Colombia, sin plan B
CONTRA pronóstico, los colombianos se negaron el domingo a respaldar el acuerdo de paz firmado a bombo y platillo entre el Gobierno y la guerrilla de las FARC. Aunque todas las partes –incluyendo los abanderados del no– insisten en que el resultado del plebiscito no pone en riesgo la paz rubricada ante el mundo en Cartagena el 26 de septiembre, deberán modificar un pacto que contenía unas buenas dosis de generosidad hacia las FARC, generosidad que muchos colombianos no parecen compartir.
El plebiscito abre la caja de Pandora. “No hay plan B”, había repetido el presidente Juan Manuel Santos en los días previos, confiado en que la alegría por el fin de 52 años de guerra se impondría a cualquier otra consideración. No ha sido así y la votación –cuya convocatoria no era imperativa– ha puesto en evidencia una sociedad muy polarizada (50,21% frente al 49,78%, o 53.084 votos de diferencia en un electorado de 34,8 millones de personas) y poco entusiasta con la cita electoral (la abstención fue del 63% pese a que la propaganda institucional no dudó en presentarla como la más importante en la vida de todos los colombianos).
En menos de una semana, Santos ha pasado de héroe a villano. El acuerdo de paz deberá ahora ser renegociado, el país convierte la euforia en perplejidad, el Ejecutivo sale muy debilitado y la iniciativa política queda en manos del opositor Centro Democrático, el partido de Álvaro Uribe, presidente de Colombia entre el 2002 y el 2010, opuesto a las concesiones hechas a las FARC, a quienes con tanto ahínco, fondos y dedicación combatió en sus dos mandatos presidenciales.
La buena noticia es que los partidos colombianos están dispuestos, con aparente ánimo constructivo, a hallar ese plan B. El Centro Democrático administró con generosidad el veredicto de las urnas y dejó claro que este no implica empezar de cero, sino “una renegociación”. La reacción inicial de las FARC desde Cuba reitera su compromiso en la paz y el mantenimiento de la tregua, aunque habrá que ver cómo responderán cuando se les presente un acuerdo bis a la baja, forzosamente, conforme al deseo mayoritario de que no tengan impunidad judicial ni ayudas públicas para transformarse en un partido (hecho presentado estos días por la oposición como un riesgo de importar la revolución bolivariana de la vecina Venezuela).
Desandar parte del camino es un reto llamado a confirmar la madurez de Colombia, un país que ha sabido sacudirse los clichés y sumarse a la modernización del continente. Como en los cuatro años de negociaciones, la participación de la comunidad internacional es imprescindible, aunque sea grande la tentación de desentenderse ante la falta de un plan B, como si bastara con votar para resolver los problemas.
El año 2016 se está mostrando rico en perplejidades electorales. Los referéndums se llevan la palma, no tanto en sí mismos como por los veredictos. Los británicos votaron por abandonar la UE sin valorar las consecuencias, a la vista de la gestión de los resultados. También el domingo el líder húngaro, Viktor Orbán, ganaba un referéndum sin validez –la participación fue bajísima–, ideado para amparar los instintos más xenófobos. Y hay más curvas: los italianos decidirán la continuidad del jefe del Gobierno, Matteo Renzi, en el referéndum de diciembre para reformar la Constitución. De momento, triunfa siempre lo imprevisible y lo insensato...