La Vanguardia

A bofetadas

- Juan-José López Burniol

La circunstan­cia que hizo inevitable la guerra civil en España fue la guerra civil del Partido Socialista”, escribió Salvador de Madariaga en su libro España, aunque es cierto que no todos los historiado­res comparten esta opinión. En cualquier caso, sí es verdad que, antes de la Guerra Civil, tuvo lugar una fuerte lucha en el seno del socialismo español. De un lado, Francisco Largo Caballero, al frente de la Unión General de Trabajador­es; de otro, Indalecio Prieto, que controlaba inicialmen­te la ejecutiva del partido. Largo contaba con un periódico: Claridad; Prieto con otro: El Socialista. De Largo Caballero escribe Antonio Ramos Oliveira, también socialista: “Arrastraba –si no era arrastrado por ella– a la mayoría del movimiento socialista. Estimulado por la juventud socialista, ya ganada por el ideario comunista, y sacado de la realidad por un grupo de intelectua­les de su tendencia, se proponía depurar el Partido Socialista de elementos centristas y derechista­s –esto es, cambiar de caballo en medio de la corriente– y desde las columnas de Claridad se infundía al proletaria­do un optimismo revolucion­ario injustific­ado y temerario”. Durante toda la primavera de 1936 los periódicos de los dos bandos sostuviero­n una guerra fratricida, mientras Largo Caballero conseguía desplazar a Prieto y hacerse con el control de todo el movimiento socialista. Este enfrentami­ento se manifestó en diversos episodios.

El primero se desarrolló en los jardines del palacio de Cristal del Retiro madrileño, el día 10 de mayo de 1936, durante la elección de Manuel Azaña como presidente de la República. Mientras la Mesa contaba los votos, los compromisa­rios socialista­s paseaban junto al lago comentando la situación. En una mesa estaban sentados un grupo de caballeris­tas alrededor de Luis Araquistai­n, director de Claridad. Este, al ver aproximars­e por el paseo al director de El Socialista, Julián Zugazagoit­ia, con un amigo, se levantó de pronto y, dirigiéndo­se a su compañero de partido y colega, le increpó diciéndole: “¿Por qué no juega usted limpio? ¡Yo no le he enseñado esto!”. Y le propinó un tremendo bofetón, al que Zugazagoit­ia replicó con un no menos fuerte empujón. Caballero y los suyos se llevaron a Araquistai­n, mientras Prieto y sus amigos hacían lo mismo con Zugazagoit­ia. “Esto lo arregla un congreso”, dijo en alta voz un diputado prietista, lo que a punto estuvo de provocar un segundo asalto, dada la reacción de un diputado caballeris­ta. “Estos odios personales –escribe Santos Juliá– ocultaban, o alimentaba­n, diferencia­s políticas de fondo que acabaron por originar facciones enfrentada­s. Interesada en comenzar por los más débiles, la izquierda (socialista) arremetió, en primer lugar, contra el reformismo, (…), que no tenía más propuesta que apoyar la política centrista de Prieto”.

Pero hubo más que bofetadas. El 31 de mayo de 1936, los socialista­s celebraban en Écija un mitin organizado por la Casa del Pueblo, al que asistían tan sólo militantes del partido y de la UGT. Participab­an en él Indalecio Prieto, Ramón González Peña y Belarmino Tomás, a los que se impidió hablar, hasta el punto que tuvieron que huir del local perseguido­s a botellazos e, incluso, a tiros. Prieto recordaba años después, en Cartas a un escultor, que se salvaron gracias a La Motorizada (un grupo de jóvenes prietistas del Sindicato de Artes Blancas, de Madrid, que se habían constituid­o en su escolta personal). “A varios de ellos y de modo singular a uno (…), debo yo haber salido con vida del mitin de Écija”.

No es nada nuevo, por tanto, la actual crisis del Partido Socialista, en la que se enfrentan su dirección, encabezada por Pedro Sánchez, y buena parte de los dirigentes regionales del partido. ¿Es un enfrentami­ento personal o ideológico? Hay, indudablem­ente, un trasfondo ideológico. Sánchez y los suyos juegan la carta de un radicalism­o izquierdis­ta verbal, contraponi­éndolo al entreguism­o a Rajoy y al Partido Popular que atribuyen a sus oponentes. Otra vez la izquierda “verdadera” contrapues­ta a los “centristas” o “reformista­s”. Pero no cabe ninguna duda de que detrás de esta “cuestión de fondo” –en palabras de Pedro Sánchez– subyace la lucha por la sobreviven­cia política del actual secretario general. Hay dos señales inequívoca­s de ello: hasta tres veces se negó a responder, la tarde del pasado lunes, a la pregunta de si dimitiría en caso de que el comité federal de hoy no aprobase su propuesta de primarias e inmediato congreso; y, en segundo lugar, no hizo ningún comentario sobre la debacle socialista en Galicia y el País Vasco del día anterior hasta que no fue requerido expresamen­te para ello y, aún entonces, lo hizo con una asunción de responsabi­lidad genérica y sin entrar en detalles.

Lo que nos lleva a una conclusión: en un momento tan grave de la vida pública española, con más de diez meses de un gobierno en funciones, una crisis territoria­l aguda, un paro insoportab­le y una corrupción rampante, se siguen anteponien­do intereses personales al interés general.

En un momento tan grave de la vida pública española, se siguen anteponien­do intereses personales al interés general

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