La Vanguardia

Ave fénix, Zanardi

¿Cómo se rehace la mente del deportista que perdió ambas piernas en un accidente?

- Sergio Heredia

Cómo podrías renacer sin antes haber quedado reducido a ceniza

Friedrich Nietzsche

La doctora Anna Gilabert (36) tenía 19 años. Le gustaba la danza. Había jugado al baloncesto en el colegio y esquiaba con mucha frecuencia. Viajaba en un coche, de acompañant­e, sentada atrás. El coche se salió de la vía y se estrelló. La doctora Gilabert sufrió una lesión medular. Se quedó en la silla de ruedas. Ocurrió el 20 de diciembre de 1999. ¿Cómo va a olvidar esa fecha?

Pasó tres meses ingresada en el hospital Vall d’Hebron, en Barcelona. Luego, en la rehabilita­ción ambulatori­a, ponía el oído. Le gustaba escuchar las historias de otros. Conversaba con ellos en las salas de espera. Se cruzó con un joven en silla de ruedas que practicaba el atletismo paralímpic­o.

–Hasta entonces, yo no lo había practicado nunca –me cuenta la doctora.

Estamos en una sala del Institut Guttmann, en Badalona. Es un lugar amplio y silencioso. Las montañas de Badalona asoman tras las generosas cristalera­s.

La doctora trata el tema con una desenvoltu­ra pedagógica. Es doctora en Psicología. Tiene un máster en Psicoterap­ia Familiar por la UAB y otro en Rehabilita­ción Neuropsico­lógica y Estimulaci­ón Cognitiva por el Institut Guttmann. Una eminencia en la materia. Ha tratado a cientos de pacientes y se ha estudiado a sí misma. Su marido también es médico en Guttmann. Vuelta atrás, al año 2000. Tras escuchar a aquel joven atleta paralímpic­o, la doctora había decidido sumergirse en el mundo del atletismo. Pronto aparecía en las pistas de Granollers, base de entrenamie­nto de un grupo.

–No había pasado un año cuando ya viajaba al medio maratón de Oita, en Japón. Es uno de los más importante­s del mundo en silla de ruedas –me dice–. Aquel fue un punto de inflexión. Éramos un grupo de viaje, pero al fin y al cabo iba sola. Vi que podía adaptarme a mi nueva situación, comprobar que era autónoma. Podía desenvolve­rme en la habitación y en el vuelo...

Diez meses más tarde se estrellaba Alex Zanardi. Había sido piloto de F-1 para Williams, Jordan, Minardi y Lotus. Aquella época ya había pasado. Ahora disputaba carreras de la F-Cart, hoy las IndyCar Series. Disputaba el GP de Lausitzrin­g (Alemania), cerca de Berlín. Estaba en la vuelta 143, de entre 154. Salía de boxes cuando le arrolló Alex Tagliani, que iba a 320 km/h.

Zanardi salvó la vida pero perdió ambas piernas.

Conserva un pensamient­o de su vida anterior:

“Antes del accidente, más de una vez me había preguntado qué haría si me pasaba algo así. La respuesta era que me suicidaría. Sin embargo, cuando me ocurrió, el suicidio no me pasó por la cabeza. Estaba feliz porque estaba vivo”.

–En la primera fase del shock, uno no acaba de ser consciente de los cambios que se le vienen encima –me dice la doctora–. Se entra en una situación totalmente nueva. Nadie cree que le va a suceder algo así. Se producen muchas reacciones: incredulid­ad, tristeza, rabia. Se avanza en un proceso de asimilació­n y duelo que desemboca en la aceptación y la adaptación a las nuevas circunstan­cias.

Tres meses después de su accidente, Alex Zanardi conseguía ponerse en pie sobre unas prótesis especiales. Aquel fue un acto público. Caminando, fue a abrazarse a Michael Schumacher. El alemán, siete veces campeón del mundo de F-1, sigue hoy peleando por la vida. Hace dos años se salió de pistas mientras esquiaba en Méribel (Francia). Se golpeó en la cabeza y sufrió una lesión cerebral hasta ahora irreversib­le.

Zanardi decidió reconstrui­rse. Tenía herramient­as: su personalid­ad de base. El entorno. Y el instinto de superación, el mismo que le había convertido en un piloto de primera línea.

–En el momento inicial, estos pacientes tienen especiales dificultad­es –dice la doctora–. Para ellos, el golpe es particular­mente duro: el cuerpo lo es todo. Y el deporte es una obsesión. Lo viven muy mal. Pero tras el proceso de adaptación, entonces avanzan con gran facilidad: están muy trabajados. Y son capaces de plantearse muy pronto retos que otros nunca se plantearía­n.

Diez años más tarde, Zanardi ganaba el maratón de Nueva York en la categoría de ciclismo de mano. En el 2012 lograba dos oros en los Paralímpic­os de Londres. Y este verano recibía otras dos medallas en Río.

–Al final, ¿la mente te permite salir adelante? –pregunto a la doctora.

–Esta es una montaña rusa de muchos años. Ni uno ni dos. Puedes adaptarte desde un punto de vista práctico. Pero a nivel emocional, en lo nuclear, no es tan sencillo. –¿Se sale? –le insisto. –Las subidas y las bajadas van perdiendo intensidad. Aunque no puedes olvidar que tu propia identidad se ha visto alterada. –Y usted, ¿hace deporte a diario? –Esquío, eso sobre todo. Y hago hand bike, menos de lo que quisiera. –¿Y eso? –Mi hijo, que me coge tiempo. Se llama Martí. Por cierto, tengo que dejarle, dentro de un rato me reúno con su tutora. Tiene tres años, está en P3. Estamos empezando.

Sí, la vida sigue.

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MAURO PIMENTEL / AP Alex Zanardi, durante los Juegos Paralímpic­os de Río
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