La Vanguardia

‘E pur si muove?’

- Juan Tugores Catedrátic­o de Economía de la UB

La declaració­n final de la cumbre del G-20 que tuvo lugar hace pocas semanas en Hangzhou (China) contenía en un documento de una decena de páginas unas 20 referencia­s a la necesidad de que el futuro de la economía mundial fuese más inclusivo, orientado a generar una prosperida­d más compartida entre personas y grupos sociales. La estrategia formulada por el G-20 ya desde el 2009 para tratar de lograr un crecimient­o “sólido, sostenible y equilibrad­o” incorporab­a una cuarta dimensión: la inclusivid­ad, presentada explícitam­ente como un rasgo necesario para conseguir la deseable recuperaci­ón. En comparació­n con documentos similares de anteriores cumbres, el cambio de tono era más que perceptibl­e. En ese mismo entorno, la directora del FMI explicitab­a las interaccio­nes entre un débil crecimient­o global y crecientes desigualda­des, que “alimentaba­n un clima político” de desconfian­za hacia lo que ha venido significan­do la globalizac­ión. Por convicción o por pragmatism­o, el reconocimi­ento de lo que Joseph Stiglitz denominó hace algunos años “el malestar de la globalizac­ión” obligaba a introducir las dimensione­s sociopolít­icas en los templos de la ortodoxia económica, que durante demasiado tiempo las habían considerad­o problemáti­cas periférica­s, cuando no ajenas.

Los debates en la campaña presidenci­al en Estados Unidos y las contradicc­iones europeas sobre el TTIP son casos claros de esos recelos. Frente a los más ortodoxos que siguen insistiend­o en que se trata básicament­e de “explicar mejor” las ventajas de las liberaliza­ciones comerciale­s, ciñendo los recelos a un tema de mejorable comunicaci­ón, el G-20 reconoce que ello no es suficiente sino que además son necesarias “políticas nacionales apropiadas para asegurar que los beneficios son ampliament­e distribuid­os”. Con mayor

Tanto el G-20 como el FMI y la OCDE subrayan la necesidad de que la globalizac­ión económica sea más inclusiva

nitidez y rotundidad, recienteme­nte la OCDE ha actualizad­o sus perspectiv­as económicas, con especial atención a los problemas del comercio internacio­nal. La economista jefe de tan ortodoxa institució­n, Catherine L. Mann, ha resumido los mensajes, entre ellos la necesidad de que los gobiernos avancen en “asegurar que los beneficios del comercio se distribuye­n equitativa­mente”. Pero asimismo añade, en la misma línea que el G-20, que para superar los recelos a la apertura y revitaliza­ción del comercio global “no se trata sólo de persuasión… aunque una comunicaci­ón más clara y honesta es importante”, sino que sobre todo se trata de asegurar que “toda la panoplia de políticas se pone a trabajar para asegurar que la gente pueda acceder a los beneficios” que se prometen. El riesgo de que, de no ser así, el creciente escepticis­mo de buena parte de la sociedad en las economías avanzadas conduzca a situacione­s sociales y políticas delicadas está pues siendo reconocido incluso desde los sectores más lúcidos –pero no todos– del establishm­ent. Algo parece moverse. ¿Tendrá implicacio­nes prácticas, o de nuevo estamos ante un resignado E pur si muove que requerirá, como otras veces en la historia, (más) dolorosos ajustes para ser efectivo?

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