La bella, lunática e indescifrable Barcelona
EL general Baldomero Espartero tenía como afición girar 180 grados los cañones que desde Montjuïc apuntaban al mar y bombardear Barcelona en cada insurrección popular. Así consiguió que desaparecieran 462 edificios de la ciudad. En ocasiones, parece que algunos barceloneses lleven un Espartero dentro y quisieran borrar señas de identidad del paisaje urbano. Maragall decía que en el barcelonés conviven el narcisismo y el sufrimiento: somos capaces de poner banda sonora a los fuegos artificiales y al mismo tiempo queremos convertir en una pira con música algunos de los referentes ciudadanos.
En la misma semana, el concejal socialista Dani Mòdol ha calificado de “farsa” la construcción de la Sagrada Família, a la que considera una “mona de Pascua”, y la concejal cupera María José Lecha ha propuesto retirar la estatua de Colón. Seguramente no tiene la capital catalana mejores iconos, como lo certifican las encuestas del propio Patronat de Turisme. Por en medio, el Consistorio de Ada Colau ha decidido tapar con una cortina el espléndido retrato de la reina regente en el salón de plenos, de Francesc Masriera (su obra se reparte entre el MNAC y el Prado), sin que se tenga noticia de que la dama perjudicara en nada a Barcelona más allá de haber inaugurado la Exposición Universal de 1888.
No es nuevo que los habitantes de esta urbe que García Márquez definió como “bella, lunática e indescifrable” tengan opiniones que respondan a tales calificativos. Gaudí fue insultado por la Pedrera, a la que L’Esquella de la Torratxa consideraba un garaje para dirigibles. La estatua del doctor Robert , de Josep Llimona y Lluís Domènech i Muntaner, fue comparada antes con un pastel. E incluso el Palau Nacional, de Enric Catà, fue abominado por Alexandre Cirici, que pidió su derribo. Lo único bueno de tanto afán descalificador es que el tiempo pone a cada denigrador en su sitio. Lo malo es que el ridículo se demora en el tiempo.