La conspiración del micrófono
Trump encuentra en la amplificación de su voz la excusa para justificar su falta de preparación para el debate
El que exhibe el cartel de apoyo a Hillary Clinton se presenta como Alex Hayes, estudiante de 19 años y con novia originaria de Bolivia. Así que está sensibilizado. “Trump tiene un estilo muy duro con la inmigración –explica–, con todo el que no habla inglés o luce diferente a él. Me atemoriza la dirección que puede coger este país si él sale elegido. No será el país abierto que da la bienvenida”.
A su lado se halla un colega en esta Universidad de Hofstra, en Hempstead, Long Island (Nueva York). Responde por Alexander Mirsky. Suscita atención por la leyenda de su camiseta azul. “Trump. President 2016. Fire the idiots”: despide a los estúpidos. –¿Te has fijado por detrás? Pues no. Así que se gira. “Donald Trump, por fin alguien con pelotas”. Escrito en el idioma del trumpismo. Alex se ríe. “Somos amigos. Pese a votar diferente no estamos en desacuerdo en todo, esto no es una cuestión de blanco o negro”, subraya Mirsky.
“Me gusta Trump porque veo fuerza, me veo a mí”, suelta sin rubor alguno. “¿Demagogo, egocéntrico? Le apoyo por sus políticas, no por cómo lo califican”.
Lección de convivencia. Se pierden sonrientes en este rincón en el que las cadenas de televisión por cable han montado pantallas gigantes. Metros más allá se encuentra el control de seguridad para acceder al primer cara a cara entre la primera mujer aspirante a la Casa Blanca y el macho alfa de los negocios. Al cruzar la barrera se entra en el supuesto mundo adulto que mezcla a periodistas, políticos y celebrities.
El empresario Mark Cuban, tan voluble y lenguaraz como el magnate conservador, se las tiene con uno de los legisladores que apoyan al republicano. “Cuando alguien es ofensivo y no entiende que es ofensivo, es capaz de ser imperialista”, zanja Cuban. Frente a las cámaras razona por qué abandonó a Trump y abrazó a Clinton. “Se trata de confrontar hechos contra simple presencia”.
Al auditorio acceden los invitados de cada bando. Don King, referente en el pugilismo a guantazos, sostiene que el inmobiliario “es un innovador”. La frase resuena luego cuando Clinton acusa a su rival de ser uno de los promotores de la grave crisis de las hipotecas que dejó a cinco millones de estadounidenses sin hogar.
Las buenas maneras del apretón de manos inicial –precedido por otro entre el marido, Bill, y la esposa, Melania, que despierta run run en la sala de prensa, ¿por qué será?– se difuminan pronto.
Noventa minutos después, los miembros de las campañas respectivas y sus amigos entran en el spin room para comentar la jugada. “Me ha sorprendido lo profundamente mal preparado que ha venido Trump”, indica Robby Mook,
Los estudiantes de la Universidad Hofstra dan una imagen de convivencia superior a la de los políticos
portavoz de Hillary Clinton.
¿Y el muro?, le cuestionan al senador Jeff Sessions, defensor de Trump. “Es importante en su agenda y adecuado para que no entre gente con tendencias terroristas”. No desprende euforia.
Por esa zona mixta cae Trump. Aunque Rudy Giuliani le aconseja que no vaya a los otros dos debates si no se garantiza un moderador imparcial, el candidato aprueba a Lester Holt (horas más tarde lo crucificó). En su vuelta al ruedo, en el que se lanza flores –“lo he hecho muy bien” o “he ganado”, en contra de la opinión general–, se muestra perdonavidas. No ha sacado trapos sucios de los Clinton porque en platea estaba su hija, Chelsea. Y tiene lista su excusa de perdedor. “Mi micrófono estaba defectuoso. ¿A propósito? No quiero hablar de conspiración, pero iba mal”.
Al otro lado de la barrera, los estudiantes Gerard y Nino denuncian otra conspiración. En su pancarta reclaman la apertura del McHerber, su bar favorito.