‘E pur si muove?’
La declaración final de la cumbre del G-20 que tuvo lugar hace pocas semanas en Hangzhou (China) contenía en un documento de una decena de páginas unas 20 referencias a la necesidad de que el futuro de la economía mundial fuese más inclusivo, orientado a generar una prosperidad más compartida entre personas y grupos sociales. La estrategia formulada por el G-20 ya desde el 2009 para tratar de lograr un crecimiento “sólido, sostenible y equilibrado” incorporaba una cuarta dimensión: la inclusividad, presentada explícitamente como un rasgo necesario para conseguir la deseable recuperación. En comparación con documentos similares de anteriores cumbres, el cambio de tono era más que perceptible. En ese mismo entorno, la directora del FMI explicitaba las interacciones entre un débil crecimiento global y crecientes desigualdades, que “alimentaban un clima político” de desconfianza hacia lo que ha venido significando la globalización. Por convicción o por pragmatismo, el reconocimiento de lo que Joseph Stiglitz denominó hace algunos años “el malestar de la globalización” obligaba a introducir las dimensiones sociopolíticas en los templos de la ortodoxia económica, que durante demasiado tiempo las habían considerado problemáticas periféricas, cuando no ajenas.
Los debates en la campaña presidencial en Estados Unidos y las contradicciones europeas sobre el TTIP son casos claros de esos recelos. Frente a los más ortodoxos que siguen insistiendo en que se trata básicamente de “explicar mejor” las ventajas de las liberalizaciones comerciales, ciñendo los recelos a un tema de mejorable comunicación, el G-20 reconoce que ello no es suficiente sino que además son necesarias “políticas nacionales apropiadas para asegurar que los beneficios son ampliamente distribuidos”. Con mayor
Tanto el G-20 como el FMI y la OCDE subrayan la necesidad de que la globalización económica sea más inclusiva
nitidez y rotundidad, recientemente la OCDE ha actualizado sus perspectivas económicas, con especial atención a los problemas del comercio internacional. La economista jefe de tan ortodoxa institución, Catherine L. Mann, ha resumido los mensajes, entre ellos la necesidad de que los gobiernos avancen en “asegurar que los beneficios del comercio se distribuyen equitativamente”. Pero asimismo añade, en la misma línea que el G-20, que para superar los recelos a la apertura y revitalización del comercio global “no se trata sólo de persuasión… aunque una comunicación más clara y honesta es importante”, sino que sobre todo se trata de asegurar que “toda la panoplia de políticas se pone a trabajar para asegurar que la gente pueda acceder a los beneficios” que se prometen. El riesgo de que, de no ser así, el creciente escepticismo de buena parte de la sociedad en las economías avanzadas conduzca a situaciones sociales y políticas delicadas está pues siendo reconocido incluso desde los sectores más lúcidos –pero no todos– del establishment. Algo parece moverse. ¿Tendrá implicaciones prácticas, o de nuevo estamos ante un resignado E pur si muove que requerirá, como otras veces en la historia, (más) dolorosos ajustes para ser efectivo?