El futuro del PSOE
SE ha dicho y se ha reiterado que las elecciones vascas y gallegas del pasado domingo tenían una lectura política estatal. Vistos sus resultados, dicha lectura se puede sintetizar en el titular de portada de nuestra edición de ayer: el PP sale reforzado mientras que el PSOE acentúa su declive. Los números del recuento son inequívocos. Alberto Núñez Feijóo, al frente de la candidatura popular, ha triunfado en Galicia, manteniendo los 41 escaños y revalidando su mayoría absoluta. En el País Vasco, el vencedor ha sido el PNV de Iñigo Urkullu, que ha ganado dos diputados, situándose en 29, a pesar del desgaste que suele conllevar toda acción de gobierno.
En Galicia y en el País Vasco han vencido, pues, distintas fuerzas políticas. Pero en las dos comunidades ha retrocedido el PSOE. En Galicia, el PSdG ha pasado de 18 a 14 escaños. En el País Vasco, el PSE-EE ha caído de 16 a 9. En ambas autonomías, Podemos o sus grupos afines igualan o superan ya en escaños al PSOE.
Son dos castigos claros a la fuerza que dirige a nivel estatal Pedro Sánchez, y por tanto son dos castigos a su persona. Así debe entenderlo también él mismo, que ayer, en la comisión permanente del comité federal socialista, comunicó su intención de convocar primarias para la elección de secretario general el 23 de octubre, así como la celebración del anunciado, y aplazado, congreso federal del 3 al 4 de diciembre.
Los resultados de las elecciones gallegas y de las vascas no han sido positivos para el PSOE. Tras los comicios del 20-D, algunos anunciaron el fin del bipartidismo, al tiempo que Podemos y Ciudadanos se erigían como fuerzas que tener en cuenta. El 26-J, estos dos partidos obtuvieron peores resultados, y pareció que PP y PSOE aguantaban, en distinta medida, el tirón. Pero ahora se acaba de ver que mientras el PP conserva posiciones, el PSOE no deja de debilitarse.
Es obvio que el secretario general, Pedro Sánchez, tiene una responsabilidad en todo ello. Es probable que una posición más dialogante, y una abstención en la última sesión de investidura de Mariano Rajoy, a cambio de unas exigencias reformistas específicas, hubiera permitido formar gobierno y, de paso, trasladar la presión al líder conservador. Pero es seguro también que este declive no es únicamente atribuible a una sola persona. Por el contrario, el retroceso del PSOE tiene causas colectivas. Sánchez ha sufrido desde primera hora el acoso de altas figuras de su partido, en lo que ha sido una actitud desleal para él y lesiva para el PSOE.
Ayer, en rueda de prensa a primera hora de la tarde, Sánchez insistió en su planteamiento de negar apoyos pasivos al PP y de tratar de formar un gobierno alternativo de izquierda. También ayer, se oyeron voces de barones que criticaban los últimos planes de Sánchez.
Ese no es el camino. Con Sánchez o sin él al frente de la nave, el PSOE debe cambiar de actitud. Quedan muy lejos los tiempos ilusionados de sus mayorías absolutas. Ahora, superado en alguna autonomía por la derecha y la izquierda, el PSOE otea un horizonte incierto. Sus seguidores reclaman, sea quien sea el candidato, un programa detallado y transparente. Los votantes socialistas, que asisten atónitos a las batallas intestinas del PSOE, a los duelos de egos, tienen derecho a exigir que el partido dedique todo su potencial a la lucha contra sus rivales, en lugar de a debilitarse. Por coherencia. Y también porque, de lo contrario, el declive en el que se halla sumido puede agudizarse todavía más.