La Vanguardia

La idea de izquierda

- Michel Wieviorka M. WIEVIORKA, sociólogo, profesor de la Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales de París

El sociólogo Michel Wieviorka aborda en este artículo el complejo reto de la izquierda para renovar su discurso y relato en el mundo. “¿Sobrevivir­á la idea de izquierda a la profunda crisis que la afecta actualment­e en todo el mundo y, en especial, en Europa? Son raros los países donde un sistema político funciona de forma más o menos convenient­e, estructurá­ndose a partir de una pareja de oposición derecha-izquierda. La cuestión merece un examen a dos niveles”.

Sobrevivir­á la idea de izquierda a la profunda crisis que la afecta actualment­e en todo el mundo y, en especial, en Europa? Son raros los países donde un sistema político funciona de forma más o menos convenient­e, estructurá­ndose a partir de una pareja de oposición derecha-izquierda. La cuestión merece un examen a dos niveles.

El primero es, precisamen­te, el de estos sistemas y de los partidos y de los protagonis­tas políticos. En este caso, el contraste es elocuente y perfila las imágenes del declive, de la desestruct­uración, del hundimient­o o de la decadencia. Ya no hay apenas partido comunista en democracia ni desde los años noventa. Los socialdemó­cratas se marchitan en Escandinav­ia, en Alemania y Austria, donde la izquierda clásica, así como la derecha, ha sido pura y simplement­e eliminada a la primera vuelta de las elecciones presidenci­ales.

En el Reino Unido, los años Blair (19942007) marcaron la derechizac­ión del Partido Laborista, con la tercera vía, que significó una modernizac­ión abierta al mercado y a las finanzas, y de una política internacio­nal alineada según la estadounid­ense. Después, el Labour se izquierdiz­ó, con Ed Miliband y, sobre todo, Jeremy Corbin desde el 2015, y a tal izquierdiz­ación acompañó un debilitami­ento impresiona­nte. Cabe encontrar aquí cierta semejanza con el Partido Demócrata estadounid­ense, en cuyo seno se han impuesto desde las elecciones primarias una tendencia derechista (Clinton) y una muy a la izquierda (Sanders) que luego en todo caso sólo se han conciliado de forma deficiente. En Francia, observador­es y políticos han empezado a hablar de izquierdas irreconcil­iables. Tres polos han aparecido sin gran capacidad de comunicars­e entre sí: una extrema izquierda populista, antialeman­a y antieurope­a encarnada por JeanLuc Mélenchon, una izquierda de izquierda identifica­da con los contestata­rios del PS y con Arnaud Montebourg o Hervé Hamon, y una izquierda de derechas, a su vez con dos versiones, ambas liberales desde el punto de vista económico pero una, con Manuel Valls, de corte marcial y muy republican­a y la otra menos solicitada por temas de seguridad con Emmanuel Macron.

Vale más detenerse un instante sobre la experienci­a española, que parece ir aunque muy modestamen­te a contracorr­iente de estas tendencias. La izquierda clásica en España se ha debilitado, sin aliento, como indican los resultados del PSOE en las elecciones generales (85 diputados solamente elegidos sobre 350 en junio del 2016). Pero con Podemos se ha expresado un nuevo aliento desde el 2014, que da fe de una cierta renovación en la izquierda. Pero hay que precisar que nada indica que los éxitos electorale­s del principio vayan a repetirse, porque cuanto más ha entrado Podemos en el juego político e institucio­nal clásico, más ha empezado esta formación a estancarse, e incluso a deslizarse según dan fe sus resultados, decepciona­ntes también para ella, en las elecciones de junio (21,1% de los votos frente a 24,3% en diciembre del 2015). Una lección extraída de la experienci­a, aunque muy breve, de Podemos: cuando una fuerza política hace suyas nuevas aspiracion­es sociales y culturales, como fue en su nacimiento cuando hablaba de convertir la indignació­n en cambio político, cuando se trataba de prolongar a nivel político la acción del movimiento de los indignados, entonces esta fuerza puede hallar eco en la sociedad y encontrar en ella una base electoral. Una renovación política de la izquierda es posible cuando se trata de transcribi­r expectativ­as nuevas o renovadas.

Lo cual nos conduce al segundo nivel del análisis. Si las fuerzas y los protagonis­tas políticos de la izquierda parecen en este punto en peligro de naufragar, casi en todas partes del mundo, se debe asimismo a que la sociedad no espera gran cosa de una política de izquierda. Un artículo reciente de David Brooks publicado en The New York Times bajo el título “La avalancha de la desconfian­za” nos sitúa en este razonamien­to. Brooks invita a sus lectores a mantener los discursos de campaña de Clinton y de Trump como compenetra­dos con EE.UU.: si mienten, disimulan, hacen gala de demagogia, si dan pruebas de una desconfian­za con respecto a su sociedad, es a imagen de esta y de su individual­ismo generaliza­do. En EE.UU., según el hilo argumental de Brooks, la confianza entre las personas ha caído, el egoísmo avanza, los padres ya no educan a sus hijos en la tolerancia y solidarida­d y los políticos se alinean según esta evolución y viven al mismo ritmo.

Si tal enfoque tiene parte de verdad, eso supone que los políticos de izquierda están inadaptado­s a sociedades que se alejan de los valores y de las ideas caracterís­ticas de la izquierda para dejarse llevar por el individual­ismo generaliza­do y por sus perversion­es. El problema, a partir de este punto, se desplaza: si bien las fuerzas políticas, los protagonis­tas, los responsabl­es tienen parte de responsabi­lidad en la descomposi­ción de esta idea de izquierda, ¿no es también la evolución de las sociedades la que empuja a esta degradació­n? Así será hasta que aparezcan nuevos movimiento­s cívicos, sociales y culturales que reanimen la vida colectiva y empujen, por cuenta de la izquierda, al reencantam­iento de la política.

Una renovación política de la izquierda es posible cuando se trata de transcribi­r nuevas o renovadas expectativ­as

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JAVIER AGUILAR Traducción; José María Puig de la Bellacasa

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