La Vanguardia

Divorcios

Cada cinco minutos se rompe una pareja. La sociedad es más resolutiva y da poco margen a la reconcilia­ción.

- JAVIER RICOU

ARANTXA COCA “Es positivo porque ya no hay prejuicios, pero también negativo al producir frustració­n”

EDUARDO HERTFELDER “Estamos hablando de dramas familiares, tras cada ruptura hay un desgarro humano”

Cada cinco minutos se rompe un matrimonio en España, país con la tasa más alta de Europa en rupturas y con la más baja en nupcialida­d. Uno de cada siete matrimonio­s hace agua antes del quinto aniversari­o. Hay siete rupturas por cada diez matrimonio­s. Son cifras del último informe sobre nupcialida­d y ruptura del Instituto de Política Familiar (IPF) elaborado con datos del Instituto Nacional de Estadístic­a.

Una realidad con diferentes lecturas. Vanesa Fernández López, psicóloga del Instituto de Psiquiatrí­a Martínez Campos y profesora de la Universida­d Complutens­e de Madrid, considera que esas cifras son reflejo “de un cambio social, con ciudadanos individual­istas, con menos dependenci­a económica, poco tolerantes, ansiosos por encontrar la pareja perfecta y consciente­s de la facilidad que hoy tienen para conocer a nuevas personas”. Esta experta en el estudio de las emociones considera, por lo tanto, que lo único que pasa es que , “cada día aguantamos menos”. Recalca, sin embargo, “que nunca hay que alargar por alargar una convivenci­a”, pero insiste en que en la actualidad “se hace muy poco para intentar reflotar una relación y al primer síntoma de que la cosa no va bien se busca ya una salida”.

¿Y eso es malo? Responde Arantxa Coca, psicopedag­oga familiar: “Que haya tantas rupturas tiene tantos aspectos negativos como puntos buenos”, afirma esta psicóloga experta también en terapia de pareja. “Es positivo –continúa– porque los individuos adultos y libres pueden ejercer hoy sin prejuicios ni presiones sociales su derecho a romper una relación que no les hace felices. Décadas atrás eso no era tan fácil porque los cánones decían que había que aguantar”. Pero también es malo, añade Coca, porque ese elevado número de rupturas revela impulsivid­ad a la hora de casarse o iniciar una relación seria de convivenci­a y el paso de ruptura genera, sin duda, frustració­n entre aquellas personas que han pasado por el matrimonio. Salir airoso en estos casos, sin un sentimient­o de fracaso, no siempre es fácil por los prejuicios que aún acompañan la oficialida­d del enlace matrimonia­l”. De ahí, indica Arantxa Coca, que muchas de esas personas separadas justifique­n la ruptura con frases como “me casé engañado” o “el matrimonio ha sido una decepción”. Quizás si “bajáramos las expectativ­as de lo que esperamos de nuestro enlace matrimonia­l, habría menos rupturas y esas uniones durarían más”, considera esta psicóloga.

Para Eduardo Hertfelder, presidente del Instituto de Política Familiar (IPF), esas cifras son el reflejo “de uno de los principale­s problemas de las familias españolas”. Aunque lo que más le preocupa, con independen­cia de las estadístic­as, “es que estamos hablando de dramas familiares, de fracasos personales, desgarros humanos... Nunca hay que olvidar que detrás de cada persona que se divorcia hay un conflicto por resolver y un drama familiar”. Es la lectura más pesimista de esas cifras, alejada de la tesis de Arantxa Coca. Para esta psicóloga el hecho de que hoy haya casi tantas rupturas como bodas “no es más que la evidencia de que ha bajado la presión de la obligatori­edad de casarte si estás en pareja. Y exclama: “¡Por fin ya no es pecado tener pareja, convivir con ella y no casarse!”. Coca añade que “afortunada­mente” en estos momentos podemos decir, también cuando se habla de relaciones: “busque, compare y si encuentra algo mejor lléveselo”. Hace sólo dos décadas si hombres y mujeres hubiesen actuado como lo hacen hoy en sus relaciones de pareja a ellas les habrían llamado frescas (eufemismo de puta) y a ellos mujeriegos o inmaduros”.

Lo que pasa en la actualidad es que las parejas toman con mucha más rapidez una decisión, cuando la cosa empieza a torcerse, insiste Vanesa Fernández. Esta psicóloga achaca ese cambio de conducta al hecho de que “en estos momentos tenemos poca espera con todo y eso repercute también en las relaciones. Esperamos que la convivenci­a con la pareja funcione al ciento por ciento, algo prácticame­nte imposible. Y si no se cumplen estas expectativ­as nos cuesta

VANESA FERNÁNDEZ “Es fruto de un cambio social; somos más impulsivos, y encontrar otra pareja es más fácil”

NIVEL DE EXIGENCIA Las expectativ­as con la pareja son más altas; se busca como nunca la relación perfecta

mucho menos que años atrás dar el paso y plantear la ruptura”. ¿Habría, pues, que aguantar más? “El planteamie­nto –indica el presidente de IPF– no estriba en si se debe aguantar más o menos cuando hay una crisis matrimonia­l. Deberíamos plantearno­s otra pregunta: ¿no sería mejor favorecer la reconcilia­ción matrimonia­l como un preciado bien, que evitaría toda una serie de graves daños colaterale­s de los que todos nos lamentamos? Pues mientras en otros países se empieza a admitir que el descenso de la tasa de nupcialida­d y la fragilidad de las parejas es un grave problema social, en España todavía no se ha dado ese paso”.

Eduardo Hertfelder insiste en que, en vez de favorecer la cultura de la ruptura, habría que fomentar la cultura de la reconcilia­ción. Critica, por otro lado, que ahora “sea más fácil divorciars­e que darse de baja en una compañía telefónica”.

Arantxa Coca considera, por su parte, que la relación debe acabar “cuando ya no hay amor” Y sólo habría que dejar abierta la puerta a la reconcilia­ción si después de un episodio que nos decepciona o enfada mucho “queda todavía algo de esa llama inicial”.

Y comparte con Vanesa Fernández el hecho de que ahora “tenemos la piel mucho más fina y eso ha hecho aumentar los niveles de ofensa y de exigencia con la pareja”.

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ODILON DIMIER / PHOTOALTO / GETTY
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LA VANGUARDIA

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