Retrato de familia
La semana nos deja una fotografía de familia rota. Tanto, que cualquier atisbo de reconciliación parece imposible. No hay inquilino que apueste por la cicatrización de las heridas de los vecinos de escalera después de haberles oído las descalificaciones más procaces y los agravios más dolidos. Menos aún cuando los gritos han saltado del domicilio a la finca provocando comentarios de todo el pueblo. Aunque algún día próximo la pareja salga de casa cogida del brazo para hacernos creer que todo fue un espejismo, sabemos que nadie ha sido ajeno al lamentable espectáculo socialista. Por alejados políticamente que estuvieran, los ciudadanos se han hecho cruces de la descomposición de una parentela de la que sabíamos diferencias pero a la que suponíamos capacidad de superación. Vana ingenuidad.
Lejos queda aquel tiempo falseado en el que pretendían hacernos creer que los miembros de la cúpula de un partido político además eran amigos. Sobre todo los de izquierdas. Cuando fue así, también vimos que la antigua camaradería podía saltar por los aires, pero la lealtad superior a la causa ideológica lo disimulaba. Complicidad obligada que exigía silencios matizados
La lucha es por el poder; pero el poder es como un explosivo, o se maneja con cuidado o estalla
pero no rotos. La que todavía motiva a una parte de las viejas guardias curtidas por la transición y expuestas por la democracia. Pero aquello ya es el mundo de ayer. Cuando quien se movía no salía en la foto o quien osaba matizar al sumo sacerdote se exponía a los chuzos de punta. En cambio, viendo las imágenes de una reunión de la ejecutiva del PSOE se intuyen dagas debajo de la mesa sobre la que se apoyan cuerpos desagradecidos con caras sonrientes. Navajas afiladas que se expresan con rabia alegando simplicidades de parvulario y hurgando en sentimientos paternales. Y aunque cada lamento de los protagonistas del culebrón merecería sus líneas, el conjunto facilita la síntesis del patetismo simplón. Felipe González incluido. El gran jarrón chino se ha quejado de haberse sentido engañado por Pedro Sánchez.
Es posible que así haya sido porque la política hace tantos siglos que se fundamenta en el engaño que ha oficializado la mentira hasta convertirla en sinónimo de impunidad. Los líderes añejos lo conocen bien porque lo practicaron con tesón. Y ahora, cuando los ojos de la ciudadanía los observan como profesionales de la falsedad y el cinismo, ahora, o no saben comportarse o quieren hacernos creer que mantienen la ingenuidad que, de ser cierta, no les hubiera permitido salir de casa.
Seamos claros. La lucha lo es por el poder. Por exiguo que sea. Poder de supervivencia, de influencia, de necesidad. Poder que evite buscarse otro trabajo o mantener la cuota para seguir sacándole partido al partido. Poder de creerse importante. Pero el poder es como un explosivo. O se maneja con cuidado o estalla. Lo dijo Enrique Tierno Galván, pero ni los suyos se molestaron en escucharle.