Ese olor a rancio
Aunque siempre existe el riesgo de publicar un artículo desfasado, porque los acontecimientos van más rápidos que la impresión, en el caso de la crisis del PSOE el riesgo viaja a velocidad cósmica. Todo cambia al minuto y el juego sucio, la puñalada trapera y el resto de finos sustantivos del verbo conspirar se acumulan con tal celeridad que el titular de ahora mismo puede haber cambiado al final del artículo. Con lo cual, si este texto pasa a mejor vida antes de nacer, habrá que pedir indulgencia.
Con todo, más que analizar la letra pequeña de la crisis, parece necesario tomar distancia de las contingencias al minuto, y observarla con un prisma más global. Pase lo que pase en el PSOE, sea una implosión con efecto racimo, sea una solución de paja, oportuna para reforzar posiciones, sea el asalto final del sultanato, con baronía incluida, lo que realmente habrá ocurrido es un choque de siglos, es decir, una confrontación sangrante entre el viejo partido del siglo XX y el nuevo, del siglo XXI. Y el eje del choque no se sitúa en la “juventud” o “senectud” de
El PSOE está viviendo su 15-M particular, su catarsis griega, y de ahí saldrá otro partido
los contendientes, porque hay edades para todos los gustos en ambas almas. Más bien se trata de haber asumido o rechazado las nuevas formas de seducir, liderar y hacer política.
Para aterrizar en lo concreto, Pedro Sánchez es un líder de la época del Twitter y la militancia, y Susana Díaz, amparada por el poderío fáctico pasado por la República Dominicana, es la líder de los tiempos de la vietnamita. Salvando las distancias ideológicas –que son importantes–, Sánchez está más cerca de las mareas, los comunes y las confluencias que de ese partido regido por un laberinto de leyes internas, estatutos vitriólicos y aristocracia bonsái. Y ese puede ser el error de las huestes de Felipe, no haber entendido que pasó el siglo, cambiaron los protocolos y hoy es más creíble un líder forjado a sí mismo y capaz de resistir las inclemencias más barriobajeras que unos tipos oxidados que viven felizmente acomodados en las posaderas de su acumulado poder.
Con todos sus errores, que los hay y alguno ha sido grueso, no cabe duda de que Sánchez representa otra forma de entender los partidos políticos, liberados de las viejas estructuras asfixiantes y endogámicas, que nada tienen que ver con el interés de la gente. Se han acabado los partidos magmáticos, con cúpulas autárquicas y censoras y directrices de pensamiento único. Quizás esto es lo único bueno que sacarán los votantes del PSOE de todo este gran lío, que se consolidará otra forma de vivir la militancia política. Y en este punto, le corten la cabeza a Sánchez o consiga mantenerla, nada será como antes. El PSOE está viviendo su 15-M particular, su catarsis griega, y de ahí saldrá otro partido, u otros, pero no parece que se pueda mantener ese viejo mamut, tutelado por glorias oxidadas, que aún se rige por las normas del aparatchik.