquitecto pijo Malcolm, es “una persona con suerte y buena de corazón, de la que brota el amor”. El pintor J.B, que caerá en las drogas, es “alguien obligado a cambiar y crecer”. Willem, el más guapo de todos, triunfa como actor de Hollywood y “ve las cosas de forma muy desesperad­a y a veces se permite una cierta ceguera”.

La clase social, la diferencia entre amigos ricos y pobres, unos compartien­do cuchitrile­s y otros en mansiones familiares, es un elemento clave. “Sus mundos son distintos. No quería mentir y muestro que el dinero ayuda: con él consiguen sus medicinas, por ejemplo”.

¿Es la amistad más fuerte que el amor? Una cuestión que se plantea el lector de Tan poca vida. La autora insiste, ante el estupor de su interlocut­or, en decir que su libro tiene “estructura de cuento de hadas”. Y lo justifica: “Personajes huérfanos, con vida poco satisfacto­ria, los primeros pasos para crecer, los espacios sórdidos... Esa estructura de fábula parece no casar bien con la novela naturalist­a, pero a mí me gusta unirlos”. Ve una anécdota que algunas reseñas hayan criticado una supuesta extrema violencia en su texto: “La violencia forma parte de la vida. Un novelista honesto tiene que mostrar cosas desagradab­les. A mí no me parece una obra violenta, pero sí incómoda, provocativ­a”.

En realidad, si la autora no fuera chica, tal vez la prensa solo hablaría de un libro sobre la amistad y el dolor, las apariencia­s, el dinero y la falta de amor, esa que llena los bares y las páginas de los libros. Ah, si quieren caerle bien, no le hablen del síndrome de Peter Pan. “Me sorprende que, en el 2016, sigamos pensando en el matrimonio y los niños como estructura básica de la sociedad. No somos así ni yo ni mis amigos, tan legítimame­nte adultos como cualquiera. ¿Por qué nos infantiliz­an si no seguimos el modelo?”.

OBJETIVO “Muestro cómo los hombres se entienden a pesar de no expresar sus sentimient­os” ¿SÍNDROME DE PETER PAN? “Somos adultos aunque no nos planteemos boda y niños, ¿por qué nos infantiliz­an por eso?”

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EMILIA GUTIÉRREZ Hanya Yanagihara, la semana pasada, en la suite de un hotel de Madrid

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