La Vanguardia

En el lado oscuro

- Joan Golobart

El balón dividido. Existe una estadístic­a demoledora en la Segunda División que indica que los equipos que se sitúan en las primeras posiciones tienen la caracterís­tica común de que ganan todos los encuentros en cuanto a balones divididos. Dominar los balones divididos te adueña del ritmo del partido. El mayor objetivo que puede tener un equipo es conseguir que un pase tuyo supere dos líneas del equipo rival. Pero eso sólo lo pueden hacer unos elegidos. Conseguir que una acción tuya consiga superar una línea del rival ya supone una maravilla. Y eso es lo que sucede cuando un jugador consigue superar al contrario en un balón dividido. Con la ventaja de que el jugador superado casi nunca puede formar parte de la tropa del repliegue. Ayer hasta el minuto 54 el Barcelona perdió una vez y otra todos los balones divididos y por eso fue muy inferior.

Los méritos del Celta. Los jugadores defensivos de Berizzo metieron en su cabeza que debían tratar de jugar siempre en contacto para ayudar a sus compañeros que ejercían la presión. Si los defensas presionado­s encuentran que pueden lanzar balones a los puntas para que estos aguanten y combinar con los centrocamp­istas, el desgaste acaba pasando factura a la táctica de la presión alta. Por eso los defensas gallegos adoptaron una actitud que encuentro más que interesant­e. Cada pase de los defensores azulgrana se interpretó como si fuese un balón dividido. Lo normal es que un porcentaje de tu mente esté pendiente del esférico, pero una buena parte de él esté calibrando qué puede hacer el delantero una vez lo controla. Pero ayer no, durante la primera mitad no sucedió esto. La mente de los defensores estuvo sólo concentrad­a en el esférico para tener la rapidez de actuar respecto a él. Esta actitud es recomendab­le siempre y cuando un compañero tuyo este cerca de ti y actúe como cobertura por si la anticipaci­ón fracasa. Los deméritos del Barcelona. El Barça salió conectado. Pero después de unos minutos donde se jugó en el campo del Celta, los azulgrana entraron en el lado oscuro. Se acomodaron posicional­mente y jugaron en campo propio. Pero también se acomodaron mentalment­e y abandonaro­n a Mathieu en la salida del balón sin ofrecerle apenas ayudas. Pensando, “yo no me muevo, que alguien lo hará”, y al final, la casa por barrer. Lo malo es que pasaron de no hacer las cosas bien a hacerlo mal, y ahí se recrearon los gallegos. El primer gol del Celta con la pérdida de Busquets es un claro error de concepto. Ter Stegen tiene el balón y todos sus compañeros se abren para ganar espacio, laterales adelantado­s, centrales abiertos al borde del área y los puntas adelantado­s. Y en la soledad más absoluta, distanciad­o de todos, Busquets. Era el único jugador que no debía recibir el esférico y hacia él fue. Antes de recibir, trató de visionar a quien dárselo, y en esa mirada angustiada cegó su mente y perdió la referencia del esférico. Y la remontada quedó anulada por otro error de Ter Stegen. En el primer gol fue malo, y en el cuarto, tonto.

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MIGUEL RIOPA / AFP Gerard Piqué fue uno de los pocos barcelonis­tas que se salvaron con sus dos goles
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