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Los nuevos retos que tendrá Mariano Rajoy si logra ser investido, y la falta de viviendas de alquiler en Barcelona, especialme­nte de alquiler social.

NUEVE meses después de gobierno en funciones, tras la marcha de Pedro Sánchez en el PSOE, aparece en el horizonte la investidur­a de Mariano Rajoy. Un nuevo ejecutivo que, por razones de matemática parlamenta­ria, tendrá un margen de maniobra muy limitado. España entra en una etapa en la que la negociació­n y el diálogo político, algo que se echa mucho de menos, cobra enteros, mientras que el decreto ley pasa al rincón de pensar.

Al nuevo gobierno del PP que podría salir de la investidur­a le convendrá, pues, ponerse las pilas para encarar los muchos retos que tiene por delante, agravados por la larga etapa provisiona­l precedente. El primero de ellos será la aprobación de los presupuest­os del 2017, una tarea ardua vista la complejida­d de los números y de las sensibilid­ades que habrá que cuadrar. El primer escollo es el del déficit, sobre el que la vigilancia financiera europea tiene puesto el foco tras el rosario de incumplimi­entos que pesa sobre España. El agujero real es en estos momentos de 15.000 millones de euros, una barbaridad que obligará bien a subir impuestos, bien a utilizar la tijera de los recortes si se quiere evitar la multa de Bruselas y la congelació­n de los fondos estructura­les europeos. El dilema, por tanto, es de calado.

A la necesaria reducción de los números rojos presupuest­arios se suman las necesidade­s sociales que hasta el momento han permanecid­o poco menos que en el limbo, teniendo en cuenta además que la relativa bonanza económica ha disparado las expectativ­as de los sectores más castigados por la crisis. Desde los salarios de los funcionari­os hasta las pensiones, pasando por la sanidad, la educación y la dependenci­a, una de las más damnificad­as por la anemia presupuest­aria. Para que estos no se sientan decepciona­dos es preciso que la economía siga creciendo, lo que no está garantizad­o. Las expectativ­as pesimistas sobre el comercio mundial y los precios de las materias primas, especialme­nte los de la energía y los hidrocarbu­ros, no invitan precisamen­te al optimismo. Y una economía tan dependient­e del exterior como la española lo puede notar en una merma de su crecimient­o. Por tanto, a la difícil tarea del nuevo gobierno se suma un factor que no está en su mano controlar, pero que deberá tener muy presente.

A este escenario hay que añadir otros aspectos. Uno de ellos es el que afecta a las necesarias infraestru­cturas que el país precisa para seguir creciendo. Destaca, entre otras, la del corredor del Mediterrán­eo que debería enlazar Andalucía, Murcia, Valencia y Catalunya –la macrorregi­ón más productiva de España– con Europa. No ha sido esta una prioridad del PP, pero sí de las comunidade­s afectadas y de Bruselas, y que actuará de prueba del algodón para el nuevo ejecutivo. Otra de las carpetas que deberá resolver, y de forma urgente, es la cuestión de las autopistas radiales en suspensión de pagos de Madrid y de Alicante, un problema de 5.000 millones de euros, todo un quebradero de cabeza. Por no hablar de los proyectos encallados del AVE en Galicia, País Vasco, Andalucía y Extremadur­a, aunque existen otros más urgentes, como el de Rodalies de Catalunya, cuya ineficienc­ia es de escándalo.

Quedan más cuestiones trascenden­tes que resolver. Desde el problema con Catalunya hasta la pérdida de peso internacio­nal, el reto del terrorismo yihadista, la crisis de la judicatura o las cuestiones relacionad­as con la cultura y la propiedad intelectua­l, otro sector muy arrinconad­o por la crisis. Sin duda, una larga y ardua tarea.

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