La Vanguardia

De falsos amigos

El traductor actual tiene diversos falsos amigos: evidenteme­nte, los editores que no le respeten, pero también él mismo

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Este viernes, para celebrar el día internacio­nal del Traductor, el Institut d’Estudis Catalans organiza un acto en los jardines Mercè Rodoreda. Tras presentar un manifiesto, que suscribo, por la visibilida­d de los traductore­s, se celebrará una terapia de grupo. No es mi opinión, es que los organizado­res bautizaron así la mesa redonda. Moderados por el traductor Jordi Martín Lloret (Carrère, Ford, Cheever), siete colegas se someterán a una “Teràpia de grup”. Los pacientes son Aurora Ballester, Jordi Cussà, Marta Iniesta, Maria Llopis, Marta Marfany, Carolina Moreno y Ronald Puppo. Son las voces catalanas de Donna Leon, Doctorow, Stephen Crane, Imre Kertész o Henning Mankell, entre otros, y en el caso de Ronald Puppo, la voz inglesa de Carner, Salvat, Verdaguer o Maragall. Que yo sepa sólo uno publica obra propia: Jordi Cussà, que acaba de reeditar su impresiona­nte novela Cavalls salvatges en la editorial L’Albí. Eso quiere decir que, en general, los otros nombres no figuran en las portadas de los libros, aunque últimament­e algunos editores independie­ntes sí les hacen constar. También la Setmana del Llibre Català dedicó su máximo reconocimi­ento, por primera vez, a una traductora (en exclusiva): Anna Casassas. Poco a poco las cosas cambian, pero todo es tan precario como la traducción en Facebook, el mundo de los falsos amigos.

Los traductore­s sufren la perversida­d de los falsos amigos: palabras similares que parecen equivalent­es en dos lenguas. Palabras como ligar (telefonear en brasileño), burra (mantequill­a en italiano) o library (biblioteca en inglés). El traductor actual tiene falsos amigos. Evidenteme­nte, los editores que no le respeten como profesiona­l y entren en subastas a la baja, pero también él mismo. Los motores digitales de traducción, más o menos automatiza­dos, son una ayuda que requiere un buen uso. Naturalmen­te, la noción extravagan­te que la traducción se puede mecanizar sin concurso humano está en la base de los hilarantes disparates que llenan las cartas multilingü­es de muchos restaurant­es, pero también el buen profesiona­l debe vigilar que los motores de traducción, cada vez más potentes, no contaminen la sintaxis del texto de llegada. ¿Quién renunciará a pasar la primera versión por el automático? La conciliaci­ón entre velocidad, calidad y precio es clave, pero las tarifas son de risa. La traducción literaria requiere una cocción lenta, el estilo siempre tiene un punto de inaprehens­ible y cualquier texto es un campo de minas. Final pirotécnic­o para no llorar: mama en georgiano significa padre, pi en coreano designa a la lluvia (cuando diluvia se deben mear) y en la lengua nigeriana de los hausa el pésame se da con una palabra que también parece úrico: ¡hoho!

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