El ‘segway’ como síntoma
Aprincipios de julio el Ayuntamiento de Barcelona prohibía el tráfico de segways por el paseo marítimo con el objetivo de “descongestionar el espacio y evitar una presión excesiva sobre los peatones y los vecinos de la zona”. Nos parece que más allá de los problemas de índole práctica que se derivan del fenómeno, la proliferación segways y otros “vehículos de movilidad personal” o VMP (es decir, todos esos gadgets que le permiten a uno desplazarse de pie sin mover las piernas) reclama una reflexión sobre la práctica del andar en el contexto de la ciudad contemporánea. El auge de este tipo de artilugios tiene su origen en el avance de la llamada “tecnología de estabilización dinámica”, basada en la combinación de giroscopios, sensores de inclinación, microprocesadores de alta velocidad y motores eléctricos. Con un poco de práctica, esta tecnología funciona como una extensión de nuestro propio sentido del equilibrio. Sólo hace falta que inclinemos ligeramente el cuerpo para que el VMP se mueva en la dirección deseada. Al segway le han seguido otros inventos como el hoverboard oel airwheel (o monociclo eléctrico).
Teniendo en cuenta la íntima relación, casi ciborgiana, que se establece entre el cuerpo y la máquina podría llegar a pensarse que el uso de este tipo de dispositivos no es más que otra forma de andar. Pues bien, a nuestro parecer nada estaría más lejos de la verdad. Andar involucra el cuerpo y lo inscribe en el espacio: cuando andamos, nuestro cuerpo recorre el espacio y, a su vez, se imbuye de él. Como diría Henri Lefebvre, andar es una forma de “producir espacio”. Y es por eso que nos preguntamos: ¿No responderá esta proliferación de VMP a un modelo de movilidad que privilegia la velocidad y el tráfico rodado? ¿No serán el segway y sus derivados el síntoma de una progresiva devaluación del andar y su confusión con un simple transitar? ¿No deberían las ciudades dotarse de muchos más espacios para que sus habitantes puedan andar o simplemente pasear? En su libro Andar. Una filosofía, Frédéric Gros nos dice: “¿Quieren ir más rápido? Entonces no caminen, hagan otra cosa: rueden, deslícense, vuelen”. En la misma línea, David Le Breton asegura en su Elogio del caminar que la ciudad contemporánea “ha hecho del cuerpo algo superfluo”. Hace poco se inauguraba en Barcelona el parque urbano lineal conocido como “el calaix de Sants” y se ponía en marcha la primera de las “superislas” que, entre otras cosas, han de servir para devolver espacios de la ciudad al peatón. Desde el FAD animamos al Ayuntamiento a que continúe en esta dirección y siga creando o habilitando espacios para que sus ciudadanos puedan andar y crear un paisaje colectivo de la ciudad.