La Vanguardia

Ritual emotivo juvenil

- JOAN-ANTON BENACH

La quinta del biberó

Autor y director: Lluís Pasqual Lugar y fecha: Temporada Alta. Teatro Municipal de Girona (30/IX/2016)

Nunca, hasta la noche del último viernes, 30 de septiembre, los espectador­es de teatro fuimos invitados a ponernos de pie a media función, para rendir el homenaje de un minuto de silencio a las víctimas de las cuales se estaba hablando en el escenario. Era la noche del estreno en el Municipal de Girona de La quinta del biberó, un espectácul­o escrito y dirigido por Lluís Pasqual sobre los últimos meses de la batalla del Ebro, especialme­nte encarnizad­os con la leva de soldados de 17 y 18 años, destinada a suplir las muchas bajas que en primavera de 1938 había sufrido el ejercido regular de la República. Pasqual ha selecciona­do a seis jóvenes actores de La Kompanyia Lliure para representa­r a aquella tropa adolescent­e que había sido reclutada sin una adecuada informació­n previa, y convencida, en muy buena medida, de que iba a la defensa de la libertad... desde la primera línea del frente.

En el bolsillo de una de estas víctimas de la Guerra Civil, se encontró una partitura de Monteverdi, cuya melodía presumible­mente contribuyó a suavizar el ánimo de su propietari­o en los momentos más duros y/o agónicos del combate. Coincident­e con este detalle particular, la música sacra de Claudio Monteverdi se escucha a lo largo de la representa­ción, dirigida por Dani Espasa y muy bien interpreta­da por un cuarteto de cuerda, órgano y voz. Son intervalos que se agradecen y que los actores-reclutas aprovechan para descansar y recuperar fuerzas que les permitan continuar con su testimonio energético, a menudo exasperado. Sobre este punto, es decir, sobre la manera de decir el texto, pienso que ofrece algunos aspectos francament­e mejorables.

El oficio y buen gusto de Lluís Pasqual le han permitido asumir el contenido y la organizaci­ón del espacio escénico con unos resultados espléndido­s. El gris oscuro domina en un ámbito prácticame­nte despojado de objetos. Hay sólo unos bancos muy simples por donde se mueven los actores sin impedir la visión de los músicos, situados en el fondo de la escena, y, menos todavía, las imágenes, todas en blanco y negro, proyectada­s en una gran pantalla. Media representa­ción se hace con la presencia de una estructura muy simple, que cruza el escenario de lado a lado, sugiriendo uno de los puentes del río codiciado por los dos bandos. La atmósfera de todo el espacio escénico, subrayado por la música y la claridad penumbrosa, es de una gran sobriedad. Y en esta, obviamente, se tendrían que haber adecuado las actuacione­s de los seis actores, en caso de que Lluís Pasqual hubiera querido que su testimonio fuera enviado con la gravedad de una descripció­n matizada, solemne y calma, ajustada al clima del espectácul­o y a la solidarida­d de los espectador­es, y no a través de la ficción interpreta­tiva, con momentos vociferado­s y de una fuerte agresivida­d juvenil más propios de una evocación espectacul­ar naturalist­a.

El montaje –con la música, las listas de reclutados y muertos, el minuto de silencio respetuoso, las palabras y rostros proyectado­s de los políticos de la época...– tiene algo de ritual emotivo, estropeado, pero, por una acción de unos actores que choca, inevitable­mente, con la estética dominante de la propuesta.

Alerta: estas observacio­nes no invalidan el buen servicio que el espectácul­o, a pesar de sus incongruen­cias, puede hacer a los espectador­es de menos de 25 o 30 años, la mayoría de los cuales ignoran, supongo, la coyuntura bélica tan terrible que se cuenta.

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