Londres invocará la salida de la UE en el primer trimestre del año que viene
Será derogada la ley de 1972 que da prioridad a las leyes y los tribunales europeos
El experimento republicano de Oliver Cromwell en el siglo XVII duró poco más una década, y aunque le costó la cabeza a Carlos I, no dio pie a que en Inglaterra haya un día de la Bastilla como en Francia. Por otro lado, Gran Bretaña ha sido una potencia colonial en vez de una víctima de la colonización, y no puede tener su 4 de Julio como Estados Unidos. Pero quiere, como sea, su día de la Independencia.
Y aunque aún no hay fecha exacta, ya se sabe que el día B (B de Brexit) será seguramente en el verano del 2019, porque la primera ministra Theresa May ha anunciado que Londres invocará el artículo 50 del tratado de Lisboa en el primer trimestre del año que viene, antes del 31 de marzo. A partir de ese momento se abrirá un proceso de dos años para negociar con la Unión Europea los términos del divorcio (más complicado que el de Brad Pitt y Angelina Jolie), y la desconexión se producirá dos o tres meses después, con fanfarrias, fuegos artificiales y hasta una banda de música.
May ha aprovechado la inauguración del congreso conservador en Birmingham para aclarar un poco (sin pasarse) sus planes. Hasta ahora su frase favorita es que “Brexit significa Brexit”, lo cual es una perogrullada. Es como decir que “África es África”, pero resulta muy distinto irse de viaje a Mauritania que a Mozambique. La primera ministra no ha indicado el destino final –tal vez ni ella misma lo sepa–, si una ruptura por lo sano, sin acceso al mercado único y que salga el sol por Antequera, o un aterrizaje blando, con un pacto a la noruega y las mayores ventajas comerciales posibles, aunque ello signifique aceptar en parte el principio del libre movimiento de trabajadores.
La primera ministra hace bueno el tópico machista (totalmente infundado) de que las mujeres no son buenas leyendo mapas, porque con el suyo desde luego no se aclara. Ayer puso fecha para invocar el artículo 50 y anunció la derogación de la ley de 1972 que sentó las bases del ingreso británico en la CEE al año siguiente, dando prioridad a la normativa europea sobre la británica, y aceptando al Tribunal Europeo de Luxemburgo como la autoridad judicial suprema. Pero poco más.
A partir del momento de la ruptura, y de manera automática, todas las leyes europeas se convertirán en leyes nacionales británicas, sometidas
Theresa May sigue sin mostrar sus cartas, pero sugiere que se inclina más por un Brexit duro que blando
exclusivamente a la autoridad del Parlamento de Westminster, que podrá mantener las que quiera, abolir las que le parezca y enmendar o modificar el resto. “Vamos a negociar con Bruselas lo mejor que podamos, pero como una nación soberana e independiente”, declaró May en la primera jornada de la conferencia conservadora.
La premier mostró su hoja de ruta de refilón, sugiriendo entre líneas que se inclina más por un Brexit duro que por uno blando, metiéndose con aquellos (incluso dentro de su propio Gobierno) que piensan que todavía es posible dar marcha atrás. “Los votantes –señaló– hablaron con toda claridad, y entre otras cosas dijeron que quieren que el Reino Unido ejerza el control de sus fronteras y controle la inmigración como le parezca. La misión del Gobierno es poner manos a la obra, como un país independiente que es la quinta mayor economía del mundo, una potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, y no como parte de una unión política con instituciones supranacionales que están por encima de nuestro propio Parlamento”.
Resumiendo, May ha sacado el mapa, apuntado con el dedo e indicado que tiene gasolina para ir más allá de Marrakech. Pero no se sabe si llegará hasta el cabo de Buena Esperanza.