Los locos años de Marbella La condesa alemana, que fue asidua de las fiestas en Marbella, ya no sale de noche y se acuesta temprano
Hubo un tiempo en que Marbella era una fiesta continua: bajo el sol durante el día y al amparo de la luna por la noche. En el centro, un personaje ocioso y exótico, la condesa Gunilla von Bismarck. Procedente del norte teutón encontró en la Costa del Sol un hábitat natural donde nadaba como el pez en el agua. Ahora ya no. Cada vez se la ve menos allí porque viaja a menudo. Sus 66 años no han borrado la esbeltez de su figura –1,75 m–, la melena rubia, larga y suelta, la mirada azul, y el carácter firme, prusiano en ocasiones, aunque también risueño y tejido de amabilidad como buena relaciones públicas que es. Nacer en un castillo, cerca de Hamburgo, en el estado alemán de Schleswig-Holstein y acarrear hasta seis nombres de pila (Gunilla, Margaretha, Rosemarie, Katharina, Antoinette e Yvonne) constituye una considerable carga. Fue el 23 de noviembre de 1949. Fue la única chica de cuatro hermanos. El padre, Otto Christian von Bismarck, y el abuelo, Herbert, fueron príncipes, título que heredaron del bisabuelo de Gunilla, el llamado Canciller de Hierro, Otto von Bismarck. Mucho peso para una persona.
Gunilla cursó el bachillerato en un internado mixto de las afueras de Estocolmo. En el mismo centro estudió el malogrado ex primer ministro sueco Olof Palme. La condesa tuvo como compañero de estudios al actual rey de Suecia Carlos Gustavo. La chica tuvo una educación estricta con cuatro institutrices que se hacían cargo de ella. A su madre, Ann-Marie Tengbom, le tocaba el papel de sargento, mientras el padre era más condescendiente. A Gunilla, le atraía la historia pero en clase no se atrevía a desvelar el parentesco con el reunificador de Alemania, a quien el káiser Guillermo II le otorgó el título de príncipe. El Canciller de Hierro está enterrado en el castillo familiar. También el padre de Gunilla, fallecido en 1975, y la madre que murió en Marbella en 1999.
A los 16 años la condesa se fue a París para licenciarse en Ciencias Políticas e Historia por la Universidad de la Sorbona, aunque nunca ha ejercido tales profesiones. Gunilla conoció la Costa del Sol española desde niña cuando sus padres invirtieron en la urbanización de lujo Marbella Gill Club, al tiempo que mantenían negocios similares en Alemania donde eran productores de un licor con el nombre familiar.
El clima y el ambiente de Marbella desde entonces se convirtieron en su salsa natural. Desprenderse del lastre genealógico y de las obligaciones adheridas le supuso un respiro. Las fiestas se prolongaban hasta la madrugada, los famosos acudían como hormigas atraídas por los flashes de la prensa rosa, el paraíso marbellí, además, pronto fue pasto de inversiones incontrolables. La propia Gunilla encabezó una manifestación en apoyo de Jesús Gil frente a la cárcel de Alhaurín, aunque después se desdijo.
En 1978 se casó con Luis Ortiz Moreno, hijo de un funcionario franquista. La boda se celebró en el castillo natal de Gunilla. Tuvieron un hijo, Francisco José, que les ha dado dos nietos. La familia del hijo se instaló en Estados Unidos pero pasa largas temporadas cerca de Marbella. Gunilla y Luis se divorciaron en 1989 pero nadie sabe si fue para obtener beneficios mediáticos, porque desde entonces suelen aparecer siempre juntos en todo tipo de actos. En los años dorados las locuras se perpetraban a medida de una nobleza que buscaba matar el aburrimiento a base de juergas y bailoteos. Había de todo: jeques árabes, aristócratas potentados, actores de Hollywood –Sean Connery, Audrey Hepburn, Mel Ferrer...–, también Camilo José Cela, Lola Flores e Isabel Preysler, todos tostados por el sol y sedientos de diversión. ¿Y quién no recuerda los bigotes de Jaime de Mora y Aragón con su bastón de mando presidiendo aquella veladas?
En un baile de disfraces que la condesa convocó en el 2005 el rey de Suecia iba con el traje de El Zorro y la reina con el de Marilyn Monroe; Sara Ferguson era Gilda; Philippe Junot, Astérix; y el doctor Cabeza, gladiador romano. Ahora todo ha cambiado, Gunilla admite que ya no es tan libre y feliz como antes. La fachada aguanta pero el interior se ha vuelto crítico. No sale de noche y se acuesta temprano para levantarse a las ocho. Le gusta escaparse a los Alpes suizos para practicar el esquí, viajara a Brasil, Argentina, Francia, Holanda... Tuvo problemas con la Hacienda española que incluso indagó en las clínicas veterinarias de la zona por si acudía con frecuencia con sus animalitos. La condesa ha perdido el brillo de un tiempo pasado en el que aparecía como una mujer resultona y dispuesta, de cuna nibelunga, establecida en la patria del cachondeo.