Crónica ligeramente histérica de un 4-3 en Vigo
Sin medio campo y concediendo ventajas insólitas, el Barça perdió en Balaídos encajando tres tipos de goles: desacierto indirecto (pases desastrosos, despistes), fatalidad en propia puerta (Mathieu y sustos made in Ter Stegen) y acierto rival (Aspas). Cuando no estás acostumbrado a perder, te cuesta recuperar la musculatura del cabreo. Resultado: cuando Ter Stegen y Busquets no encuentran el modo de coordinarse, sueltas tacos que incorporan insultos referidos a genealogías de Ciudad Badía y de la Alemania profunda. Pero cuando vas perdiendo por 3-0 y sólo has tenido tiempo de darte cuenta de que la evidencia es demasiado cruda para atribuirla al árbitro –malo–, mal asunto. Pione Sisto, que ya le marcó un gol maradoniano al Espanyol, ha marcado con sospechosa facilidad. Digo sospechosa porque, como estaba demasiado ocupado maldiciendo al dúo Ter Stegen-Busquets, no he podido asimilar la trascendencia del gol.
Contagiado por las polémicas gramaticales del momento, me pregunto a partir de cuántos goles debemos considerar que estamos recibiendo una goleada. ¿Tres? ¿Cuatro? ¿Hay que aplicar el mismo criterio que con las familias numerosas? ¿Y qué sinónimos de goleada se aceptan? ¿Pana ?¿ Panadera ?¿ Repaso? ¿Paliza? Son pensamientos indignos que son rápidamente contrarrestados por mi Pepito Grillo, que impone un discurso oficial estadístico que, sin justificarla, relativiza la momentánea derrota con distanciamiento y la dosis justa de confianza en, ay, la segunda parte. Pero el combate interior continúa. ¡Sólo faltaría que nos marcaran tres goles en media hora y no nos pudiéramos cabrear! Es un derecho al pataleo que no va a ninguna parte y que los culés con quienes comparto la visión del partido no están dispuestos a practicar. Es más: uno de los más juiciosos nos recuerda que no juega Messi y, durante unos segundos, el argumento impone un respeto unánime hacia el equipo que, a la media parte, imaginamos sometido a una arenga milagrosa de Luis Enrique.
La inquietud se mantiene, pero no veo que nadie haya dejado de comer. Es un signo de la evolución de la especie. Estos culés a quienes se les nota la falta de experiencia a la hora de quejarse son altos y están bien alimentados. Ojalá recordaran la historia de sus antepasados. En una entrevista al diario Avui, el escritor Ferran Torrent explicaba: “Cuando tenía doce y trece años y el Barça perdía, yo no cenaba. Si no he crecido tanto como tenía que crecer ha sido por culpa del Barça, y por lo tanto me lo deben. Yo debería medir al menos cinco centímetros más. ¡Imagínate la cantidad de cenas que me perdí!”. De este periodo oscuro nos acordamos poco y, por suerte, los centímetros que le robaron a Torrent han sido generosamente repartidos entre varias generaciones de culés gigantes gracias a los años de opulencia. ¿Qué debemos hacer, pues, de una derrota como esta?, nos preguntamos al empezar la segunda parte. Tenemos dos posibilidades: creer que remontaremos o recuperar un pensamiento que apesta a naftalina: que no nos metan cuatro.
Pasan los minutos. Parece que el Barça está más determinado y juega más rápido. Hacemos extrañas divisiones mentales de cada cuántos minutos tendríamos que marcar para empatar o ganar. Invocamos no el espíritu de Juanito, pero sí el de Zuviria, Pichi Alonso y Pizzi. “Tenemos que entrar en el partido”, dice un culé
¿Qué debemos hacer de esta derrota?, nos preguntamos al empezar la segunda parte
que parece tener criterio. No me atrevo a contradecirlo, pero sospecho que, en el minuto 55, es un poco tarde para entrar en ningún sitio. Cuando marca Piqué, nos abrazamos torpemente y alguien especialmente inoportuno dice que malament si quien marca los goles es Piqué. Nunca estamos satisfechos, pero ahora entiendo qué significa entrar el partido: Piqué. Y, por sorpresa, penalti a André Gomes y gol de Neymar tras una serie de paradinhas cardiopáticamente malsanas. Vuelven el hambre y las sonrisas, pero, a mi lado, un culé me da un codazo cómplice y, en voz baja, me comenta: “No era penalti”, como si a estas alturas eso tuviera alguna importancia. Y entonces, ñaca, cuarto gol del Celta y tercero del Barça. Hemos perdido, sí, pero el amor propio de Piqué debería inspirar el trabajo de corrección de errores de los próximos días.