La Vanguardia

Mota o flecha

- Daniel Fernández

La mota negra aparece, como probableme­nte recuerden muchos lectores, al principio de La isla del tesoro, de Robert Louis Stevenson. Y es el aviso que los piratas envían a un excompañer­o que, desde el momento en que la recibe, se sabe condenado. La flecha negra, en la novela también de Stevenson así titulada, vuela directamen­te desde el arco para acabar con la vida de los malvados. De alguna forma, la flecha mortal y el aviso de muerte inminente son casi la misma cosa, pero no exactament­e la misma, claro. Porque si parte del PSOE ya había enviado a Pedro Sánchez la mota negra, él creyó que podría sobrevivir a la advertenci­a. Pero no, ha sido una flecha negra lo que los llamados críticos le han disparado, hoy Sánchez es un cadáver político con pocas esperanzas de resurrecci­ón.

Además, La flecha negra está ambientada en la guerra de las dos rosas, la rosa roja de Lancaster enfrentada en abierta guerra civil y dinástica a la rosa blanca de York. La guerra que algunos historiado­res hacen durar treinta y pocos años, entre 1455 y 1487, pero que otros sitúan su inicio, de facto, en 1377, con la muerte de Eduardo III de Inglaterra. La guerra de las dos rosas, que reconozco no es demasiado original hablar de ella para referirse a la lucha cainita que ahora vive el partido socialista (aunque es mejor que citar La guerra de los Rose, aquella película con Michael Douglas y Kathleen Turner), que acaba con el mundo feudal inglés y que contribuye a que se pierdan los dominios ingleses en la Europa continenta­l. La guerra de las dos rosas aisló y debilitó a una nación que luego se hizo fuerte y poderosa, pero que de alguna forma se desangró durante cien años, hasta que Enrique Tudor derrotó en 1485 a Ricardo III y luego se casó con Isabel de York, con lo que zanjó el largo pleito familiar casi por completo.

Lancaster y York. Dos casas y dos dinastías que se parecían mucho más de lo razonable, que fueron fuente de inspiració­n evidente para George R.R. Martin y su saga de Juego de tronos y que rivalizaro­n en intrigas, traiciones, asesinatos, todo tipo de alianzas matrimonia­les o de alcoba y absoluto desprecio por la suerte y la moral de la tropa. ¿A qué les suena? Pues sí, claro, Lancaster y York son los Lannister y los Stark (Cersei pasa por ser un trasunto evidente de Margarita de Anjou), como también pueden ser los pedristas y los susanistas, si al final las posiciones se enrocan y se da principio formal a una contienda interna dentro de las filas socialista­s que previsible­mente durará años y dejará cicatrices y rencores.

El inicio de las hostilidad­es entre Lancaster y York supuso que la dinastía Plantagene­t se extinguier­a de facto. Más o menos como puede pasar ahora, para que dentro de unos años se recuerde que hubo un monarca llamado González que tal vez tampoco supo dejar descendenc­ia y preservar su trono y su legado. Aunque a Felipe no hay quien le eche, ni mota ni flecha.

La guerra de las dos rosas –como la del PSOE– debilitó a una nación que luego se hizo poderosa, pero que se desangró durante 100 años

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